Por Juan Becerra Acosta/La Jornada
El juicio contra Genaro García Luna tendría que ser el inicio del fin del destape de una cloaca de impunidad que, a diferencia de lo que percibe la población estadunidense, no sólo ocurrió de este lado de la frontera, donde, durante el sexenio de Felipe Calderón, las fuerzas de seguridad del país sirvieron como brazo armado a un grupo criminal y se encubrió una política de reordenamiento social para extraer riquezas y desplazar poblaciones. Sería por demás ingenuo pensar que del otro lado del río Bravo, donde la Agencia Central de Inteligencia CIA y la Administración Federal Antidrogas (DEA, por sus siglas en inglés) otorgaron premios y reconocimientos a García Luna, a la droga le salga alas y se distribuya sola.
¿Quiénes son los grandes jefes del narcotráfico detenidos en territorio estadunidense? Resulta por demás extraño que quien encabeza esta lista sea el estratega de la llamada guerra contra el narcotráfico
de Felipe Calderón, García Luna, y que debajo de él sólo aparezcan uno que otro distribuidor local, algún agente de la DEA acusado de colaborar con cárteles latinoamericanos –pero no con otras autoridades estadunidenses– y en su mayoría narcomenudistas , vendedores de dosis en la calle que no tienen ni idea de cómo, más allá de lo que a ellos corresponde, se distribuye la droga en el país que tanto la demanda y consume.
Las muertes por sobredosis, nada más de opioides, alcanzan cada año cifras récord en Estados Unidos. Entre febrero de 2021 y 2022 al menos 109 mil personas murieron por esa causa. Para tener idea sobre la cantidad de consumo de drogas que hay en el país de las libertades, al menos 20 millones de personas mayores de 12 años sufrieron en 2021 trastornos mentales por uso de sustancias, dato al que se le habrá de sumar una cifra negra que no debe ser menor. Cada día en el vecino país del norte, nación que desde 1775 está en guerra, mueren más personas a causa de la droga que de los conflictos bélicos.
Es mucho más fácil conseguir una dosis de cualquier tipo de sustancia ilegal en Estados Unidos que en México. Antes de que en distintas regiones de ese país se permitiera el uso de la mariguana, su empleo era tolerado y normalizado. En la actualidad esta normalización y tolerancia al consumo de sustancias prohibidas continúa, tanto que para un joven menor de 21 años es más sencillo conseguir una dosis de cocaína que una cerveza, lo único que tiene que hacer es salir a la calle, caminar por un parque o bajo puente, y será cuestión de tiempo para que se encuentre con un camello que le surta los gramos que requiera.
A pesar de que el destino final de las sustancias ilegales producidas en Centro y Sudamérica es territorio estadunidense, y que su precio se quintuplica una vez que llega a ciudades como Nueva York, Chicago o Filadelfia, el gran y principal esfuerzo de lo que en Estados Unidos llaman combate a las drogas
no está en su territorio, sino del otro lado de su frontera sur, aquí en México, nación en la que ellos parecen creer que se da, exclusivamente, el problema de que millones de sus ciudadanos sean consumidores.
Estados Unidos pone los adictos, el dinero y las armas. En México ponemos la droga y los miles de muertos que su producción y trasiego causan, y en medio de esta triste ecuación de miseria y muerte, Genaro García Luna fue durante un sexenio encargado de la seguridad en México y hombre de confianza de la DEA, mientras, al mismo tiempo, operaba para el cártel de Sinaloa. Imposible que Felipe Calderón no lo supiera, resultaría absurdo que la DEA tampoco. García Luna antes de ser nombrado secretario de Seguridad ya tenía nexos con el crimen organizado, la operación tuvo que haber sido en conjunto entre todos ellos y, vayamos a saber, quienes más.
Se inicia el juicio contra García Luna, se espera que se obtengan pruebas que vinculen a quienes, en México, operaron para que el país fuera un narcoestado sumido en una absurda guerra que intentó legitimar a un presidente espurio causando cientos de miles de muertes y una descomposición social cuyos estragos han causado heridas profundas y pérdidas irreparables. También se espera que se destape la cloaca de corrupción e impunidad del otro lado de la frontera, donde la droga va y no parecen existir cárteles que la distribuyan, porque nada más escuchamos de adictos, pero no de narcotraficantes que les surtan. Ya veremos a qué arreglos se llega en un juicio que, de responder a la justicia, tendría que alcanzar a los más altos niveles de la política en Estados Unidos entre 2006 y 2012.
El link original en La Jornada: