Francisco Ramos Aguirre
Desde su origen, los bares y cantinas se convirtieron en templos de convivencia social. Establecimientos donde los parroquianos curan sus penas, enjuagan con licor sus frustraciones, brindan en una barra por los buenos momentos y entonan cantos de amores perdidos frente a una copa de vino. A través de las imágenes del cine nacionalista de los años cincuenta y el cancionero popular, es posible entender la importancia de estas instituciones hospitalarias y centros de la cultura mexicana.
El concepto popular de cantina, ha variado con paso de los tiempos. Desde el principio de su existencia, las cantinas se clasificaron de acuerdo a las categorías sociales de 1ª, 2ª y 3ª clase. Además, las célebres frases “No se admiten mujeres, menores de edad y uniformados” y “Nos reservamos el derecho de admisión”, nos hacen pensar que se trataba de un ambiente exclusivo para hombres y determinados estratos decentes de la población.
Para evitar excesos de consumo en alcohol y embriaguez que por lo regular originaban riñas y tragedias, en 1904 el gobierno de Tamaulipas emitió una ley dentro del Código Penal que mencionaba en un artículo: “El dueño o empleado de cantina, o de expendio de licores que sirva licor para alguna persona que a virtud de su ebriedad obre ya inconvenientemente o que comienze a escandelizar en algún modo, será castigado conb multa de dos a diez pesos.”
Sería necesario un estudio para determinar la cantidad de cantinas que han existido en Ciudad Victoria, al menos desde los primeros sesenta años del siglo pasado. La presencia masiva de estos negocios en la capital tamaulipeca, se remonta a más de cien años gracias la industrialización de la cerveza regiomontana en las primeras décadas del siglo XX. El ambiente de estos lugares en aquella época, variaba de acuerdo al barrio, contexto social y tipo de clientela. Algunas localizadas en la periferia, estación del ferrocarril y calles aledañas al mercado, operaban en locales de sillar antiguos con lo más elemental para su funcionamiento: anuncios de cerveza y cigarros, mostrador de botellas, mesas, botana, sinfonola, sillas, hieleras, barra de madera, piso de acerrín petrolizado y migitorios rústicos apestosos a orines.
En cambio, durante la primera del siglo XIX existieron otras como la cantina del Hotel Comercio de Manuel Bustamente en el 9 Hidalgo, donde acudían personajes de la política, empresarios y huéspedes distinguidos; lo mismo el Hotel de la Gran Sociedad -con el mismo nombre de uno que existía en Toluca en 1890- con servicio de restaurante, cantina y billares de primera clase, atendido por Juan Botello. En 1912 el Hotel Español tenía servicio de cantina, billares y bebidas europeas como Champagne. En 1915 se ofrecía el mismo servicio de Salón de cantina y billaras en el Hotel Ambos Mundos, frente a la Plaza Hidalgo. A unas cuadras de este lugar operaba la Cantina La Popular de A. González Torres y Compañía; igual los hoteles Bristol y Universal estabecidos en la calle Hidalgo, tenían cantina y restaurante.
Dice un anuncio comercial del periódico El Contemporáneo de 1915 que La Popular era: “La más céntrica y acreditada cantina de la ciudad ya que goza del mayor prestigio por la pureza de sus vinos y licores que expende.” Otro de los negocios muy visitados en esa época donde turistas y victorenses rendían tributo a su majestad el alcohol, era La Cantina del Teatro Juárez de S. de la Llata donde además de salón de billares, ofrecían a la selecta concurrencia toda clase de licores y Cerveza Cuauhtémoc -Indio, Carta Blanca, Saturno, Bohemia y de Barril-.
Llegaron los Revolucionarios
Durante el mes de marzo de 1912 arribó a Ciudad Victoria el 21º Cuerpo de Rurales, al que pertenecía el Capitán Ramiro Sosa Álvarez quien narra el encuentro armado contra Federico Montelongo en Las Abritas, municipio de Ocampo. Aprovechando uno de los recesos, los ex revolucionarios simpatizantes de Francisco I. Madero se dieron tiempo para disfrutar de los placeres de Baco en una cantina que se encontraba cerca del cuartel, probablemente establecida a unos pasos del antiguo Parián.
La cantina se llamaba El Caracol, a donde llegó Refugio Flores El Choclos, acompañado de otros soldados a tomar. En plana libación estaban “…cuando llegaron los cuidos queriéndoselo llevar al bote, pero como El Chclos no se dejara se armó borlote gordo, de los que se armaban en aquella época. Empezó la balacera de rigor y cual no sería nuestra sorpresa al ver que cuando estaban más nutridos los balazos llegaron con el Sargento Juan Vázquez Cerda en calidad de palomita. Unos lo llevaban por las manos y otros por las piernas, por lo que creímos que estaba muerto a consecuencia del combate de El Caracol.”
El escándalo llegó a oídos del gobernador Matías Guerra, quien avisó sobre el asunto al Comandante de la Zona Gerónimo Treviño, destacamentado en Monterrey, quien ordenó que los condujeran a la cárcel donde jugaban albures con una baraja. La penitenciaría donde estuvo prisionero el general Alberto Carrera Torres, estaba en la calle Matamoros. En las fondas del mercado, a cambio de cincuenta centavos, los soldados comían un huevo, dos guisos, frijoles, tortillas, café y una charamusca.
Hablando de cantinas fifís de 1919, destaca el Jockey Club ubicada en Hidalgo No. 42 propiedad de Francisco Lerma, donde ofrecían diariamente a la selecta clientela sabrosos sandwiches que degustaban con vinos completamente legítimos, mientras los domingos los parroquianos escuchaban música en vivo. “Es el único establecimiento en su género, donde se atiende con Prontitud y Esmero.”
Una de las bebidas de mayor aceptación y consumo en esa época, era el Mezcal de San Carlos “Puro y Legítimo.” Sus principales distribuidores en Victoria eran Abelardo Villarreal, El Águila de Paulino López, El Precio Fijo de Antonio Castro y Manuel Quintero comercializador de otros vinos y licores nacionales y extranjeros. Entre 1920 y 1922 fueron famosas las cantinas y Billares Sevillana propiedad de Diego Muñoz, establecida en un hotel del mismo nombre frente a la Plaza Juárez y otra propiedad de Jesús Lavín en el 7 y 8 Hidalgo.
Sumado a todo esto, la iglesia católica, el gobierno y sociadad civil, emprendieron diversas campañas antialchólicas, para evitar que los hombres cayereran en garras del vicio. Por ejemplo el gobernador de Tamaulipas Emilio Portes Gil, propuso el cierre de “…tabernas durante la tarde del sábado y el día domingo.” Mientras un columnista del periódico Vida Nueva (junio 8 /1921), opinaba que el “…Tequila Cuervo y el pulque curado, han de filtrarse por las hendiduras de todas las vidas y absrverse en los alientos de todos los hombres.”
A pesar de las advertencias y moralización sobre el ocio y los malos hábitos del alcoholismo, la apertura de cantinas, bares, fondas, cafés, giros mixtos, burdeles y centros nocturnos se incrementó notablemente a partir de la década de los trienta. Sobre todo en lo referente al consumo de cerveza de varias marcas, bebida de moderación propia para una ciudad calurosa como la capital tamaulipeca. (Continuará).
(El Independiente/enero 20/1920; Periódico Tamaulipas/diciembre 15/1912; Revista El Legionario/1952;/El independeiente/febrero 9 de 1920; Panamerican Magazine/1907.)