El jardín de la libertad
Por Libertad García Cabriales:
Para mis amigos tampiqueños con cariño infinito…
Me sobran los motivos para sentir una especial querencia por Tampico. Tal vez nació desde mis primeras veces ahí, cuando para visitar la playa o ir a comer mariscos, recorríamos el camino de mi Mante al bello puerto. Todo era gozo en el trayecto. Desde la narrativa de mis padres enseñándonos el paisaje, las canciones entonadas en familia y muy especialmente la vista espectacular al Bernal de Horcasitas, del cual me enamoré sin remedio desde entonces. Y luego por supuesto, la llegada a Tampico, su feracidad en la piel, el aroma inolvidable del mar, la plaza, sus calles, sus edificaciones y el ancho, fascinante río Pánuco.
Todo eso albergó mi memoria infantil y fue creciendo con el tiempo. Recuerdo especialmente mi feliz estancia en el puerto, durante el año que estudié medicina: la nieve con plátano de conocida cafetería, las tortas de ternera en la plaza, las escapadas a la playa después de la escuela y muchas vivencias más al habitar cotidianamente una comunidad siempre vital, dinámica, cálida; una ciudad espejo de sus habitantes. Porque sin duda, la gente es lo mejor del puerto, ese modo peculiar de ser, moverse, abrazar, bailar y sonreír.
Y luego vino la historia. Conocer a través de libros e investigaciones los muchos pasajes históricos que definen el ser y hacer porteño. La existencia de los cinco Tampicos históricos mencionados por algunos estudiosos y la polémica de su fundación y poblamiento en espacios y fechas. Con todo, es evidente que hubo vida en el territorio mucho antes de la llegada de los españoles, los vestigios prehispánicos lo demuestran. El mismo nombre del puerto, uno de los pocos municipios tamaulipecos con nomenclatura prehispánica, nos revela un mundo cultural insospechado. Tampico: “lugar de perros de agua”. El puerto cosmopolita por el cual han desembarcado tantas personas para crear vidas nuevas, el Tampico de los piratas, el del auge petrolero, el que rendía tributo, entre otras especies, con “veinte petates anuales de camarón” para hacer las delicias de los reyes, como menciona en un libro el reconocido Carlos González Salas, cronista hasta su muerte y ejemplo como profesional y ser humano.
Y si de historia hablamos, no puedo dejar de mencionar a mi querida maestra y amiga, la notable historiadora Patricia Osante, tampiqueña excepcional, quien me ha enseñado tanto del puerto y ahora prepara un libro acerca de su amado terruño. Y también están las investigaciones de académicas valiosas como Carmen Galicia, Pilar Sánchez, María Luisa Herrera Casasús, Catherine Andrews quienes entre otros amigos historiadores, me han revelado a través de sus obras, la diversidad y fortaleza de la historia porteña. Muchos son los aportes de Tampico a la historia grande de Tamaulipas. Un ejemplo emblemático la victoria lograda en nuestros mares del sur ante el último intento de reconquista española en septiembre de 1829. Pero también otras pequeñas-grandes historias forjadas por su gente valerosa a lo largo de varios siglos.
No podría mencionar aquí todos los acontecimientos y personas que admiro del bello puerto jaibo. Potencia comercial del estado, quiero destacar también su fortaleza cultural, pues Tampico es sin duda un municipio de enorme raigambre en el arte y las culturas. No en balde nació bajo su cielo, la Universidad de Tamaulipas, el anhelo de una educación superior de excelencia. Y también están las identidades forjadas en su música, literatura, danza, pintura, arquitectura, arqueología, teatro, ciencia. Llegan a la mente a vuelapluma grandes como Nefero, Reyes Meza, García Zurita, Jorge Yapur, las letras de los añorados Juan Jesús Aguilar, Carmen Alardín, Ramírez Heredia, la obra monumental de mi amigo Orlando Ortiz, los grupos de teatro, la ciencia de Ruy Pérez Tamayo, la música de García Esquivel, Genaro Salinas, los emblemáticos huapangueros, los compositores, la orquesta de Claudio Rosas, Rockdrigo, Mauricio Garcés, Ana María Rabaté y muchos más que dejaron indeleble huella. Además la potente sociedad civil, los promotores culturales, entre ellos la inolvidable Gilda Appedole, quien fue pilar para construir uno de los espacios culturales más bellos del país. Nadie puede negar su arduo trabajo voluntario, tanto que el teatro del METRO podría llevar su nombre.
Y muchos más artistas vivos, tantos amigos queridos, tan buen público el de Tampico. En lo personal, nunca terminaré de agradecer el cariño de tanta gente del puerto cuando trabajé como funcionaria en el sector cultural. Ese ser cálido reflejado franca y abiertamente. Mientras escribo, llegan nombres y rostros a mi corazón. Ustedes saben queridos. Ustedes y muchos más son el puerto: las mujeres que alientan el fuego en casa y salen de la mano de sus hijos para trabajar, los hombres que construyen y se afanan, los niños jugando en sus calles. La memoria de Pepe el terrestre, la anécdota de la bella morena, la alegría de sus canciones, la sensualidad de su entorno, la Torta de la Barda, la carme a la tampiqueña, las divinas jaibas y la energía fluyendo de su infinito mar…
Hace unos días sociedad y gobiernos celebraron 200 años de fundación (o re-fundación) de Tampico. Desde aquí mi reconocimiento y aplauso por conmemorar y vivir la historia, por sus aportes a la patria, por su amable identidad. Larga vida para Tampico hermoso, nuestro bello puerto tropical.