Pedro Alonso Pérez
El movimiento estudiantil-popular de 1968 es acontecimiento histórico y en muchos sentidos, memoria viva entre los mexicanos. 55 años después, de alguna forma sigue presente en la vida pública del país. Aunque la generación que entonces protagonizó aquellos sucesos -las grandes movilizaciones y huelgas estudiantiles- se está acabando poco a poco. Muchos líderes del 68 han muerto, pero otros permanecen y siguen actuando en el ocaso de su vitalidad. Igual ocurre con participantes de base y testigos de aquella gesta.
En el México de nuestro tiempo, es la generación de hermanos menores del 68 –quienes entonces eran niños- la que está en el centro de la vida social, económica y política, compartiendo responsabilidades públicas con la generación posterior. Eso puede explicar la permanencia del recuerdo del 68 en ambos grupos, y en los subsiguientes, su retroalimentación por la memoria colectiva y especialmente por la historiografía. Así han transitado las diversas memorias del 68, a lo largo del tiempo y a través de diferentes generaciones; por ello reviste especial interés explicar este fenómeno y conocer cómo se manifiesta en los jóvenes actuales.
El movimiento estudiantil-popular
Iniciado el verano de dicho año, lo que conocemos como “movimiento del 68”, ocurrió entre la marcha semi-espontánea del 26 julio al zócalo y la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco. Desde luego, antes del 26 de julio y después del 2 de octubre de 1968 sucedieron varias cosas ligadas al movimiento estudiantil; solo que para explicar mejor este acontecimiento histórico, se establecen simbólicamente un punto de inicio y uno final; de hecho, la huelga general terminó formalmente hasta el 4 de diciembre. Este movimiento social mexicano se caracteriza como un levantamiento cívico de los estudiantes de educación media y superior en la capital del país y varias instituciones educativas de provincia: IPN, UNAM, universidades privadas y estatales, tecnológicos y normales rurales fueron a la huelga y realizaron grandes y variadas manifestaciones reclamando, entre otras cuestiones, libertades democráticas y diálogo público a un régimen político autoritario que no les escuchó. Pero grandes franjas del pueblo sí les escucharon y apoyaron.
En el contexto nacional de los sesenta, el crecimiento económico-social que venía desde los cuarenta estaba llegando a su fin; la vida pública mostraba cierta “paz social”, pero seguía la represión autoritaria contra luchas sociales y disidencias; venía desde el movimiento ferrocarrilero de 1958-1959, cuyos líderes, Demetrio Vallejo y Valentín Campa, 10 años después todavía eran presos políticos. Igual trato recibió el magisterio aquellos años y luego el movimiento medico en 1965.
No obstante, el llamado “desarrollo estabilizador” rendía sus frutos y el país aún vivía lo que se conoce como “milagro mexicano”. Estos aspectos se complementaban con una situación política peculiar: el dominio de un partido oficial virtualmente único – el PRI – y un presidencialismo exacerbado, sin contrapesos ni oposición relevante. El poder ejecutivo se imponía siempre sobre el legislativo y el judicial, mientras controlaba la vida pública, la sociedad política y la civil. Y contra todo aquello se levantó un movimiento estudiantil que inició protestando contra el maltrato y la represión de granaderos y policías.
Durante agosto y septiembre se vivieron los grandes acontecimientos del movimiento, empezando con la memorable protesta del rector Barros Sierra contra la violación de la autonomía universitaria y, al día siguiente, la marcha encabezada por él, el 1 de agosto; luego la formación del Consejo Nacional de Huelga (CNH), las multitudinarias manifestaciones del 13 y 27 de agosto al Zócalo, la “Marcha del Silencio” el 13 de septiembre y la ceremonia del “Grito” en Ciudad Universitaria el día 15; pero vino la respuesta represiva de Díaz Ordaz: la toma militar de la UNAM, ocupada por diez mil soldados el 18 de septiembre; y el 23, la violenta toma del casco de Santo Tomás del Politécnico, resistida valientemente por los estudiantes, a costa de muertos y heridos. Sin embargo, el acontecimiento más rememorado sigue siendo la masacre del 2 de octubre, la noche de Tlatelolco.
2 de octubre, fue el ejército y no se olvida
El movimiento del 68 puede interpretarse como un proceso histórico, pero en la memoria colectiva quedó registrado como acontecimiento, vinculado además a una fecha específica: el 2 de octubre; la matanza en la Plaza de las Tres Culturas, que se fraguó en la cúpula del sistema político, para amedrentar a la población y acabar el movimiento estudiantil, ante la proximidad de las olimpiadas previstas a iniciar el 12 de octubre del mismo año.
Desde el día siguiente, el gobierno diazordacista – apoyado por los medios de comunicación y la clase política – trató de presentar aquella masacre como un enfrentamiento de estudiantes contra el ejército mexicano, en la misma retórica de una supuesta “conjura comunista” para desprestigiar a México. Pero poco a poco se fue conociendo – y se sigue conociendo mejor – la verdad de aquella violencia del Estado contra la gente – estudiantes y pueblo – que apoyaba al movimiento.
La historia del 2 de octubre se ha venido construyendo a lo largo del tiempo: ese día de 1968, la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) encabezada por el general Marcelino García Barragán ejecutó la “Operación Galeana”; un conjunto de acciones militares donde participaron cinco mil soldados de varios batallones y compañías, más 200 tanques de guerra; el general Crisóforo Mazón Pineda fue comandante de campo; dicha operación estaba apoyada por un grupo paramiltar denominado “Batallón Olimpia”, cuyos integrantes usaban un guante blanco para identificarse y tenían como objetivo principal aprehender a los miembros del CNH; pero el general Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial (EMP), había apostado francotiradores en los edificios aledaños a la plaza, con instrucciones de disparar hacia la multitud cuando un helicóptero lanzara luces de bengala, señal convenida; esta orden aparentemente era desconocida por el general secretario de SEDENA, pero autorizada por el presidente Díaz Ordaz y conocida por Luis Echeverría, secretario de gobernación. Así se provocó la masacre de Tlatelolco, cuyos saldos completos siguen pendientes, aunque los responsables están a la vista: el presidente, el secretario de gobernación, el ejército y especialmente el EMP.
Los libros, Parte de Guerra. Tlatelolco 1968: documentos del general Marcelino García Barragán: los hechos y la historia, de Julio Scherer García y Carlos Monsiváis (1999); y Rehacer la historia. Análisis de los nuevos documentos del 2 de octubre en Tlatelolco, de Carlos Montemayor (2000), iniciaron un conocimiento más profundo y fundado de aquel drama. La masacre de Tlatelolco es acontecimiento traumático en la memoria mexicana, porque falta completar la verdad sobre aquella tragedia; particularmente, el número e identidad de víctimas, responsables intelectuales y directos de la matanza y sobre todo, falta hacer justicia. No obstante, el 2 de octubre es fecha significativa de la memoria colectiva, 55 años después sigue conmemorándose, como vimos este 2023 en plazas, escuelas e instituciones de varias partes de la República, donde volvieron a retumbar los gritos: “fue el Estado”, “fue el ejército” y “nunca más” “ni perdón ni olvido”. Sin embargo, el estudio del 68 mexicano no puede reducirse a dicha fecha, el movimiento estudiantil fue mucho más que la trágica noche de Tlatelolco. Su significado es más profundo y de mayor alcance.
Memorias diversas
Al paso del tiempo se han venido configurando varias memorias e interpretaciones diversas de aquel movimiento estudiantil. Dice Daniel Luna en su “crítica de la narrativa sesentayochera”, que el movimiento de 1968 es el acontecimiento histórico más rememorado, surgiendo una Memoria Militante expresada en múltiples acciones políticas y sociales: marchas conmemorativas, testimonios, escritos diversos, poesía, películas, performance, lugares de memoria, etc. Se construyó una idea común en torno al movimiento del 68: fue una gesta histórica, una proeza social interrumpida mediante la brutal represión. Es una memoria combativa con la que “el 68 se pensó como una fecha fundacional para la izquierda mexicana contemporánea.” Este recuerdo construido y divulgado por sus propios protagonistas – los líderes del CNH principalmente- triunfó en la arena pública, pero no fue la única memoria, aunque si la más influyente.
Eugenia Allier, estudiosa del 68 mexicano, considera que en el espacio público coexisten varias y diversas memorias, pero son dominantes dos: una de denuncia y otra de elogio o celebratoria. Articuladas – según esta autora – a través de cuatro periodos: el primero de 1969 a 1977, cuando las conmemoraciones eran sobre el 2 de octubre y se realizaban básicamente por estudiantes en universidades y escuelas, aquí surgió una memoria de denuncia de la represión. Continuó de 1978 a 1985, pero modificada, porque la reforma política concretó cambios a la legislación electoral, y los partidos de izquierda y otras agrupaciones sociales encabezaron las conmemoraciones; la denuncia siguió como eje y las demandas de libertad de presos políticos y presentación de desaparecidos, pero ahora más relacionadas con la guerra sucia. Durante el periodo 1986-1992, las memorias públicas del 68 sufrieron cambios importantes, porque la izquierda política vivió transformaciones en su seno, derivadas del desplazamiento del discurso socialista por el discurso democrático, el surgimiento de la “sociedad civil” y la exigencia de “apertura democrática”. Con estos elementos, surgió una memoria de elogio o celebración del movimiento estudiantil en su conjunto, al considerarlo un “hito”, un “parteaguas” para la democratización. Por último, de 1993 a 1999 se reactivó la denuncia, pero modificada, apareció la demanda de “juicio” a los responsables de la “masacre” y de “verdad” sobre lo ocurrido “la trágica noche de Tlatelolco”; para ello se demandó también la apertura de archivos. Pero la memoria del elogio fue modificándose al institucionalizarse, porque la celebración rebasó a las izquierdas y abarcó prácticamente a todos los sectores. Aunque la denuncia y el elogio conviven en el espacio público en relación al 68 mexicano, predomina la memoria de la denuncia hasta nuestros días.
Falta rescatar o sistematizar otras memorias, olvidadas hasta cierto punto o menos conocidas: la de familiares de víctimas (muertos, heridos y desaparecidos), todas las víctimas no solo de Tlatelolco; la de soldados y policías que participaron de la represión; los testimonios de testigos o simples participantes de base y la memoria regional del movimiento, son algunos casos que podríamos llamar “desde abajo”, que al hacerse públicos complementarían, con otros, la memoria colectiva del 68. Particularmente, la memoria conservada en varias ciudades y entidades, pues aquel año se sumaron a la huelga nacional estudiantes de 23 estados de la república; integrar y sistematizar esas experiencias, recuerdos y vivencias es necesario; también, cómo se ha venido conmemorando el acontecimiento desde la región en un país tan diverso y plural como México.
La representación y el significado atribuidos al movimiento estudiantil, se transforman en la memoria de las diferentes generaciones. Para la generación posterior, -los hijos del 68- tal vez el acontecimiento “parteaguas” democrático no sea tanto el 68 sino el 88 y la “caída del sistema”. Más recientemente son también los nietos de la generación “sesentayochera” quienes reconstruyen esos acontecimientos desde perspectivas completamente distintas. Por ejemplo, en la conmemoración del cincuenta aniversario del 2 de octubre, se publicó el libro, El 68. Una historia oral más allá de la masacre de Tlatelolco, donde su autor, Emiliano Ruíz Parra, reconstruye aquel pasado que no vivió a partir de los recuerdos de su abuela, entonces una joven empleada de la UNAM y los de su padre, un niño de 12 años que anduvo con su mamá en diversas acciones del movimiento de 1968.
Lo cierto es que dicha memoria permanece pero cambiando. Consulta Mitofsky realizó en 2007 encuestas sobre fechas de acontecimientos históricos más importantes en México y las respuestas fueron, en primer lugar, la independencia (49%), segundo la revolución (39%) y en tercero la matanza de Tlatelolco (36%). Pero esa memoria colectiva del 68 ha sufrido alteraciones con el tiempo: en 2008 al cumplirse 40 años del acontecimiento, según una encuesta nacional de Buendía & Laredo, un 64% de los mexicanos (dos de cada tres) relacionaba el 2 de octubre con el movimiento estudiantil o con la represión a estudiantes. Una década después el porcentaje se redujo al 47%, es decir, ese recuerdo bajó 17%, la conclusión de los encuestadores es que el 2 de octubre se está olvidando o quedando en la memoria de un público especializado. El cambio demográfico explica en parte esto, pues cada vez es menor la población que presenció los acontecimientos del 68 y el recuerdo se debilita con la edad. Los resultados de la misma encuestadora en 2018 son distintos: 61% de quienes nacieron en 1968 o antes saben de qué se trata el 2 de octubre, en cambio solo 33% de los jóvenes entre 18 y 29 años recordaba ese evento; pero 7 de cada 10 personas con estudios universitarios saben que refiere el 2 de octubre, en cambio, entre quienes ignoran lo ocurrido en 1968, están jóvenes solo con educación primaria, habitantes del medio rural y personas sin acceso a internet. Este 2023, un grupo de estudiantes de la Universidad Autónoma de Tamaulipas (UAT) ha iniciado una investigación sobre la memoria del 68 entre jóvenes de su generación, son alumnos del séptimo periodo cursando la Licenciatura en Historia y Gestión del Patrimonio Cultural que se imparte en la Unidad Académica de Ciencias, Educación y Humanidades (UAMCEH). Ahora realizan una encuesta sobre el tema y pronto sabremos los resultados.