por Fortino Cisneros Calzada
La fe, la religión, el culto, la iglesia y las tradiciones suelen confundirse frecuentemente. Nada menos en este fin de año reciente, quienes se sienten ofendidos por el protagonismo exaltado del clero más conservador de México, desearon a familiares, amigos y conocidos “felices fiestas” en lugar de Feliz Navidad. Como cada cabeza es un mundo, cada quien puede tener buenos deseos para los demás a su antojo.
Lo que no está bien es que dos de los poderes más dinámicos en la arena política mexicana, la Embajada de los Estados Unidos en México y la Conferencia del Episcopado Mexicano se junten y se pronuncien por un diálogo que es prácticamente permanente entre los mexicanos de buena voluntad que se respetan y se reconocen. Ken Salazar, en su encuentro con el obispo Ramón Castro, presidente de la CFE, recomendó a la presidenta Claudia Sheinbaum tomar en cuenta a la iglesia católica.
Textualmente expresó: “Ese diálogo es tan importante y por eso quiero yo sugerirles a todos un diálogo bueno, parece que esta presidenta sí tiene las puertas abiertas para que ese tipo diálogo porque en una campaña de la paz se requiere de todos”. Estas palabras están repletas de significados ominosos que obligan a estar alertas, todos, de los pasos que vayan dando los enemigos del pueblo de México, los de dentro y los de fuera. Hoy, más que nunca, se requiere unidad nacional.
La fe es una convicción íntima, profunda, primigenia que puede estar arraigada en una religión o no; religión, la misma palabra lo dice, es reunión, asamblea, pueblo que comparte una misma creencia; el culto son las distintas maneras de venerar a la divinidad, al ser supremo; la iglesia es la institución que compone el cuerpo integrado por los creyentes, los oficiantes, las autoridades y su asiento ceremonial; las tradiciones son manifestaciones populares propias de cada núcleo poblacional.
La celebración de la Nochebuena, de las posadas, de la Navidad y la instalación de nacimiento, con pesebre, estrella del oriente, la Sagrada Familia con el Niño Dios, los animales, los pastores, los tres Reyes Magos y demás, aunque arraigados por y en la Iglesia Católica, son ya un patrimonio tradicional del pueblo mexicano; lo mismo que el ponche, los buñuelos, los tamales, las piñatas, los aguinaldos, los abrazos y los deseos de ¡Feliz Navidad! Eso no nos lo pueden robar.
Pero, si hay que estar muy avispados, pues la historia nos da grandes enseñanzas. La revista Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, núm. 69, enero-junio de 2025, editada por la Universidad Nacional Autónoma de México, publica un interesante y muy pertinente artículo de Ernesto de la Torre Villar, titulado La Iglesia en México: de la Guerra de Independencia a la Reforma. Notas para su Estudio, que asegura: “Después de una guerra que destruyó los recursos del país y antes de que pudiera ésta rehacerse, sólo la Iglesia conservaba celosamente grandes bienes obtenidos a través de tres siglos, muchos de los cuales no eran explotados debidamente.
“El hacer que esos bienes entraran en circulación en beneficio de la comunidad entera y también el evitar que debido a esa fuerza los eclesiásticos, como los militares, quisieran mantener un estatuto especial, una serie de privilegios incompatibles con el tipo de sociedad moderna que querían establecer, representaron dos puntos fundamentales de la lucha que va a establecerse contra la Iglesia. La Iglesia representó al adversario principal de los liberales, pero mejor que decir la Iglesia, el clericalismo.
“Para los liberales, el clericalismo no se identificaba con el catolicismo, pues ellos también eran católicos. Combatían al clericalismo como institución social, como una deformación eclesiástica, como un vicio del catolicismo. De esa lucha el clericalismo va a transformarse en partido político, el partido clerical que es un sector nacional del gran partido clerical internacional.
“De esa lucha, los liberales no van a enjuiciar la creencia católica-dogmática, sino la acción social de la Iglesia encarnada en su clero y secundada por los laicos adictos a ésta. De ahí que en el laicato católico distinga el liberalismo la existencia de elementos no contaminados por el clericalismo, de ´católicos liberales´, considerados como aliados.
“Durante este periodo las realizaciones están representadas por varias asociaciones creadas y formulaciones programáticas diversas, como la del Partido del Progreso y algunas reformas legales en la línea histórica de las secularizaciones que se cierran en el año de 1857”.
Según el portal del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana (que está en receso): “La Guerra de Reforma iniciada por los conservadores fue financiada por la Iglesia, con el objetivo de perpetuar sus privilegios, sustrayéndose del control del poder civil”. Cabe señalar que para ese entonces la organización más poderosa del México independiente era la Iglesia Católica, cuyos caudales eran enormes y con frecuencia invertía en proyectos políticos que le beneficiaban.
Precisamente, Luis Cabrera en su obra La cuestión religiosa en México, publicado en 1915, asegura que: “Antes de la Guerra de Reforma (de 1856 a 1859), la Iglesia Católica era el poder temporal más fuerte que existía en México, y las Leyes de Reforma promulgadas durante aquel periodo tendían todas ellas a desposeer a la Iglesia de su poder y efectuar la completa independencia de Iglesia y Estado”.
Luego, agrega con pleno conocimiento de causa que: “Las Leyes de Reforma son una colección de reglas aprobadas antes de 1860, con el objeto de privar a la Iglesia Católica de su poder temporal; y esas reglas han permanecido efectivas, porque las condiciones que exigieron entonces su promulgación todavía prevalecen y todavía hacen necesario que las leyes permanezcan en vigor”. De hecho, la Iglesia no ha perdido su poder, aunque ahora el Papa Francisco quiere devolverle su esencia espiritual.
Posteriormente, ya iniciada la Revolución Mexicana, según el mismo Luis Cabrera: “Al retirarse el general Díaz del Gobierno y subir Francisco de la Barra a la Presidencia, el clero católico de México creyó llegado el momento de organizarse para la lucha política, y al efecto se organizó un grupo político bajo el patrocinio del clero católico, compuesto principalmente por grandes terratenientes.
Este grupo tomó el nombre de Partido Católico, con la deliberada intención de aprovecharse de los sentimientos religiosos de la población para inducirla a votar conforme a sus directrices. El clero católico comenzó a hacer propaganda en favor del Partido Católico, primero en forma discreta, apuntando los cañones de la presión moral contra las masas ignorantes, que no podían discernir claramente dónde terminaban sus deberes como católicos y dónde comenzaban sus derechos como ciudadanos.
El Partido Católico es, en suma, la organización política de la Iglesia Católica de México. Este solo hecho constituye un peligro para las instituciones democráticas, y era naturalmente obligado que fuese visto con desagrado por parte del Partido Antirreeleccionista, primero, y más tarde por el Partido Constitucionalista”.
Con respecto de las palabras del embajador de México, pidiendo a la presidenta Claudia Sheinbaum recibir y escuchar a los miembros del Episcopado Mexicano, se pueden recordar las palabras del Papa Francisco, según reporte de Jason Horowitz y Ruth Graham: “El papa Francisco ha manifestado, en términos inusualmente mordaces, su consternación por “una actitud reaccionaria muy fuerte, organizada” en su contra dentro de la Iglesia católica estadounidense, la cual está obsesionada con temas sociales como el aborto y la sexualidad y excluye el cuidado a los pobres y al medioambiente”.
En este mes de enero del 2025, ya quedó atrás la lucha de clases planteada por el capitalismo; ya se ve lejos la pugna ideológica de liberales y conservadores; ahora, con fuerza arrasadora, se plantea el enfrentamiento entre la plutocracia universal, que persigue el poder imperialista de dominio total, y los hombres que ven por los derechos humanos y la conservación del planeta, único hábitat conocido para la vida en todas sus manifestaciones.
El hecho, aterrador, de que haya líderes y gobernantes que no se tientan el corazón para arrasar con pueblos enteros en su afán de dominio, exige revalorar la fe, la religión, las tradiciones, la vida y la posición de cada quien con respecto a los acontecimientos que alejan a la humanidad de la buena nueva del amor que trajo al mundo el Niño Dios, migrante nacido en un pesebre rodeado de bestias, pero adorado por príncipes.