Guadalupe Correa-Cabrera
El presente texto es sólo un muy breve resumen de lo que he expresado recientemente con respecto al juicio de Genaro García Luna que, si todo sale bien, inicia hoy lunes 9 de enero. Dado que este esperado evento se ha pospuesto en múltiples ocasiones, todo podría suceder. No obstante lo anterior, tarde o temprano concluirá este proceso y se dictará una sentencia definitiva en el caso de las acusaciones por narcotráfico contra quien fuera el hombre fuerte y mano derecha en temas de seguridad del expresidente que declaró una “guerra contra las drogas”, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa. Desde entonces, y en el marco de llamada “Iniciativa Mérida”, hoy “Marco Bicentenario”, inicia un proceso que ha resultado en la muerte de cientos de miles de personas, así como en dinámicas perversas que hasta hoy se mantienen por la misma inercia de una estrategia de securitización inspirada, avalada y quizás hasta diseñada (en parte) por Estados Unidos, y puesta en marcha por hombres que hoy son acusados de narcotráfico en el vecino país.
Es curioso darse cuenta de cómo esta trama—que involucra a políticos mexicanos, narcotraficantes y autoridades de México y Estados Unidos—parece haber sido vaticinada en una popular serie de Netflix y Univisión titulada “El Chapo”. Pero ello parece ser meramente una gran coincidencia, a tal grado que ya se llevó a cabo el juicio de “El Chapo” y está próximo el juicio de quien parece inspirar al personaje de Conrado Sol, es decir, del mismísimo García Luna. Llama también la atención que los dos juicios se llevan a cabo en Nueva York, con el mismo Juez encargado, Brian Cogan, y con los mismos medios y reporteros cubriendo minuto a minuto cualquier evento relacionado. Así, una taquillera serie de Netflix se convierte en realidad, y su puesta en escena estaría a cargo del Juez Cogan, las diferentes instancias del Departamento de Justicia encargadas del proceso y los medios que parecen recibir (filtrada) la exclusiva de este caso como Vice News que trabaja en mancuerna con la revista Proceso—quizás para darle un toque de más “credibilidad”, mexicanidad y suspenso a toda la trama.
Independientemente de lo novelesco de todo esto, vale la pena intentar pronosticar lo que sucederá en este caso al final. Y no parece difícil dado que el sistema de justicia estadounidense en casos de narcotráfico y otros delitos de alto impacto—como la trata de personas—funciona de forma consistente y previsible. Dicho sistema no opera necesariamente en favor de las víctimas de desaparición forzada, muerte por sobredosis de drogas, explotación sexual, trata laboral y otros flagelos, sino de las agencias de seguridad mismas y de agendas que van mucho más allá de los casos judiciales relevantes. Al final, las sentencias parecieran reproducir las narrativas que protegen los intereses de los grandes capitalistas—como la industria farmacéutica, las compañías productoras de armas, los bancos donde se lava el dinero, la industria del entretenimiento, los grandes medios corporativos y las agencias que pretenden hacer justicia sin lograrlo, pero que reciben jugosos presupuestos.
Tengo dos hipótesis sobre lo que podría pasar en el caso del juicio de nuestro Conrado Sol “verdadero”, quien nunca creyó que después de su enorme lealtad a los funcionarios de alto rango y a las agencias de seguridad estadounidenses—particularmente las afiliadas al Departamento del Justicia como la DEA y el FBI—sería detenido, encarcelado y colocado en el banquillo de los acusados. Siempre me llamó la atención su aparente osadía y cinismo al supuestamente recibir sobornos en maletines que ascendían a varios millones de pesos como lo declaró Jesús “El Rey” Zambada, hermano de Ismael “El Mayo” Zambada, socio de “El Chapo”.
Lo que más me sorprende es que se llevaba tan bien con la plana mayor encargada de la seguridad y con actores clave de las agencias estadounidenses. Asombra que el “cínico” (García Luna) pudo engañar los “inocentes” funcionarios estadounidenses que no se dieron cuenta de su maldad y sus vínculos con el narco—pero que harían justicia al final. La realidad supera la ficción de las series de Netflix al parecer, pero en cierto modo pareciera inspirarse en ellas. La mejor serie sobre “El Chapo” es la que se filma ahora en Nueva York y es contada por Vice News y sus “fixers” mexicanos o caribeños. Estos últimos generan una narrativa conveniente para el sistema por medio de las filtraciones que reciben puntualmente. Así, nos tienen en suspenso e informados (pareciera que) a través de las agencias.
La primera hipótesis sobre lo que puede pasar con respecto a este juicio es que finalmente, y después de muchos intentos, Genaro esté dispuesto a declararse culpable y a negociar una pena menor. Esta sentencia, según reporta la revista Proceso, podría ir de “cadena perpetua como pena máxima a 20 años de prisión como mínima” en caso de declararse culpable hasta sólo siete años si acepta finalmente la proposición del Departamento de Justicia (https://www.proceso.com.mx/nacional/2023/1/5/fiscales-de-eu-entregan-la-corte-lista-de-nuevos-testigos-para-juicio-de-garcia-luna-299790.html). Esta opción no se considera descabellada de ninguna forma y sorprende que el acusado aún no haya sucumbido a esta tan atractiva propuesta.
Quizás lo anterior sea por “honor” (lo que francamente dudo) o por “ego” de García Luna, o tal vez es parte de la negociación misma. No obstante, esta primera hipótesis, en lo personal, me parece sumamente probable, particularmente porque supuestamente el Gobierno estadounidense cuenta con cuantiosísimas pruebas en contra de García Luna. Dichas pruebas lo podrían refundir en una cárcel de máxima seguridad de por vida, y se apoyan en los casos abiertos de sus otrora colaboradores Luis Cárdenas Palomino y Ramón Pequeño García, así como en las declaraciones de Iván Reyes Arzate. [Ojo: los dos primeros personajes son señalados por la justicia estadounidense como parte de una conspiración para traficar droga a ese país, pero la justicia mexicana los acusa más bien de tortura por el caso “Florance Cassez”].
También se preparan los múltiples testigos protegidos [entre ellos quizás el mismísimo Edgar Valdez Villareal, alias “La Barbie”] para apoyar en la encomienda, o más bien en lo que pareciera ser parte de la presión para una negociación ad hoc para todas las partes. Y sería en efecto “ad hoc” tanto para García Luna como para las autoridades estadounidenses, dado que estas últimas colaboraron muy de cerca con el Gobierno mexicano y en especial con el ahora acusado. Llama la atención la cobertura en medios internacionales y el análisis de agencias y comentócratas estadounidenses, quienes se enfocan únicamente en el papel de los narcos y los mexicanos corruptos—sin sugerir siquiera el aval de aquellos actores estadounidenses ubicados en las altas esferas del poder y cercanísimos a García Luna, como lo muestran las fotos, las cartas y reconocimientos que otorgaron a quien fuera Secretario de Seguridad Pública en tiempos de Felipe Calderón.
En los preparativos de este procedimiento judicial, cabe destacar que los fiscales estadounidenses pidieron al Juez Cogan que queden excluidos del juicio elogios de altos funcionarios y políticos estadounidenses hacia García Luna como parte de su defensa. Lo anterior no resulta sorprendente debido a que pareciera ser que en el sistema de justicia estadounidense no se hace justicia a las víctimas reales de delitos, sino que se defienden las agendas de actores poderosos y los grandes intereses corporativos. Ello ha quedado sentado en numerosos juicios históricos que se centran sólo en algunas personas—a quienes los medios y las agencias convierten en únicos villanos—quedando impunes los crímenes en realidad y perdonando a los verdaderos culpables de “cuello blanco”. Esto queda de manifiesto en casos como el papel de las farmacéuticas en la crisis de los opiáceos y adicción al fentanilo en la Unión Americana, así como en la responsabilidad de las armerías en los decesos relacionados con el tema de las drogas y la supuesta guerra en contra de éstas.
Así, mi segunda hipótesis no parece inverosímil tampoco. En caso de que sí se dé el juicio contra Genaro García Luna—lo cual me parece realmente irracional si así lo decide el exfuncionario mexicano que un día fue Secretario de Estado—la decisión final se basará en dichos de testigos protegidos, es decir, en declaraciones de criminales confesos que esperan reducir su condena y que pienso dirán lo que sea para lograrlo—al fin y al cabo son criminales que ya robaron, mataron y traicionaron. Es altísimamente probable que si esto pasa declaren culpable a García Luna como lo hicieron con “El Chapo”. Así se cerrará posiblemente el círculo y sólo resultarán culpables algunos mexicanos corruptos que alguna vez ocuparon los puestos más altos en un sistema de justicia subdesarrollado (García Luna, Reyes Arzate, Cárdenas Palomino y Pequeño García, por ejemplo). Dudo que incluso se toque al exjefe de Genero, es decir, al expresidente Calderón—pero uno nunca sabe.
Y los medios y comentócratas “gringos” seguirán señalando únicamente a sus contrapartes vinculadas con el narco y la corrupción “endémica” en México. Así se refuerzan las narrativas que generan sus medios de comunicación y que se infiltran en la cultura popular a través de las series de Netflix. Lo mismo sucedió en los casos de trata de personas—con fines de explotación sexual—de NXIVM y Ghislaine Maxwell—principal socia y colaboradora en las atrocidades cometidas por Jeffrey Epstein. Así se exonera a los miembros de la élite internacional vinculados con el poder verdadero y profundo en la economía más grande del orbe. Esta es la atroz impunidad que prevalece en un país que hasta hace poco fuera el más poderoso del mundo.
Sólo caen en prisión los perversos villanos, a quien dan vida la prensa internacional y las series de Netflix. Sólo reciben una pena—a veces demasiado corta para los crímenes que cometieron—aquellos que cayeron en desgracia y que eran sólo las cabezas más visibles [aunque también culpables, por supuesto] de grandísimas mafias, que por su complejidad ocultan las conspiraciones reales de una élite del poder que opera en distintos niveles. En el caso de NXIVM, por ejemplo, ¿qué pasó con personajes como Emiliano Salinas Occelli o Rosa Laura Junco, hijos de un expresidente mexicano y el dueño del diario Reforma (sólo por dar dos ejemplos), respectivamente? En el juicio de Ghislaine Maxwell, ¿que castigo recibieron los principales comparsas—miembros de la verdadera élite del poder—de Jeffrey Epstein? Ninguno, al parecer.
En realidad, el sistema de justicia en el mundo desarrollado (o como dicen algunos, en el Norte Global) parece ser una gran farsa, aún más que en el Sur Global. Se juzga y se encarcela sólo a algunos, que aun cuando son culpables, sólo son miembros de no tan alto perfil de redes criminales que seguirán operando aún sin estas caras visibles y seguirán beneficiando a los verdaderos cerebros, como los accionistas de farmacéuticas, el complejo militar industrial y la industria del entretenimiento. Por lo general, estos actores lavan su dinero en el sistema financiero internacional y anonimizan sus capitales en los grandes fondos de inversión.
El caso de Genaro García Luna es sólo un pequeño ejemplo de cómo opera un sistema de “justicia” que apoya la impunidad en las más altas esferas de la política internacional y el gran capital. Así, en la hipocresía y la aberración de la estrategia kingpin, el protagonismo de la DEA, los juicios contra narcotraficantes originarios del Sur Global, la utilización de testigos protegidos y las negociaciones tras bambalinas, funciona el sistema judicial estadounidense derivado de la guerra contra las drogas que declaró el expresidente Richard Nixon el siglo pasado.
Todo este espectáculo—que va más allá de las series de Netflix y que se ejemplifica en el juicio del “verdadero” Don Sol—me parece de lo más grotesco. Mientras miles de estadounidenses mueren por sobredosis de drogas y sufren los tremendos estragos de la adicción a todo tipo de estupefacientes, al tiempo que entran a la Unión Americana más drogas que nunca en la historia de ese país, el Gobierno estadounidense insiste en arrestar o pedir la extradición de capos mexicanos para luego juzgarlos y negociar con ellos para arrestar más capos. Es un juego de nunca acabar que exime a los verdaderos culpables—o a los “peces gordos”–de los crímenes más atroces a nivel internacional y permite el control geoestratégico por parte de las potencias en el Sur Global.