Clara García Sáenz
Hace algunas semanas se anunció con bombo y platillo en “La mañanera” del Presidente de la República, la colección de “21 Para El 21” editada por el Fondo de Cultura Económica (FCE); parecía entonces iluminar la bonita tradición del Estado mexicano de imprimir altos tirajes de libros para distribuir en forma gratuita y masiva. El impresentable (como en este mismo espacio lo he ya argumentado) Paco Ignacio Taibo II, hizo la presentación de los títulos con un discurso que tenía el síndrome del “adanismo (ser el primero)” y hablar a quienes cree que no saben de ediciones, tirajes, libros, distribución y toda la magna operación que representa un trabajo como ese, titánico sí pero no el primero ni tampoco el más extraordinario en la historia de la edición de libros por parte del Estado mexicano.
Señaló que era un tiraje de 100 mil ejemplares por cada título: “Y tuvimos problemas de almacenamiento, dos millones 100 mil libros en las bodegas del fondo desbordaban las bodegas del fondo y de Educal. El problema con la producción de libros en una operación, ésta, que es la operación más grande que ha habido en la historia de América Latina de regalo de libros, es muy ardua.”
Tal vez 100 mil libros si sean un alto tiraje y el primero en el FCE, pero no para el Estado mexicano, recordemos solamente, los millones de ediciones del libro de texto gratuito, las bodegas colosales de dicha comisión y su eficiente capacidad de distribución para llegar a todo el país.
Me viene a la mente un ejemplo “Introducción histórica a la Revolución mexicana” de Javier Garcíadiego con 6 millones de ejemplares; impreso y distribuido por la Comisión Nacional del Libro de Texto Gratuito (CONALITEG) que sabe cómo se manejan los grandes tirajes.
Al parecer, según Taibo, la distribución será muy cuidadosa para que llegue a quienes tiene que llegar, los lectores. Así que si alguien está interesado, manda un WhatsApp al teléfono rojo del FCE y ahí le piden sus datos y le contestan por mensajito que le avisarán en su momento a donde tendrá que pasar a recoger su ejemplar; yo hice el trámite, pero no me dijeron si podía escoger, ni tampoco cuando me lo entregarían, eso sí, solo me podía dar uno.
Según he visto en los medios de comunicación, la distribución va viento en popa en el centro del país y pienso que algún día, cuando la capacidad de distribución del FCE lo permita, la ardua selección de títulos y personas merecedoras de un ejemplar esté lista, podré disfrutar de mi ejemplar gratuito.
Tal vez le hubiera salido más barato al Estado utilizar la CONALITEG para hacer eficiente el fomento de la lectura, fin último del proyecto “21 Para El 21” y no estar bajo el sesudo escrutinio de encontrar 2 millones 100 mil “verdaderos lectores”, responsables y activos, que valoren la dadiva del señor Taibo, que está preocupadísimo porque el libro llegue a las manos correctas.
Habría que enterar a don Paco que 2 millones 100 mil ejemplares no es ni cercanamente masivo en un país de 130 millones de habitantes, que atender a grupos que según él son importantes como “maestros de secundaria jubilados, los que están volviendo a leer en el ambiente que se ha creado en la República; privilegiamos jóvenes becarios por aquí y por allá; privilegiamos todas las estructuras de fomento a la lectura regadas, distribuidas por el país; privilegiamos los planes piloto, donde llegamos formando mediadores de lectura con los librobuses, etcétera; privilegiamos bibliotecas en las normales, privilegiamos universidades rurales, privilegiamos los centros de secundaria, de escuelas de ciencias del mar”, es manipular la dádiva, dicho por algunos de mis exalumnos universitarios “nosotros no entramos en ninguno de esos grupos”.
La experiencia dicta que es cuestión de paciencia para obtener un ejemplar o la colección completa ya que los lectores que no entran en ninguna de las categorías creadas para la genial distribución, podrán hacerse de los libros cuando los vean dentro de unos años en librerías de segunda mano, tianguis, depósitos de libros o en la basura.
Los títulos de la colección para quienes les gustaría tenerlos todos son: La revolución de Independencia, de Luis Villoro; Canek, de Ermilo Abreu Gómez; Muerte en el bosque, de Amparo Dávila; Balún Canán, de Rosario Castellanos; El libro rojo de la Independencia, de Vicente Riva Palacio y Manuel Payno; Breve historia de la guerra con los Estados Unidos, de José C. Valadés; Tomóchic, de Heriberto Frías; Tiene la noche un árbol, de Guadalupe Dueñas; Antología de poesía mexicana del siglo XIX; Y Matarazo no llamó…, de Elena Garro; Tiempo de ladrones, de Emilio Carballido; Río subterráneo, de Inés Arredondo; Los de abajo, de Mariano Azuela; El libro vacío, de Josefina Vicens; Noticias biográficas de insurgentes apodados, de Elías Amador; El laberinto de la soledad, de Octavio Paz; Apocalipstick, de Carlos Monsiváis; Pueblo en vilo, de Luis González y González; Paseo de la Reforma, de Elena Poniatowska; Crónicas de amor, de historia y de guerra, de Guillermo Prieto, y La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán. Pocas novedades, la mayoría ya han sido editados y reeditados en sexenios anteriores por el Estado mexicano.
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