Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
Las tres estaban sentadas en la cochera de la casa conversando, se veían agotadas por el festejo del 10 de mayo, el calor sofocante de la tarde se empezaba a derrotar con la cercanía de la noche; “¿quieren un café con pastel?” Les pregunté, casi al unísono me contestaron que no y siguieron platicando casi en voz baja.
Por primera vez coincidieron en casa mi madre doña Mere, mi suegra doña Andrea y la suegra de mi hermano Gonzalo, doña Elena en un día de las Madres. Las tres viudas y las tres vacunadas.
No pude escuchar lo que platicaban, pero las observé de lejos, se veían contentas y cuando hablaba una las otras dos afirmaban con la cabeza. No podía imaginar que era eso que las mantenía tan animadas en la plática después de que nos pidieran las retiráramos de la mesa del festejo.
Fue sin duda un día inusual en muchos sentidos, después de más de un año de no reunirnos nos habíamos vuelto a ver, los mayores de la casa ya vacunados, otros inmunes y los pocos que aún no les toca la vacuna, con cerco sanitario. Aunque éramos una pequeña parte de la familia, no más de 20, esa reunión fue un lujo, un agasajo de afectividad, reímos y platicamos, aunque pocas horas, pero fue un respiro entre tanto distanciamiento.
Veía platicar a las matriarcas viudas sin poder enterarme del tema, pero se veían contentas, agotadas pero contentas. Esa alegría que sus rostros reflejaban era parte de la felicidad de poder ver a sus hijos, volver a platicar con ellos, ver parte de “la tribu” reunida.
Tres mujeres cuya vida no fue fácil y que antes de que se hablara de resiliencia ellas ya la habían practicado al modo mexicano: aguantando vara. Sobrevivientes de muchas crisis emocionales, sociales y económicas. Mujeres que sin romper muros, pintar paredes y hacer desmanes, aportaron a este mundo ejemplos de amor, solidaridad, fortaleza entre otras muchas virtudes.
Maestras en administración económica familiar, educadoras de niños, chefs experimentadas, psicólogas y expertas en manejo de emergencias sanitarias, entre otros muchos conocimientos avalados por la experiencia; son ahora testigos de una epidemia que dicha por ellas, nunca habían vivido.
La ciencia nos ha regresado la esperanza de vivir, nos ha permitido tenerlas este año juntas en el festejo más importante que cualquier madre mexicana considera, el del 10 de mayo. Este año sin demasiadas estridencias, pero si con la alegría de verlas y que ellas nos vean.
Tan solo eso, les ha cargado las pilas, les ha dado energía, les ha devuelto la alegría que los meses de confinamiento les había arrebatado. No supe que platicaban cuando las vi juntas y cuando le pregunté a mi mamá me dijo “no sé, no oía nada” aunque su expresión traviesa la delataba.
No me enteré de su charla, pero sí sé que volvieron a ser felices, volvieron a sentirse vivas, volvieron a superar una crisis más como maestras que son de la resiliencia: aguantando vara. E-mail:[email protected]