Por Carla Huidobro
En la encrucijada de las letras, se teje la realidad de los neurodivergentes, nosotros, seres cuya existencia oscila entre la adoración mediática y el ostracismo social. Somos idolatrados en las pantallas, en esas narrativas que buscan lo extraordinario en lo diferente, donde nuestras mentes son laberintos fascinantes que prometen aventuras y desafíos inusuales. Sin embargo, cuando las luces se apagan y los créditos suben, la sociedad cierra sus cortinas y nos relega al umbral de lo incomprensible y, a menudo, lo indeseable.
Es un contraste desgarrador, casi una burla cruel de la realidad, que aquellos cuyas mentes desbordan con colores y texturas se encuentren aislados, repudiados y marginados. En la pantalla, nuestras peculiaridades son el ingrediente secreto de historias que capturan corazones; fuera de ella, esas mismas peculiaridades son vistas como obstáculos, anomalías, aspectos por mejorar, por no llamarles problemáticas las cuales deben ser inmediatamente corregidas o, en el peor de los casos, escondidas.
Nosotros, con despiadada honestidad encontramos belleza en los rincones sombríos de la existencia humana, nosotros, no somos sujetos de lástima, ni somos luchadores en un mundo que no está hecho para quienes se atreven a desafiar la norma. Somos quienes han encontrado la ternura en el aislamiento de la mente, la poesía en el vacío. Nosotros vivimos entre un constante ser venerados y ser invisibles, solo reconocidos por esa sensación de incomodidad, o en su defecto, en la abstracción de la ficción.