Francisco Ramos Aguirre
Las cantinas son antros de sanación, donde es posible transitar sobre la angustia y alegría. Nomás los recuerdos permanecen de aquellas cantinas antiguas, destino de burócratas de gobierno, agentes viajeros de mirada sombría, políticos aspiracionistas, músicos ambulantes, jugadores de billar expertos en carambolas, cortadores de henequén y personajes de Victoria.
En otra época, además de los comercios atendidos por chinos, libaneses y españoles; la calle Hidalgo concentró las mejores cantinas locales. Hacer un recuento histórico de bares, salones, billares y cervecerías, nos ayuda a entender las formas de convivencia social y movilidad urbana. Además, su apertura representaba todo un acontecimiento. Por ejemplo, la inauguración en 1945 del Bar Elite -10 Hidalgo-, propiedad de Ramón Alvite, visitado por los ocurrentes hermanos Vicente y Salvador Gil Acuña.
En esta misma calle frente al Mercado Argüelles, se ubicada La Morena de Eleno Gracia, con venta de cerveza Norteña y XX Superior bien heladas, sin faltar la “Sabrosa Botana Diariamente.” De los años cuarenta, sobreviven en la actualidad La Botella atendido por el cochero Eduwiges Puga, donde vendían el famoso mezcal de San Carlos.
Lo mismo destaca El Bristol, Reforma y Mi Oficina que durante varias décadas, han alegrado y entretenido a varias generaciones de parroquianos. En cuanto a sus ingeniosas denominaciones comerciales, nombres de cantineros y ubicación, es necesario echar un vistazo rápido para conocer lo representativo del primer cuadro urbano, en sectores eminentemente populares. Una de ellas fue creada alrededor de los años cuarenta y se llamaba Palacio Huatusco’s Place, -planta baja del Hotel Palacio, 17 Hidalgo-. En diciembre 1945 su propietario anunciaba en El Heraldo: «Esmerado servicio. Limpieza absoluta. Atendida personalmente por Pepín. Compre su boleto para la rifa de una hermosa canasta surtida.» En 1951 el bar pasó a manos y administración de Adolfo H. Montemayor, con venta de cervezas de todas las marcas. Uno de los atractivos era la «Exquisita botana todos los días. Caldo de Oso, Camarón, Queso Amarillo y Patitas de Puerco.»
Otra de la misma época era La Alborada, cantina y billares mejor conocida como El Mar Caribe -22 Democracia- propiedad de Nieves Castañón Lerma, comerciante de enorme fama en el barrio de Tamatán. Un cliente frecuente era un maestro bajacaliforniano apodado El Ciclón, no por su parecido al torero Carlos Arruza, sino porque todos los huracanes salen del Mar Caribe. La cantina preferida de burócratas de gobierno era atendida por Justo Sánchez en el 16 Matamoros, inspiración de poetas populares por cierta piedra azul en la banqueta: En una piedra sentado,/encontrábase don Justo/muy jodido, muy jodido,/pero muy a gusto.
El Gallito de Armando Mancha -9 Hidalgo y Juárez- con un gran anuncio de neón fue célebre por sus bebidas preparadas y venta mariscos y ostiones, traídos de La Puntilla que cierto día, saborearon el dueto Los Bribones, intérpretes de Mil Besos y Sentencia.
Mancha, no escapó a los versos que un poeta popular anónimo, quien los publicó en El Heraldo: “Su cadáver fue encontrado,/en su Cantina El Gallito,/y según me han platicado,/cayó como fulminado,/al beberse un Caballito.” El primer domingo de marzo de 1955 La Movida -11 Matamoros y Morelos- donde se escuchaban en la rockola los éxitos de Chelo Silva y Pedro Infante, ofreció a su selecta clientela el mejor espectáculo y botana.
Ese día sirvieron mole poblano, mientras amenizaban el ambiente el mago e ilusionista Gamberti, además del cantante y profesor Che Quintero: “Con selectas canciones de su variado repertorio.”
Para Botanas, Mi Delirio rezaba la famosa frase del centro botanero que hacía honor a su nombre, cuando los clientes se exedían de copas. “Venga Usted a Saborear la Exquisita Cerveza Kloster. Cuauhtémoc Siempre Triunfa. A sus Amigos no los Busque en su Casa; Están con el Chaparro en el Bar Mi Delirio. Bravo y 9.” Y efectivamente ahí despachaba el célebre, entusiasta y divertido cantinero Rosendo Barrera. Chano Cárdenas era el gerente del El Toreo -15 Juárez y Zaragoza- “No anuncia botana, el cliente la pide” a media cuarda del Palacio de Gobieirno. Después fue adquirido por Arturo Salazar y cerró sus puertas en los años ochenta.
La Cervecería y Billares La Veladora, mejor conocido como El Casino del Pueblo – Hidalgo 14 y 15- contra parte del Casino Victorense, atendida por Pedro Hernández A. experto en preparar cocteles de jaiba, camarón y ostión, acompañados por unas heladas marca Norte, XX y Superior una de las preferidas de Pedro Gatica. BB y VT del 13 Morelos o parafraseando las palabras de Vicente Fox a Fidel Castro “Tomas y te vas,” era una Cantina y Billares -13 Morelos- considerada “El Mejor Sitio de Reunión” donde asistían parroquianos a mitigar la sed frente a una Bohemia bien fría. Más adelante en la esquina del 10, en un lugar de la mancha urbana surgía El Salón Don Quijote, la gran obra de Cervantes convertida en cantina con botana especial, a cargo de Antonio López N.
Para constatar la abundancia de céntricas cantinas en la localidad; una de tantas se llamaba Tres Piedras, marca mezcal del San Carlos. Estaba en el 9 y 10 Morelos, propiedad de Juan Caballero. Lo mismo el Bar Tampico Club, ampliamente conocido por los amantes de Baco que operó durante varias décadas en Hidalgo 15 y 16, cerca de la Plaza Juárez o para mayores señas “Frente al Nuevo Palacio de Gobierno.” Su especialidad eran los cocteles de mariscos frescos, directos del Golfo de México y La Puntilla; además de una amplia variedad cervezas de todas marcas, tequilas, vinos, rones y brandis nacionales y extranjeros. “Exquisita y Especial Botana Sábado y Domingo. Camarones, Ostiones, Jaiba Natural, Huachinango, Robalo y Hueva de Lisa.” Como para chuparse los dedos.
Las cantinas, influyeron en la conformación de una forma de vida y entretenimiento. Los cantineros, protagonizaron numerosas crónicas perdidas en el olvido. Entre ellos recordamos al célebre Alfonso Mendoza El Prieto; siempre atento y cortés atrás de la barra del Manhattan -10 Hidalgo y Juárez-. Un lugar higiénico, eficiente y con buena botana que se ofrecía en el barrio antiguo de Victoria.
Los victorenses de los años sesentas recuerdan con nostalgia la Cantina La Norma en la avenida 17, donde el tiemplo fluía entre brindis de cerveza, canciones de la rockola y pláticas interminables. En fin, abordar la lista de este giro de negocios, representa una labor más exhaustiva, con sus respectivas visitas de campo. Definitivamente, hoy como ayer, las cantinas constituyen los sitios más tradicionales para el entretenimiento de los victorenses.