El reconocimiento social de las trabajadoras del hogar es una deuda histórica.
En el mes de conmemoración del Día Internacional de la Mujer una de las grandes agendas sociales pendientes se encuentra en el pleno reconocimiento de la contribución social de las personas trabajadoras del hogar remuneradas y sus derechos laborales.
Por Jiroko Nakamura Zitlalapa López:
«La mayoría de las trabajadoras del hogar no tenemos vacaciones, aguinaldo, o prestaciones, sufrimos discriminación, todo eso es parte de las dificultades con las que lidiamos, además de que el trabajo en el hogar, jamás acaba, es muy cansado».
María Adela Santos Borges tiene 60 años y la acompaña siempre un mandil floreado y una sonrisa dulce.
Como parte de esta edición de #MujeresQueLuchan, acompañamos a María Adela en un día de trabajo, ella nos compartió parte de su vida y su relato y ésta es su historia.
Al ser concebido como «un servicio doméstico» connotación que es errónea, se agudiza la falta de reconocimiento del valor social que implica realizar trabajo de cuidados y del hogar y por lo tanto, el avance hacia el pleno reconocimiento de los derechos humanos laborales de este sector, aún es lento.
Su jornada comienza a las 3:30 am, cuando la mayoría duerme. Prepara su café para desayunar con una pieza de pan. Se arregla y una hora después emprende el camino hacia la Ciudad de México desde Chimalhuacán, Estado de México.
«El chiste es salir temprano para evitar las filas y congestionamiento en Pantitlán”, que es la estación del metro más cercano a su combi.
Cuatro horas de su vida diaria transcurren entre el transporte público, el Metro y caminar para comenzar su labor como trabajadora del hogar.
Unas 72 horas al mes y al año sumarán aproximadamente 864 horas solo en el trayecto. El costo será de aproximadamente cincuenta pesos diarios, es decir, el 15 por ciento de su salario.
Mary, como le gusta que le llamen, comenzó a trabajar a los 12 años de edad, acompañando a su mamá a las casas donde ella trabajaba, ella limpiaba mientras su mamá lavaba y planchaba.
Ella forma parte de las más de un millón 720 mil 145 personas que pertenecen a la población flotante diaria que habitan en el Estado de México y que se trasladan a la Ciudad de México a trabajar y estudiar.
LOS RIESGOS
Chimalhuacán, es uno de los 125 municipios del estado de México. Se ubica en la zona oriente del mismo y es parte de la Zona metropolitana del Valle de México, y asentado en grandes extensiones donde era zona de basureros a un costado del Bordo de Xochiaca.
Los datos oficiales señalan que la percepción de inseguridad en este lugar ha aumentado, según datos de la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (ENSU) del Instituto Nacional de Geografía e Informática INEGI, el 81.4 por ciento de la población en Chimalhuacán se siente insegura y los delitos han incrementado considerablemente.
Al preguntarte sobre si percibía riesgos en su trayecto, Mary señaló que la falta de policía y alumbrado le producen temor: «Donde vivo yo sí hay mucho peligro, yo salgo a las 5 de la mañana, y me voy con mucho cuidado».
Desde hace dos años tuvo que reforzar la seguridad en su casa y hacia su persona, ante el fallecimiento de su esposo, José Mendoza con quien compartió 39 años, “mi vida ha cambiado, él era mi más grande compañía y un apoyo incondicional”. Mary y José compartieron muchos sueños que llegaron a realizar con el esfuerzo de su trabajo diario.
Su casa es el reflejo de esa armonía y un entorno amoroso: un orden perfecto, las paredes recién pintadas y cada mueble en su lugar “mi esposo hacía de todo y era muy apreciado: pintor, albañil, electricista, plomero, creo que hicimos un buen equipo”, recuerda.
SU DÍA A DÍA
Mary ha vivido diferentes experiencias, al preguntarle si consideraba que la sociedad reconoce la labor de las trabajadoras del hogar, ella contestó:
«Hay personas con las que yo antes trabajaba que no valoraban mi trabajo, otras que no me pagaban, otras que se sentían superiores, incluso, en una ocasión una de mis patronas me dijo que yo era una simple criada, que no éramos iguales».
Nos cuenta que siempre que llega a una casa nueva a hacer las labores «trato de impresionar con mi trabajo y que quede satisfecha para que vea el cambio, trato de hacer lo mejor que puedo para que queden contentos».
El trabajo de cuidados al igual que el trabajo en el hogar es imprescindible y comparte la invisibilidad social y la adscripción al género femenino. Es la división sexual del trabajo lo que materializa y provoca que se reproduzcan las lógicas propias de las sociedades de clases, es decir, la profundización de la desigualdad de género, clase y pertenencia étnica, entre otras. Desde aquí es importante repensar los cuidados como una responsabilidad colectiva y no como una cuestión individual y privada.
EL TRABAJO EN EL HOGAR
Es el conjunto de actividades dirigidas a la producción de bienes y servicios cuyo objetivo es el mantenimiento de la vida humana mediante el cuidado, educación y bienestar de la población, es uno de los ámbitos más opresivos, invisibilizados y desvalorizados, pues se inscribe en el espacio privado y que se atribuye social e históricamente a las mujeres y a las niñas.
¿Y qué pasa cuando se invisibiliza la labor de millones de personas trabajadoras del hogar, que en su mayoría son mujeres?
Al ser concebido como «un servicio doméstico» connotación que es errónea, se agudiza la falta de reconocimiento del valor social que implica realizar trabajo de cuidados y del hogar y por lo tanto, el avance hacia el pleno reconocimiento de los derechos humanos laborales de este sector, aún es lento.
En México de acuerdo con datos de la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT) 2019, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el promedio de horas a la semana dedicadas al trabajo en el hogar y de cuidados no remunerado en las mujeres de 12 años y más es de 30.8 horas promedio a la semana mientras que los hombres en el mismo rango de edad registraron 11.6 horas semanales.
Entre 2020 y 2022, las trabajadoras del hogar en México lucharon para obtener el derecho a la seguridad social obligatoria, y aunque lo lograron, menos del 2% de ellas está inscrita en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y hasta febrero de este año se reportaron 56 mil 92 personas afiliadas en este rubro.
En este sector también existe una brecha laboral significativa, el ingreso de las mujeres es casi 20% menor que el de los hombres.
El mantenimiento y cuidado de la vida en el espacio privado tiene un impacto en el desarrollo en la vida en el espacio público y depende, en gran medida, al trabajo del hogar no remunerado que tiene un valor económico pues equivale a 6.8 billones de pesos es decir, al 26.3% del Producto Interno Bruto (PIB) del país.
LAS CIFRAS
En América Latina de acuerdo con los datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) entre 11 y 18 millones personas se dedican al trabajo del hogar remunerado; 93 por ciento son mujeres.
Por su misma concepción, esta labor es una de las ocupaciones más precarizadas, con jornadas de trabajo más extensas, bajas salarios, escasa o nula cobertura de seguridad social, discriminación e incluso violaciones a los derechos humanos de las mujeres que lo ejercen.
En México hay 2.5 millones de personas trabajadoras del hogar, de las cuales 90.2% son mujeres y 9.8 hombres según los datos más recientes del INEGI, es decir que, de cada 10 personas dedicadas a esta labor, 9 son mujeres.
Y aunque en 2020 México ratificó el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo para adoptar medidas que aseguren la promoción y protección de sus derechos humanos aún existen grandes retos para el cumplimiento efectivo de los derechos que exige este sector a través de la participación activa y organizada.
La mayor parte del tiempo, Mary, además de ser una mujer trabajadora, es cuidadora. Dos veces a la semana, una de estas posterior a su jornada de trabajo, va al mercado a comprar alimentos, hace de comer, convive, baña y se hace cargo de su madre de 94 años de edad. Ella, como muchas otras mujeres, utiliza parte de su tiempo libre para gestionar los cuidados necesarios hacia alguna persona integrante de su familia.
El trabajo de cuidados al igual que el trabajo en el hogar es imprescindible y comparte la invisibilidad social y la adscripción al género femenino. Es la división sexual del trabajo lo que materializa y provoca que se reproduzcan las lógicas propias de las sociedades de clases, es decir, la profundización de la desigualdad de género, clase y pertenencia étnica, entre otras. Desde aquí es importante repensar los cuidados como una responsabilidad colectiva y no como una cuestión individual y privada.
Mary y su mamá Juana Borges de Rosa en un encuentro cotidiano.
«A pesar de que mi esposo ya no está conmigo, pues yo sigo con mi rutina. Antes los gastos eran compartidos, ahora, ya no… Para mí es un entretenimiento salir a trabajar, y seguir porque así no me deprimo más, porque es muy fuerte estar en la casa, y ver todo lo que me recuerda a él, por eso me salgo a trabajar… [ ] Lo que más extraño es ir a todos lados juntos tomados de la mano».
En su tiempo de descanso y esparcimiento, Mary disfruta el hogar que fue construido por su esposo, el señor José, para ellos y sus tres hijos, gracias al trabajo y ahorro de ambos.
Mary disfruta de sus nietos y sus hijos, ellos han sido su soporte emocional.
«Mis hijos no me han dejado sola, siempre han estado conmigo, me acompañan, me hablan por teléfono, y los domingos me llevan a los niños para que estén conmigo, nos juntamos. Cada uno de mis hijos tiene algo de mi esposo y me siento bien de que sean hombres buenos y, trabajadores y responsables, como él.»
«Hasta que Dios diga ya no trabajes, pues ya no trabajo».
María Adela Santos es una mujer trabajadora, que día con día se levanta con la satisfacción de realizar una valiosa labor, y que, a pesar de la adversidad, mantiene un semblante sereno.
Fotoreportaje en: https://sprinforma.mx/especiales/mujeres-que-lucha?fbclid=IwAR3aIlaTLaxD35gDM59WPPtGTMlT6X4kVY-r2wXGWGarWjDNWyedsRAAiz8