Pedro Alonso Pérez
El 7 de julio de 1952, fuerzas de seguridad del Estado mexicano masacraron una manifestación de simpatizantes del general Miguel Henríquez Guzmán, en la Alameda Central de la Ciudad de México. Trabajadores, campesinos, jóvenes y mujeres -gente del pueblo- que pretendían festejar la “victoria” de su candidato presidencial cayeron muertos o heridos, por balas y golpes de la represión militar y policiaca aquella triste tarde. “Los alcances sangrientos de este hecho, olvidado y evadido por la historiografía mexicana, podrían alcanzar las cifras del 2 de octubre de 1968, o incluso más”, dice el Informe sobre violencia política de Estado en México elaborado por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y publicado en agosto de 2022. Según este documento oficial, participaron de manera coordinada en dicho “evento”: el Estado Mayor Presidencial, una Brigada del Ejército, la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y todas las fuerzas policiacas.
Para entender mejor aquel acontecimiento, hay que remitirse al contexto del alemanismo. Miguel Alemán Valdez fue presidente de la República de 1946 a 1952 y durante su mandato se dio un giro hacia la derecha en la vida política mexicana. El llamado “primer civil” electo como presidente, fue también el primer candidato presidencial del PRI, partido que en 1946 acababa de adoptar ese nuevo nombre y modificaba sus documentos básicos. En este sexenio se aprobaron cambios sustanciales a la Constitución que alteraban el anterior rumbo del país, para seguir la ruta de un desarrollismo económico en el marco de la guerra fría que se iniciaba. Como escribe el historiador israelí Tzvi Medin en su estudio El sexenio alemanista: “En el Programa de Gobierno Alemán estipula claramente que “el Estado debe brindar la más amplia libertad para las inversiones particulares, reconociendo que el desarrollo económico general es campo primordialmente de la iniciativa privada” y que solamente “aquellas empresas indispensables para la economía nacional a las que no atienda la iniciativa privada serán fomentadas por el Estado”. Es decir, el postulado fundamental del viejo liberalismo económico regiría la política en la materia durante ese sexenio.
El incremento acelerado de la producción, industrialización, expansión del mercado interno y una “paz social” sometiendo a los sectores populares fueron propósitos de aquel proyecto de desarrollo capitalista para México. Naturalmente, se priorizó a la industria frente a la agricultura, a la ciudad frente al campo, al capital frente al trabajo, a los empresarios por encima de los obreros; no hay que olvidar que durante este tiempo nació el llamado “charrismo sindical” en 1948 y que el presidente Alemán nunca vaciló en utilizar al Ejército para reprimir movimientos sociales, como ocurrió contra los petroleros, ferrocarrileros y otros sindicatos.
Abandonando, como se consideró entonces, “el programa de la Revolución mexicana” y endureciendo el autoritarismo.
Y contra esa forma de gobernar se levantó el movimiento henriquista. Encabezado por el general Miguel Henríquez Guzmán cercano al cardenismo, quien organizó la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano (FPPM) para oponerse al alemanismo y postularse candidato presidencial en las elecciones de 1952, enfrentando al candidato oficial, Adolfo Ruiz Cortines del PRI.
El propio general Lázaro Cárdenas le dio cierta cobertura al movimiento henriquista; al menos en la primera etapa de campaña electoral su hijo Cuauhtémoc, y su esposa Amalia Solórzano participaron abiertamente apoyando al candidato de la FPPM. Fue una intensa campaña por todo el país, la que realizó Henríquez Guzmán agitando la bandera de la democracia y generando un potente movimiento cívico y popular.
Según el testimonio de Enrique Quiles Ponce, destacado militante del henriquismo, en su libro Henríquez y Cárdenas ¡Presentes! Hechos y realidades de la campaña henriquista, el recorrido por Tamaulipas fue todo un éxito; acompañado por el general Francisco J. Múgica, Francisco Martínez de la Vega y el líder agrario Graciano Sánchez, entre otras personalidades, el candidato presidencial realizó su gira del 21 al 28 de abril de 1952: estuvo en Nuevo Laredo, Matamoros, Valle Hermoso, Ciudad Victoria, El Barretal municipio de Padilla, Ciudad Mante, Tampico y Ciudad Madero. Donde hubo nutridos mítines, agitadas asambleas y encuentros especiales. Por ejemplo, visitó la Escuela Normal Rural de Tamatán en las afueras de la capital tamaulipeca, y en cada lugar los mensajes tocaban el tema más sensible para la región: el petróleo en Tampico, los derechos laborales en Madero, el problema agrario en la frontera con el acaparamiento de tierras y los “campesinos nylon”, etc. En Ciudad Victoria, Martínez de la Vega dijo: “…Ahora los ricos son más ricos, mientras los pobres son más pobres, los favoritos son más insolentes, los gobernantes menos populares, los impuestos más elevados y los beneficios que el pueblo recibe del gobierno, menos importantes, cada vez…”. Pero el evento más grande se llevó a cabo en Matamoros, donde, según las cifras henriquistas, se reunieron cincuenta mil personas; parece exagerado, pero las fotografías de este “fabuloso” mitin, muestran varios miles, con fuerte presencia de campesinos.
Para esa recta final de la campaña, el henriquismo ya sufría del acoso gubernamental: sabotajes, persecución y asesinatos selectivos que se incrementaron al acercarse la fecha de la jornada electoral. Después vendrían las masacres como la del 7 de julio. Y en los dos años siguientes, la represión no se detuvo, incluso llegó hasta las puertas de la casa de Henríquez, en Paseo de la Reforma de la capital mexicana. Así, en 1954 se le retiró el registro electoral a la FPPM y se le concedió – en maniobra de la Secretaría de Gobernación – registro al Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM), que buscaba aglutinar militares para sacarlos del henriquismo; el PARM fue un remedo opositor, conocido históricamente como “partido palero” a nivel nacional, aunque en Tamaulipas tuvo una época de lucha opositora durante los años setenta.
Varios historiadores y otros estudiosos sociales se han ocupado del henriquismo, destacadamente Elisa Servín en Ruptura y oposición. El movimiento henriquista, 1945-1954; pero a la luz de nuevos documentos de archivo – sobre todo en los archivos de la represión – y otros documentos oficiales como el Informe sobre violencia política, el informe histórico de la extinta FEMOSPP y otros similares, valdría la pena recuperar esa memoria olvidada y seguir construyendo su historia.