Voy a refugiarme en el maíz, en las calabazas y en los nopales para escapar de la muerte, que me persigue con mucha razón; porque caigo en la adicción general de las harinas dulces. Las trampas de la oferta industrial están por todos lados. Pero yo voy a inspirarme en los ancestros que estaban aquí muy sanos antes de la invasión española. Acá en el norte, había (y sigue habiendo) además de los venados, los pavos silvestres y los chicharrones de víbora de cascabel, las frutas que se dan solas, por temporadas. Las tunas eran las principales. En abril empezaban a madurarse y todas las tribus se juntaban por las tierras nuestras de entremedio de la boca del Río y las lagunas (porque todo esto está, Gracias a Dios, rodeado de grandes aguas), en una concentración anual de intercambio y tregua que duraba de dos y hasta cuatro meses lunares. Y entre las moras de primavera, las nueces del otoño, y las vainas de los mesquites y las mahuacatas, la parte buena de mi ancestría tenía una nutrición muy buena. A veces, por razones meramente circunstanciales, también se llegaban a comer a algunos frailes o colonizadores; pero yo sinceramente pienso que con lo que ahora consumen los actuales y potenciales invasores, no me agregarían una proteína de muy buena calidad a mi dieta.