Alicia Caballero Galindo
Por la noche me gusta escribir cuando todo está en silencio y solo me acompañan los sonidos típicos, canto de sapos anunciando lluvia, grillos con su monótona y eterna melodía, ladridos de perros unos lejanos, otros cercanos, y por supuesto los de la jauría que tengo en el patio, se aprende a conocer “la voz” de cada uno de ellos, el timbre, la intensidad y la expresión, son distintos, como la voz humana. Cuando tengo la mente en blanco, suelo imaginar o inventar de lo que platican, porque encierran mensajes que solo ellos entienden… anoche estuve en tal situación, me acosté tarde y me levanté temprano.
Cuando sonó la alarma de mi celular a las cinco y media de la mañana, fue difícil levantarme, con esfuerzo abrí los ojos y me dirigí a la cocina a preparar el café, una buena taza de tan deliciosa infusión, me pondrá en acción. La mañana estaba fresca, nublada y acogedora… decidí recostarme unos minutos mientras se colaba el café. Me encaminé a mi recámara, me recosté y cerré los ojos, la idea era esperar unos minutos, pero me quedé de nuevo dormida… o ¿no?
A partir de ese momento, lo que les voy a relatar, no sé si lo soñé, lo viví o… lo imaginé.
En el confort de mi cama, me dormí de nuevo, o al menos eso creo. De pronto, sentí un golpeteo en mi pecho, era mi corazón. Empezó a latir en forma irregular y con más fuerza de la normal. Me causó cierta inquietud en medio de mi sopor. Empecé a razonar conmigo misma y mi corazón:
-“¡Espera! ¿Por qué tienes tanta prisa? ¡No me vayas a fallar! ¡No me quiero morir! Tengo grandes planes aún para el futuro. Quiero vivir, hacer muchas cosas todavía. Ente más vives con conciencia de tal privilegio, te das cuenta que hay muchas cosas por experimentar.”
Vino a mi mente un mensaje médico que aconseja dialogar con las células del cuerpo e influirlas con pensamientos positivos, está comprobado que esa terapia funciona y seguí hablando con mi corazón y mi cuerpo.
-“Contrólate, trabaja más despacio, no te desboques, tú puedes.”…
Pasaron por mi mente, con una velocidad indescriptible, pasajes de mi vida de todas clases, pensé “puedo hacer mejor las cosas con la experiencia adquirida hasta ahora, debo aplicarla para vivir mejor, no se puede acabar todo en este instante ¡Dios mío, quiero vivir!
Me dije: me mantendré tranquila con los ojos cerrados; sin hacer esfuerzo, este corazón debe de calmarse. Seguía brincando como loco en mi pecho. Empecé a respirar acompasadamente, tratando de controlar mi cuerpo. Pensé que la vida es un don precioso, regalo de Dios, el mayor de los trabajos es conservarla con hábitos positivos. Haciendo un resumen de mi existencia, veo que he cumplido, con esta condición porque jamás he llevado a mi organismo sustancias nocivas, procuro medicina natural, cuando se requiere; solo acudo a los antibióticos alópatas en casos extremos…
Inspirar, expirar, inspirar expirar con ritmo, funciona bien la estrategia.
Poco a poco me fui relajando y mi corazón adquirió un ritmo normal, eso me tranquilizó y me sentí relajada.
De pronto, escuché un ladrido de terror de la perrita más vieja que duerme en un tapete a lado de mi cabecera. Tiene doce años, está ciega, ya no tiene dientes, solo sus colmillos y muelas y la consiento por su estado; es fiel y muy inteligente a pesar de su ceguera, recorre la casa y el patio porque se lo sabe de memoria, a veces choca con algo fuera de lugar, pero es autosuficiente. Yo la quiero mucho y es como mi sombra, siempre está pendiente de mis pasos.
Esa mañana, ladró con mucho miedo y coraje y me sobresaltó de nuevo. Abrí los ojos, me levanté alarmada y la vi al pie de mi cama ladrando como loca hacia un cancel que da al jardín con los pelos del espinazo erizados. Al levantar la vista, logré mirar en forma fugaz el objeto de su miedo: una sombra negra con figura humana sin rostro ni forma definida, muy cerca de mi cama. A una velocidad increíble huyó y se desvaneció en el cristal del cancel que da al jardín, lo traspasó tal vez, se esfumó o… la verdad, no sé. Jamás encontraré explicación a lo ocurrido.
Yo me quedé anonadada, me senté en el borde de mi cama y abracé a mi perrita que temblaba como gelatina mientras miraba hacia el cancel y gruñía.
Después de unos minutos de pánico, la bajé al piso y actuó de nuevo como si nada hubiera pasado. Yo me quedé desconcertada y con una sensación extraña. ¿Realidad? ¿Imaginación? ¿Sueño? ¿Confusión de la realidad y el subconsciente? ¡No lo sé! Hay momentos donde se confunde la ficción con la realidad, lo cotidiano y lo paranormal. Ese mismo día, por la tarde, mi perra entró a la recámara y al pasar por el cancel que da al jardín, donde se desvaneció la sombra negra, se puso a temblar de nuevo y a gruñir, Salió de la habitación como flecha a pesar de su ceguera …