Guadalupe Correa-Cabrera
Explicarle México y la identidad de los mexicanos a los estadounidenses (y viceversa), así como nuestra relación con ellos, puede llegar a ser bastante complejo. Es difícil también, creo, explicarse a uno mismo dicha complejidad. Así lo entendí cuando impartí mi primera clase de relaciones México-Estados Unidos en el vecino país del norte y lo confirmo cada vez que un estadounidense me hace preguntas sobre el tema. Recientemente (la semana pasada), tuve la oportunidad de acompañar a 13 estudiantes a una visita a la Ciudad de México y a una parte de la frontera entre los dos países en el marco de un curso de verano que doy en la universidad donde trabajo sobre relaciones México-Estados Unidos titulado “Vecinos Distantes: Comercio, energía y cooperación en materia de seguridad en la era post-COVID”.
Después de la pandemia, reanudamos nuestros programas de intercambio académico en la universidad y, a través de los viajes, es posible percatarnos de los grandes cambios que ha experimentado nuestro mundo en los últimos años. Estados Unidos no aparenta ser “lo que era antes” y, aunque sigue siendo un país muy poderoso, ya no parece mantener su estatus como la nación más poderosa del orbe que definía lo que considerábamos como un mundo unipolar. Este proceso de declive ha sido gradual y no es posible muchas veces detectarlo y/o anticiparlo cuando se va dando. Sin embargo, después de la pandemia y considerando los últimos acontecimientos, parece muy claro que nuestro vecino del norte ya no mantiene su poder hegemónico indiscutible y continúa perdiendo relevancia en diversas áreas la esfera internacional y en la geopolítica.
Escribir sobre el estado de las relaciones México-Estados Unidos hoy en día requiere de mucho tiempo y mucho espacio. Se podrían escribir amplísimos libros sobre el tema, y seguramente ya muchos se están preparando. Alguna vez me gustaría a mí poder hacer esto, pero siento que aún tengo mucho por aprender y experimentar al respecto. He sido afortunada (o quizás no, siempre es difícil saberlo), al tener la oportunidad de vivir en los dos países para aprender y enseñar sobre los sistemas políticos de ambas naciones y también sobre sus accidentadas relaciones. También viví en una ciudad fronteriza por ocho años y conozco toda la frontera México-Estados Unidos de este a oeste y de ambos lados. He atravesado los más de tres mil 100 kilómetros de frontera y he cruzado también cada uno de los puentes que unen a las dos naciones (los que pueden cruzarse en automóvil o a pie) tres veces—y algunos, muchas más veces.
La frontera es un “Tercer País”, como dice Alan Bersin. Es una región fascinante donde no te sientes “ni de aquí, ni de allá”, pero donde a veces sientes que perteneces. Esto te pasa cuando ya estuviste mucho tiempo viviendo del otro lado del país donde naciste, hablando una lengua que no es la de tu madre y conviviendo con una cultura que absolutamente no es la tuya y que te causa conflicto, alimentando así tus propias contradicciones.
Escribí, junto con un gran amigo fronterizo, un libro sobre toda la frontera México-Estados Unidos de los dos lados (de próxima publicación), donde explicamos todo sobre esta región y sobre nuestros sentimientos encontrados y pasión por la misma. Es mucho más fácil para mí hablar sobre la frontera y explicar sus dinámicas, que tratar de explicarle a un mexicano sobre Estados Unidos y la farsa del “sueño americano”, o tratar de explicarle a un estadounidense por qué AMLO es un gran aliado de su país—más de lo que hubieran soñado—y por qué no debieran preocuparse tanto por China y su influencia sobre su vecino del sur.
De las muchas cosas que me gustaría decir sobre la relación post-pandemia entre México-Estados Unidos, quisiera sólo mencionar algunas ideas básicas que esbozo a continuación y que pienso vale la pena reproducir en esta muy breve reflexión sobre un curso y un viaje. Sobre la relación entre las dos naciones en general hoy en día, pudiera yo escribir decenas de columnas de opinión, artículos diversos y un día de estos un libro, si es que el tiempo y las circunstancias me lo permiten.
Me gustaría resaltar aquí, en primer lugar, algo con lo que siempre creo necesario comenzar mis clases sobre relaciones México-Estados Unidos: el mito de la “guerra mexicoamericana (Mexican-American War). Debo explicarles a los estadounidenses que yo no sabía de la existencia de esa supuesta “guerra” hasta que llegué a su país. También debo relatarles con todo cuidado el momento histórico que vivía México en esa parte del Siglo XIX, para luego decirles que a ese periodo de nuestra historia nosotros le llamamos “intervención estadounidense en México” o “invasión” por parte de este país. También debo decirles que, para los mexicanos en ese siglo, “su revolución” (la que le dicen americana) es equivalente a nuestra independencia y que lo que ellos celebran como guerra mexicoamericana es para nosotros un recuerdo histórico amargo (por decirlo así), porque nuestro país perdió, a manos de los invasores, más de la mitad de su territorio.
La verdad no estoy segura si los estadounidenses entienden lo que nosotros concebimos como intervención o invasión, dado que ellos piensan en cada momento importante en la historia de su país (una nación belicista) en términos de guerra. Ello justifica su imperialismo, su intervención en otras naciones, el robo de recursos y territorios, así como crímenes diversos contra otros pueblos.
En fin, me sorprende un poco la preocupación de funcionarios gubernamentales y académicos del “otro lado” con respecto al riesgo que representaría China por su presencia y potenciales avances en su relación con México. Quizás estoy equivocada, pero creo que la relación de México con Estados Unidos es más fuerte que nunca y que nuestro vecino país tiene como aliados fundamentales al actual Presidente mexicano y a su Gobierno de la Cuarta Transformación (incluyendo al sucesor o sucesora de AMLO)—que muy probablemente continuará dominando la política mexicana en los años venideros. Sólo basta con poner atención a los discursos “bolivarianos” del Presidente (que incluyen al vecino del norte y no a China) y analizar a cabalidad las políticas migratoria, comercial y, sobre todo, la energética durante lo que va del sexenio de AMLO. El avance del sector militar en México fortifica también la frontera de Estados Unidos con el mundo. Nuestras naciones vecinas, si ponemos atención, parecen estar más cerca que nunca.
Para muchos, quizás esta cercanía no sea obvia. La narrativa de los medios de comunicación hegemónicos confunde un poco, pero un análisis más profundo de la historia de la relación entre las dos naciones, de nuestra historia misma y de la actual geopolítica, nos dejaría todo muy claro. Por motivos de espacio, no me será posible explicar los procesos relevantes que explican la fortaleza de la relación en esta ocasión.
Los estadounidenses no deberían preocuparse tanto por el tema de China y su influencia en México. No obstante las tensiones constantes en la historia de nuestra relación, así como el resentimiento de nuestro pueblo ante el imperialismo estadounidense, la intervención, la pérdida de más de la mitad de nuestro territorio y el saqueo contante de nuestros recursos, Estados Unidos y México son “dos naciones indivisibles” (como dice Shannon K. O’Neil)—pero para beneficio de las élites blancas (los ricos) y en perjuicio de los pueblos originarios (los pobres) y los esclavos antiguos y modernos de ambos lados de la frontera.
Esta indivisibilidad de los “vecinos distantes” y el “laberinto de la soledad” en el que se pierden los pobres, los migrantes indocumentados y las minorías étnicas y raciales de nuestros dos países se puede entender mejor si uno retoma la lectura de las obras maestras de Alan Riding y Octavio Paz. Los autores captaron a la perfección, en el Siglo XX, la realidad de quienes somos como mexicanos y una compleja relación entre dos naciones muy desiguales. La asimetría y la complejidad (sin China) se mantienen aún en tiempos de transformaciones coloniales y del aparente declive de un imperio.