Clara García Sáenz
Quedamos de vernos en la puerta principal del Panteón del Cero Morelos, llegué 10 minutos antes y ahí estaban ya listos mis alumnos de primer semestre; junto a ellos, mis exalumnos creadores del proyecto “De arribos y despedidas” (que visibiliza desde la gestión del patrimonio cultural, espacios históricos de Ciudad Victoria) a quienes les había pedido nos guiaran por las tumbas históricas.
Para esa hora había un trajín en el lugar, las florerías desbordadas de cempasúchil, graffiteros pintando murales en la recién blanqueada flechada del panteón, gente descargando de sus carros cubetas, escobas, pintura y adornos para arreglar las tumbas, los trabajadores municipales quitando la maleza, barriendo y haciendo reparaciones.
Antes de entrar, saludamos al cronista de la ciudad, el maestro Francisco Ramos Aguirre, quien se preparaba para dar una entrevista en televisión, platicó brevemente con los estudiantes y pactamos una reunión para que les hablara del oficio de historiar la ciudad.
Recorrimos la parte histórica del panteón entre el ir y venir de la gente, conocimos la tumba de Juan B. Tijerina, del obispo rebelde Sánchez Camacho, de Teodosia Castañeda, el nicho de la familia Filizola, el paredón de fusilamiento de Alberto Carrera Torres y la capilla en ruinas de la familia Escandón entre otros monumentos.
Nos despedimos casi al mediodía de mis exalumnos Arturo, Alberto y Rosy que después de oírlos como guías del recorrido, me quedó la sensación del deber cumplido por todas las horas en que soportaron escuchándome hablar sobre el patrimonio cultural y la valoración de los bienes culturales.
Ya rumbo a la Universidad mis alumnos me invitaron unas flautas de harina en la cafetería de la Facultad de Comercio y Administración Victoria, que estaba totalmente vacía y disponible para nosotros debido a que seguimos en clases a distancia.
Animados por el recorrido empezaron a platicar acerca de la destrucción del patrimonio cultural y el poco interés que las autoridades ponen en su conservación, eso dio pie a que les hablara de la terrible plaga del turismo cultural, los pueblos mágicos y la gentrificación de lugares históricos.
El tiempo se nos fue y ya cerca de las dos de la tarde me despedí para ir al evento de altares de muertos que la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales había organizado en la plaza Juárez, que aún con clases a distancia tomaron la decisión de hacerlo presencial.
Cuando la maestra Edith me invitó a ser jurado de los altares me hizo la aclaración que serían presenciales a lo que no puse reparo, al contrario, la felicité y le dije que ya estaba haciendo falta que nos empezáramos a ver.
Cuando llegué a la plaza aquello eran un festín, el entusiasmo de los universitarios siempre es una vitamina que alimenta el alma y nos produce alegría. Volver a ver la magia de los alteres de muertos hechos por los estudiantes me hizo olvidar mucho por lo que hemos pasado este año y medio, todos los presentes con cubreboca trabajando a rayo de sol, pero sin calor, el ambiente parecía mitigar el estrés al que hemos estado sometidos tantos meses.
Las sorpresas agradables fueron ver el trabajo de jóvenes del primer semestre que sin conocerse, sin nunca haberse visto, lograron ponerse de acuerdo para concursar y llegar a la plaza para trabajar como equipo, viéndose en persona por primera vez, logrando un buen resultado y proyectar un gran compañerismo.
Luego vino el concurso de catrinas, donde la creatividad, la presencia escénica y la originalidad en los trajes diseñados por los alumnos fueron un verdadero derroche de talento. Al verlos pensaba “creo que todos queríamos salir ya de casa y vernos, vernos de carne y hueso”.
Regresé por la tarde a casa con el corazón contento y cargada de energía, la pandemia sigue, estoy consciente de eso, pero también la vida.
Creo que no tenemos derecho a negarles a los jóvenes su necesidad de sociabilizar; cierto, corremos permanentemente riesgos, pero no estamos en la condición de desprotección en la que nos encontrábamos hace un año; así como nos preocupa reactivar la economía, más debe preocuparnos reactivar la escuela, porque el capital social está en riesgo.
Cargo muchas tristezas en el corazón por la pérdida de seres muy queridos que la pandemia se llevó, yo misma sufrí covid, estoy consciente que esto no ha terminado, pero de la misma manera en que fui promotora incansable del “quédate en casa” hoy creo necesario que debemos regresar a las escuelas, por salud mental y social. Email: [email protected]