Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
Llegamos al mediodía a Nuevo Laredo, muchas historias de terror me habían contado acerca de la carretera que va desde Ciudad Victoria a ese lugar de la frontera tamaulipeca. Carreteras estrechas e inseguras si se recorre el libramiento que va desde Allende, Nuevo León hasta Cadereyta; autopista muy peligrosa la que va desde Monterrey a Nuevo Laredo; si se cruza Monterrey demasiado tráfico; ni pensar irse por la de Reynosa-Nuevo Laredo esa es extremadamente peligrosa y solitaria.
En fin, todas las opciones poco efectivas y de mucho riesgo; así, trazando la ruta que resultara más corta y efectiva, tomamos desde muy temprano el camino; en Allende decidimos ir por el libramiento a Cadereyta y, ya con el hambre de las 10 de la mañana, paramos en un puesto de tacos donde vendían empalmes y tacos tapados, estos podían ser de harina o maíz e iban bañados en salsa y queso que impedían verlos.
Sabrosos, llenadores y de buen tamaño nos echamos varios al estómago viajero y sentimos el sabor norteño neoleonés. Tomamos el libramiento a Cadereyta, luego seguimos hacia Apodaca, de ahí al libramiento a Saltillo y finalmente entroncamos con el que llevaba a la autopista a Nuevo Laredo. Carreteras anchas y con mucho tráfico de ida y vuelta, vigiladas y en buen estado; así llegamos muy rápido.
Decidimos cruzar a los Estados Unidos por el puente Juárez-Lincoln, un puente internacional amplio, con muchas garitas funcionando y con un gran operativo de seguridad, en tiempo récord, 40 minutos cruzamos sin mayor problema.
Recorrimos varias tiendas, fuimos a comer, nos hospedamos, por la tarde cruzamos a Nuevo Laredo para la presentación del libro “Victoria de mis Entrañas” en la Facultad de Comercio, Administración y Ciencias Sociales donde recibimos una calurosa acogida con un público variado que iba desde estudiantes y maestros de la UAT hasta miembros de la sociedad dedicados a la cultura, las artes, las letras y la historia, los generosos comentarios de Alfredo Arcos sobre la obra así como la atención del director de la Facultad, René Salinas Salinas, quien dedicó tiempo y esperó hasta el final para que le firmara un libro.
Luego Alfredo nos llevó a la calle de la comida, la calle Campeche; degustamos unos tacos de fajita y recordé que hace 25 años había conocido en esa ciudad los tacos de bistec en tortilla de harina en un puesto callejero, eran exquisitos y en Ciudad Victoria no los conocían hasta tiempo después que aparecieron con el nombre de gringas.
Al siguiente día, después de ver desde la ventana de mi habitación las gigantescas llamas que devoraban una gran tienda de ropa y el espectáculo de policías y bomberos americanos tratando de apagarlas con el viento jugando en su contra, tomamos carretera de regreso a Ciudad Victoria por el lado americano, no sin antes visitar el centro de la ciudad que luce esplendido y no guarda relación con la modernidad de la ciudad porque al adentrarse al centro histórico las tiendas y calles asemejan la arquitectura de Brownsville pero al llegar a la plaza todo se vuelve estilo Nueva Orleans, casas de dos pisos, con balcones metálicos y jardines al frente.
Ahí en la plaza San Agustín, se encuentran varios monumentos, uno que señala que ahí fue el sitio original donde Tomas Sánchez por órdenes de José de Escandón, colonizador del Nuevo Santander, fundó la Villa de Laredo el 15 de mayo de 1755.
Otro del general Ignacio Zaragoza que dice: “Héroe de la batalla del 5 de mayo de 1862, obsequio de México a la Ciudad de Laredo, Texas en testimonio de sincera amistad”, fechada en 1980 y están los nombres de José López Portillo, presidente de México; Jorge Castañeda, Secretario de Relaciones Exteriores; Alfredo Toxqui Fernández de Lara, gobernador de Puebla; Humberto Zamora Treviño, cónsul general de México; Aldo Tatangelo, alcalde de Laredo, Texas y Ramiro Sánchez de la preservación histórica de la villa de San Agustín de Laredo.
Ahí también se encuentra la iglesia católica de San Agustín, construida en el siglo XVIII y rehabilitada recientemente, cuya torre se aprecia desde el lado mexicano y que por su arquitectura espigada da la impresión de ser un templo protestante, tanto el exterior como el interior luce elegante, bien conservada y luminosa.
Las tiendas del antiguo comercio de esta zona están ya en su mayoría cerradas, la gente y las compras se han trasladado a los centros comerciales y se puede leer en una tienda de vestidos un gran anuncio para sus clientes: “Después de 40 años, nos despedimos, aproveche los grandes descuentos”.
Me impresionó que en la ciudad de Laredo se habla español en todos lados, en las tiendas, restaurantes, centros comerciales, nadie se expresa en inglés. Pero aún más impresionada quedé cuando una vendedora se acercó a ofrecerme una tarjeta de descuento y cuando le dije que no, porque no era de ahí, me preguntó de dónde venía, “De Ciudad Victoria” le contesté, “ah de Victoria, Texas” entonces le pregunté a qué distancia estaba esa ciudad “Seis horas desde aquí” me dijo.
Con eso comprendí la lejanía de la capital tamaulipeca y la cercanía con la Unión americana de los neolaredenses. Dicho por Alfredo Arcos “nosotros tenemos relación con tres capitales: Monterrey, Saltillo y Austin”.
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