Alicia Caballero Galindo
Estaba frente a la casa donde nací y pasé la mitad de mi vida hasta el día que decidí partir en busca de nuevos horizontes. Un día sentí que mi ciudad le quedaba chica a mis aspiraciones y deseaba experimentar la vida en otros lugares con más oportunidades. Ciertamente, es necesario evolucionar, crecer, conocer el mundo para dimensionar cada cosa. Hoy, esta casa que estuvo llena de vida, está silenciosa, adormecida por la soledad. Los rosales del jardín de enfrente, sin flor y medio secos, la buganvilia que formaba una hermosa sombrilla, es una maraña de ramas sin hojas donde revoloteaban los pájaros llamados carrancistas o soldaditos porque caminan a brincos. Mi madre se aferró a sus recuerdos y nunca quiso dejar su casa. Hace apenas dos meses que murió tranquilamente rodeada de sus recuerdos, vivió más de noventa años, tuvo una buena vida, mi hermano y yo estuvimos con ella desde que se deterioró su salud, hasta que, con una sonrisa en los labios, exhaló su último suspiro una tarde. Juraba que mi papá vino por por ella y… tal vez, así fue.
La casa la cerramos y quedó tal como ella la dejara, todo en su lugar, la cocina, ordenada y limpia, la sala cubierta con sábanas blancas, presidida por ese crucifijo ancestral ante el que ella rezaba. Me resistía a entrar y encontrarla vacía, sin su presencia. Las lagrimas resbalaban por mi rostro sin poderlo evitar y suspirando profundamente, atravesé la calle con la llave en la mano, es el mismo llavero que ella atesorara porque decía que era una cuz de plata bendecida, no la debíamos perder. En ese mismo llavero pendían varias llaves, yo no sabía para qué eran, pero respetábamos su voluntad y allí estaban. El sol bañaba con sus últimos rayos la entrada que miraba hacia el poniente, las gruesas pardes de adobe impedían que el interior se calentara en el verano, lo primero que percibí al abrir aquella puerta, fue la sala en penumbras y el sillón de mi madre frente a la ventana, extrañamente, se movía rítmicamente, como si alguien lo estuviera impulsando con los pies. Digo en voz alta:
-No puede ser, ¿eres tú, mamá?
Me sentí ridículo ante la pregunta, ¡no hay nadie en la casa!, ¡bueno!, al menos eso creo. Decidí investigar para qué son tantas llaves, el primer lugar, que se me ocurrió revisar, fue el viejo ropero, además de su ropa, guardó parte de su vida convertida en recuerdos, aún estaba impregnado el interior con ese olor suave a sándalo que tanto le gustaba. Mientras revisaba el secreter, sentí unos pasos menudos a mi espalda, volteé rápido y alcancé a ver un olán de su falda perderse en la puerta, sonreí con nostalgia y pensé que mi imaginación me estaba jugando una mala pasada. Encontré un álbum de fotografías que guardaban recuerdos de la vida que disfrutamos en aquella vieja casona, nuestros juegos, tardes de lluvia, el olor emanado del horno cuando hacía pasteles u horneaba el pavo de Navidad. Tras cada foto, reviví escenas de mi vida y perdí la noción del tiempo. Escuché que tocaban la puerta, estaba empezando a oscurecer, dejé el álbum y mis recuerdos sobre la cama de mi madre y me encaminé a la puerta, era Doña Tere, la vecina de a lado, me sentí desconcertado porque ella…murió primero que mamá, más me desconcertó ver el sol en lo alto del cielo y el jardín, como hace veinte años, me sacó de mi estupor la voz de la vecina:
-¡Anda muchacho! dile a tu madre que la estoy esperando.
De pronto, me vi adolescente y estaba desconcertado, escuché la voz de mi madre saliendo de la cocina, con aspecto juvenil y alegre diciendo:
-Voy Teresa, ya te escuché, recojo mi bolsa y salgo.
Al encaminarse a la puerta, me miró con ternura diciéndome:
-No tardo, hijo, regreso en un rato. ¡Anda, no te quedes como poste! La vida es corta y debes aprovechar cada minuto, el tiempo no se puede regresar, disfruta cada instante y busca siempre un motivo para ser feliz. Me abrazó y sentí sus tibios brazos rodeándome, me dio un beso en la mejilla y me tomó de las manos, mirándome a los ojos, sonrió y dijo:
-Siempre estaré contigo.
Después la vi salir platicando animadamente con Doña Tere hasta perderse al dar la vuelta en la esquina. El tiempo se suspendió y yo, valoré cada instante vivido a lado de mis padres, en esta casa llena de recuerdos amor y sabias enseñanzas.
Pensé que el tiempo es valioso y el que pasamos con nuestros padres, solo se dimensiona con el tiempo.
Me sacó de mi trance, la voz del hijo de doña Tere, que me vio llegar y quería saludarme…
Las sombras de la noche empezaban a caer, como autómata saludé, le agradecí su atención y entré de nuevo a la casa, guardé el álbum de mi madre en su lugar, encendí la luz y me dirigí a la que fue mi recámara por largo tiempo, no pude evitar una lagrima de nostalgia, al secarla, percibí el suave aroma de sándalo en mis manos…