BALCÓN DEL PENSAMIENTO
Alicia Caballero Galindo
—Mire, señora, anoche, clarito vi cuando El Rorro se “emparejó” a “La Mona”.
La muy condenada se quedó quietecita sin moverse, sólo entrecerraba los ojitos y resollaba fuerte con satisfacción. El Rorro, como todo macho, la dejó bien panda y una vez terminada la faena, se fue como sin nada, y salió muy giriolo del granero. Con la luz de la luna llena, vi cómo se alejó de ella dejándola exhausta y él, ni siquiera volteó para echarle una miradita. Yo estaba viéndolos desde la ventana.
—¡Ay Carmelina! También ellos tienen derecho, Al parecer, te pegó duro la primavera, ¿qué hacías despierta a esas horas?, la luna se ve después de media noche y tú estabas todavía con el ojo pelón… ¿estabas… sola?
—¡Claro que si señora! Yo no le hago a eso… -enfatizó con ojos pícaros- todavía no se me antoja.
Carmelina era una chica vivaracha que debía tener menos de veinticinco años, de buen ver y simpática, era la empleada doméstica de la casa de doña Maricruz, una viuda respetable que conservaba el señorío y la serena belleza de sus buenos tiempos ¡no tan lejanos!, pero mantenía la puerta de su casa cerrada… se le quedó grabada desde niña aquella frase añeja que hoy parece estar en desuso: “viuda honrada, ¡puerta cerrada!” Aunque en las noches de luna, también ella padecía de insomnio en los últimos tiempos, su marido tenía cerca de dos años de muerto y lo extrañaba ¡bueno! Le hacía falta, más que su alma, su cuerpo… En primavera, cuando la hormona se alborota y el cuerpo pide aquello que por razones obvias no puede tener, Maricruz se agita y se desasosiega, ¡todavía tenía sangre en el cuerpo! y había noches en que le faltaba el aire, sudaba y su mente trabajaba a marchas forzadas para equilibrarse.
Aquella mañana, las dos mujeres platicaban en la cocina, mientras la señora tomaba su taza matinal de te, y esperaba que diera la hora para irse a misa, Carmelina hacía tortillas para el desayuno. Por la pequeña ventana que daba a la calle y que en ese momento estaba abierta, entraba un aire frío pero agradable, en aquel pequeño pueblo pintoresco enclavado a las faldas del Popocatépetl; era reconfortante escuchar los ruidos de la calle; el roce de los pasos sobre los adoquines, los gritos de los pregoneros que vendían pan caliente, verdura fresca y huevos de patio que eran muy apreciados, la vida transcurría tranquilamente, el aire llevaba también aromas de flores y se apreciaban por aquella pequeña ventana los árboles de durazno que empezaban a cubrirse de hojas, y de pequeños frutos.
Las mujeres, platicaban ajenas al movimiento matutino de la calle, no sabían que Timoteo, un enamorado silencioso de Maricruz se fumaba un cigarro a lado de la ventana, sin que ellas supieran, se conformaba con escuchar su voz, un día se atrevería a hablarle de sus sentimientos, esperaría un poco más de los dos años del duelo por la viudez de ella, según las costumbres del pueblo para hablarle de sus sentimientos. Él vivía con su hermana Ramona; ella era soltera, no se casaba por no dejar solo a su hermano, pero Timoteo la había notado rara últimamente, pensaba que tenía un enamorado secreto y que al influjo de la primavera… ella también debía tener sus necesidades del cuerpo y el alma, el tiempo pasaba y … había notado que al pasar por la casa de Maricruz camino a misa, intercambiaba miradas con El Sordo, era el encargado de administrar los bienes de Maricruz desde que murió su esposo. La viuda, tenía una huerta muy grande de frutales que una mujer no podía atender. El Sordo que se llamaba Pedro y de sordo no tenía nada, lo apodaban así porque era terco y no escuchaba a nadie, así son las cosas en los pueblos chicos. El hombre en cuestión, estaba siempre a medio día en una pequeña oficina al frente de aquella casona colonial con historia y Ramona buscaba una excusa para pasar por su oficina casi todos los días. Timoteo le tenía envidia al Sordo porque podía estar cerca de su amada y él no se atrevía a acercarse todavía.
Aquella mañana escuchó a medias los comentarios de la viuda y su empleada; de inmediato se tensó y la sangre se le subió a la cabeza; ¡cómo que El Sordo se había emparejado a Ramona en el granero!, ¡eso no podía quedarse así! Si bien es cierto que Ramona tenía todo el derecho del mundo a buscar a un hombre, ¿por qué hacerlo a sus espaldas? ¡eso no lo podía perdonar! Con el coraje nublando el entendimiento, no quiso escuchar más, se fue a su casa y sin explicación alguna, encerró a Ramona en su recámara diciéndole solamente, “después hablo contigo” la mujer se quedó atónita sin saber qué pasaba pero conociendo el carácter explosivo de su hermano no lo cuestionó y se puso a leer mientras volvía.
Timoteo esperó que fuera medio día para entrar como energúmeno a la oficina del Sordo y se detuvo “en seco” porque ahí estaba con Maricruz frente a su mesa, haciendo cuentas y revisando papeles, ella se sonrojó al cruzar su mirada con la de Timoteo porque siempre le había gustado, pero cuando se casó trató de borrarlo de su mente, pero… desde que estaba sola…se revieron sus ocultos sentimientos.
Cambiando de actitud, sólo acertó a decirle sin quitar los ojos de los de Maricruz con voz entrecortada.
—Hoy en la mañana escuché que Carmelina decía que el Sordo, se había “emparejado” a Ramona y que ella los había visto anoche. Yo sospechaba algo porque mi hermana busca pretextos para pasar por aquí a medio día… ¡pero en la noche! ¡en el granero! A mis espaldas… ¡eso, eso no lo perdono!…
Mientras hablaba su mente se debatía entre la emoción de estar hablando con Maricruz y la rabia de sentirse engañado.
El Sordo se sentía incómodo, amaba a Ramona pero nunca se había atrevido a buscarla por temor a su hermano y no entendía lo que estaba pasando. La única que se sentía divertida, emocionada y dueña de la situación era la viuda que, en el fondo todavía se sentía atraída por Timoteo la historia venía desde que era adolescente, pero tuvo qué casarse con su difunto esposo por presiones de sus padres. En sus noches de soledad, soñaba con las manos de Timoteo acariciándola y… más. Levantándose de su silla pegó un fenomenal grito a Carmelina que estaba cerca y pendiente del chisme; de inmediato corrió al llamado de la patrona. Sin más explicaciones le dijo:
— Dile a los señores a quiénes viste anoche en el granero bien prendidos, muchacha, están interesados en esa información.
Un poco desconcertada e ignorante del enredo que se había armado, pero encantada de ser protagonista en ese momento, inició su relato:
—Anoche no podía dormir; se me retorcían las tripas por haber cenado mucho y vi desde la ventana de mi cuarto, cómo El Rorro, se emparejaba a La Mona, una burra nueva que acaba de comprar la patrona, me dio harto gusto porque una mula o un mulo, pronto nacería en los corrales. Ya está muy trabajado El Rorro, pobre caballo, es bueno que tenga en el futuro una ayudita…
Después de su explicación, se hizo un silencio extraño y un tanto cómico que se rompió con las carcajadas de Maricruz, que posando su mano sobre la de Timoteo, lo tranquilizó. El Sordo se quedó expectante amaba a Ramona y esa era la oportunidad para entrarle sin miedo. En pocos minutos todo se aclaró, Timoteo y El Sordo una vez apalabrados fueron a sacar de su encierro a Ramona, que no cabía de gozo cuando vio juntos a su hermano y al Sordo. Todo se aclaró y en pocas semanas, el pueblo estaba de fiesta y la iglesia llena de flores porque se estaba celebrando una doble boda.