Por Carla Huidobro
En la academia, donde el saber debería ser un templo, a veces se juegan partidas oscuras. Veo cómo el talento de jóvenes promesas se transforma en piezas de ajedrez, manipuladas por aquellos que deberían ser sus mentores. Profesores que se erigen en reyes y reinas, estrategas de carreras ajenas, que mueven a sus discípulos con una destreza que seduce y somete.
Es una partida sutil, envuelta en el brillo del futuro académico, promesas de éxito, guiños de grandes oportunidades. Pero detrás de cada oferta, de cada gesto de apoyo, se oculta a veces un pacto tácito, un trueque de favores por favores, de futuros por obediencias.
Observo cómo algunos alumnos, iluminados por la admiración, se convierten en alfiles y peones, ignorantes del juego verdadero hasta que las sombras de la dependencia los envuelven. El tablero está marcado no solo por la inteligencia, sino por el poder y la manipulación.
¿Cómo escapar cuando uno descubre que su talento es solo una moneda más en este mercado de ambiciones y egos? ¿Cómo redefinir las reglas del juego cuando las piezas están ya tan avanzadas en el tablero?
Este ajedrez académico, donde se debería cultivar la mente y el espíritu, a menudo termina sacrificando al más vulnerable en un jaque mate silencioso. Es necesario alzar la voz, cambiar las reglas, para que el talento florezca libre y no sea más moneda de cambio en manos de quienes deberían ser sus custodios.