Alicia Caballero Galindo
Cierta tarde, uno de mis nietos preguntaba mientras hacía un alto en un juego bajado de Internet en su teléfono:
-Oye abuela, ¿en qué te entretenías cuando eras niña?, ¡seguro que no había teléfonos celulares! La vida era muy lenta y aburrida.
Soltó una carcajada divertida, él no concebía la vida sin televisión ni medios electrónicos. Era un chico de diez años, yo, tengo setenta. La vida moderna pasa ante nuestros ojos con gran velocidad y, a veces, cuando nos detenemos, nos damos cuenta lo rápido que parecen correr los años a medida que la vida avanza, es un fenómeno natural. Le sonreí y traté de hacerlo entender que los tiempos cambian constantemente. Cuando él sea abuelo, sus nietos se sorprenderán al escuchar sus recuerdos.
-Mira Fermín, cuando era una niña como tú, no había televisión, en nuestra ciudad. En 1940, el mexicano Guillermo González Camarena, inventó la primera televisión, la patentó, y posteriormente la vendió. En 1955 aparecen en la Cd. de México, los primeros canales de televisión, en nuestra ciudad, era novedad ver el canal dos de México, llamado desde entonces, el Canal de las Estrellas, las transmisiones eran en blanco y negro, veíamos caricaturas del Gato Félix y las primeras de Disney, los domingos en la tarde, no nos perdíamos “Teatro Fantástico” era un cuento cada semana, el personaje que los presentaba era Enrique Alonso y su nombre artístico, Cachirulo. Fue hasta las Olimpiadas del 68, que se popularizaron los televisores a color. Las transmisiones, empezaban a las seis de la tarde y mientras entraba la transmisión, aparecía una imagen fija con música de fondo y todos estábamos emocionados con las palomitas caseras en un plato, esperando.
Fermín se levantó de su sillón favorito y se encaminó a la cocina, tomó una naranja del frutero y empezó a pelarla, su pregunta y el olor al zumo de naranja, detonó en mis recuerdos, mil imágenes de mi infancia, dejé sobre la mesa el libro que leía y empecé a platicarle recuerdos que atesoro con gran cariño que, si no los comparto, nunca se enterarían.
-La vida de los niños y niñas de mediados del siglo pasado, era muy distinta a la de hoy, el aroma del zumo de la naranja me hizo recordar mi infancia. En la casa donde nací y crecí, ubicada en una calle céntrica de la ciudad, estaba en un terreno muy grande, era media manzana; al frente había un jardín de rosales que mi madre cultivaba y dos palmeras muy grandes. Atrás de la casa, que estaba rodeada por una banqueta de concreto, mi padre sembró una huerta de naranjos y uno que otro mandarino, construyó una pileta de cuatro por cuatro metros y un metro de profundidad que se llenaba con el agua de una vieja noria de donde se extraía con una bomba que funcionaba con gasolina. En la pileta nos bañábamos mi hermana y yo, a veces invitaba a mis amigas. Dese la pileta, a punta de azadón, se hacían canales en la tierra para regar la huerta, es un sistema muy antiguo que se llama de “agua rodada” el canal iniciaba en el desagüe de la pileta, y por gravedad, el agua era dirigida, había cerca de cien árboles, era divertido regar, había todo un sistema de zanjas con una profundidad de quine o veinte centímetros; comenzábamos con los de la orilla de la calle, cuando los rodetes de cada árbol se llenaban, cerrábamos la compuerta del canal con tierra movida por el azadón y dirigíamos el agua a otra hilera. Era necesario estar muy pendientes porque con frecuencia, los rodetes o los canales, eran abiertos por perros que entraban a la huerta o por tuzas que cavaban sus guaridas. En época de producción, cuando el calor apretaba, nos sentábamos en la sombra de un naranjo que aún no se regaba, cortábamos naranjas, y las disfrutábamos. Me gustaba ver el agua corriendo por los canales, mientras llenaba los rodetes, era divertido imaginar mil historias, cortaba hojas de los árboles y las colocaba en la frágil corriente, imaginando que eran barcos, a veces subía hormigas en las hojas como pasajeros, cuando la hoja se detenía en una piedra o en la orilla las hormigas abandonaban el transporte y seguían su camino. Nunca vendimos la producción de la uerta, se repartía entre los vecinos y familia, cuando era abundante se regalaba a la Guardería Infantil y al Asilo de Ancianos.
Era una vida feliz llena de imaginación de aire, de luz de sol y grandes aventuras. Subir a los árboles era una gran diversión. A lado de la noria, había un framboyán muy grande con gruesas ramas donde me sentaba y me sentía poderosa ver todo desde arriba. También teníamos un gallinero para la producción de huevos, mi padre compraba en EEUU cajas de pollitas sexadas rojas (Rhode Island red) las veíamos crecer, se vacunaban y vivían felices sueltas tenían un techo y dormideros, al atardecer, buscan dónde subirse para pasar la noche.
Cuando mis abuelos maternos pasaban temporadas en nuestra casa, mi abuela me tejía blusas, vestidos, suéteres. Y mi abuelo, era feliz sembrando hortaliza entre los naranjos, cosechaba lechugas, cilantro, rábanos y unas zanahorias dulces y jugosas que eran una delicia, a veces sembraba calabaza que también le gustaba cocinar a mi mamá.
La vida transcurría sin angustias de guerras nucleares ni plagas, ni pandemias. Los médicos de las familias, eran “cura todo” y no se equivocaban, hoy, miran a los seres humanos como un costal de órganos aislados, y no como un “todo” maravilloso. Recuerdo que primero diagnosticaban y recetaban, y después ordenaban análisis, hoy, es al revés…
Caminábamos sin miedo por las calles y soñábamos en cosas mágicas. A los niños y jóvenes de hoy tal vez les parezca una vida cursi, pero teníamos menos “traumas” y nos enderezaban con un buen zape sin que sufriéramos daños psicológicos.
Mi nieto se quedó pensativo, y yo, vi en retrospectiva mi infancia. El tiempo es implacable y cambiante, ¿cuáles serán los recuerdos del mañana?
Alicia Caballero Galindo