El terror de los niños en la escuela durante los años 70 del siglo pasado era ver llegar a dos enfermeras cargando una hielerita azul; entonces se armaba el alboroto, el desconcierto y empezaban a contarse a susurros historias de terror. La tensión aumentaba cuando a la maestra se le mandaba llamar a la dirección y nos dejaba solos en el salón de clase. Entonces sí, unos empezaban a llorar, otros a temblar, otros más enmudecían y nunca faltaban quienes hacían bullyng, contando cosas muy feas acerca de las vacunas (aunque ahora sé que también estaban aterrados y seguramente son anti vacunas).
Aún recuerdo en mi infancia haber visto niños con secuelas de polio, escuchado de la tremenda muerte de alguien que le dio tétanos, conocido gente que decían tenía tuberculosis y enterarme cómo se vacunaba a alguien mordido por un perro con rabia.
Eran historias comunes en un mundo donde las vacunas formaban parte de la lucha por la salud, cuando en México se iniciaban los programas de vacunación masiva, sin que se usara aún la cartilla de vacunación que se instauró hasta 1979.
Traumática resultó aquella vacunación contra la tuberculosis que a los niños nos ponían en el hombro y teníamos que cuidar que no se nos “reventara” pero con la vida de aventones que uno lleva en la primaria, muy pocos salían avante y teníamos que cuidar que nos cicatrizara bien bajo la amenaza que si no lo lográbamos nos la volverían a poner, porque era señal de que “no había prendido”; por cierto era muy dolorosa y a algunos les dejó feas cicatrices.
La experiencia traumática que tuve con las vacunas hizo que terminara temiéndole a las inyecciones, aunque ya en mi vida adulta he ido voluntariamente a que me administren la del tétanos y la influenza, porque finalmente he sido testigo de cómo las vacunas han dado salud a este país.
Claudia Hurtado y Norma Matías cuentan en Historia de la vacunación en México que las primeras referencias que se tienen de inocular la piel de un individuo para provocar inmunidad se encuentran hace 3000 años en China, cuya práctica se extendió por Asia hasta propagarse durante el siglo XVIII en Europa con el nombre de vacuna del latín vacca “grano que sale a las vacas de las tetas el cual se trasmite al hombre para preservarlo de la viruela”.
La primera experiencia de vacunación masiva en México se llevó a cabo en 1804 con la Expedición filantrópica de la vacuna contra la viruela, patrocinada por Carlos IV y con la recomendación del Consejo de las Indias para hacer la travesía en dos barcos con ganado vacuno para preservar el biológico, tarea que fue encomendada al médico Francisco Xavier de Balmis, quien viajó con 22 niños expósitos gallegos acompañados de Isabel Cendala quien cuidaba de los menores y única mujer en dicha expedición; a los infantes se les iba inoculando la linfa vacunal de brazo a brazo y en 1805 Balmis repitió la hazaña con 33 expósitos mexicanos que llevó a Filipinas saliendo de Acapulco para llevar la vacuna de brazo a brazo hasta China, según cuenta José Ignacio Santos.
No se debe perder de vista que gran parte de las enfermedades que producían alta mortandad en México fueron erradicadas hasta finales del siglo XX, gracias a la vacunación.
Tal vez eso explica por qué hemos visto en las últimas semanas el gozo y felicidad de quienes por fin reciben la vacuna anticovid, desde la anciana inglesa que fue la primera, la enfermera norteamericana y muchos que han compartido en las redes sociales las fotos del personal médico que en México se está vacunando.
Ahora solo cuento los días para que llegue la vacunación masiva, porque vivo con personas de alto riesgo y no puedo darme el lujo de negarle méritos a quienes están trabajando para que ésta llegue a mi familia. Para mí, las historias de terror acerca de las vacunas salen sobrando porque ya he escuchado muchas durante mi vida.
También estoy convencida de que no es el momento para criticar a la cadena de mando que está haciendo posible que la vacuna llegue, ni denostar política o científicamente como si no supieran lo que hacen, ni alimentar teorías conspirativas.
Creo que al igual que aquellos que cruzaron el mar en dos barcos rodeados de ganado vacuno o con 22 expósitos para preservar la vacuna de la viruela y lograr traerla a la Nueva España, hoy los aviones de DHL, el ejército, los funcionarios de salud están igualmente expuestos a las críticas, desconfianza y escepticismo de quienes no son conscientes de que la vacunación es el arma con que se vence a la muerte y se preserva la felicidad.