Por Alberto Arredondo
Me confieso ante ustedes queridos y respetables lectores sabiéndome pecador, que en mi mente habita la arraigada idea de que no hay que «pedirle al cielo lo que te corresponde hacer en la tierra». Es un principio de responsabilidad donde le quitamos a las divinidades del cielo el peso de cargar con las tragedias de la tierra.
Aunque reconozco, que en momentos de debilidad, penumbra y fragilidad, el duro peso de la existencia misma, arroja nuestras pequeñas voluntades a los pies de un poder superior para que acuda a nuestro auxilio, nuestro clamor.
Cuando el camino se mira nubloso, y el horizonte no parece asomarse, necesitamos del auxilio del altísimo.
Ahora, ante los terribles hechos perpetrados donde la vida de 19 inocentes fueron despojadas de su aliento vital, repican en mi mente como campanas dominicales las palabras de un viejo amigo ahora sacerdote, que versan así:
“Ora como si todo dependiera únicamente de Dios, pero trabaja como si todo dependiera únicamente de tí».
Para los Virreyes de Reynosa.