Francisco Ramos Aguirre
En toda capital mexicana que se considere culta y tenga una plaza, debe existir una banda de serenatas domingueras. La gente de entonces recuerda los acordes de danzones y marchas, mientras despreocupados comían elotes y giraban alrededor del kiosco. No es por presumir pero desde hace más de una centuria, la capital tamaulipeca tiene una agrupación de lujo capaz de competir con las mejores orquestas.
Si alguien tiene duda, a las pruebas me remito. Recordemos que inicialmente la mayoría de las bandas de música pertenecían a los regimientos militares. A finales del siglo XIX, existió en Victoria una de ellas que ofrecía funciones dos veces por semana en la Plaza Hidalgo. Desafortunadamente en agosto de 1893, azotó una terrible crisis económica por la cual las funciones fueron suspendidas y desapareció el conjunto filarmónico municipal. Para colmo de males, los victorenses se vieron afectados por el desabasto de frijol, alimento muy popular entre las familias.
Dice el periódico La Patria que ese mismo año el Ayuntamiento abrió entre el vecindario una suscripción, es decir una lista de voluntarios para salvar la banda: «…y parece que ha sido bien acogida. La redacción del Eco del Centro se apuntó desde luego con algún dinero mensual.» Menciona que dentro de las aportaciones que ilustran el espíritu en Victoria, destaca una sociedad literaria de jóvenes.
Paso a paso, la tradición musical de las bandas terminó por arraigarse en las villas y ciudades. El reconocimiento de algunos funcionarios de gobierno sirvió para su mejora material, salarios, profesionalización y otorgamiento de uniformes para los músicos. Es justo mencionar que el gobernador Guadalupe Mainero, generó un enorme impulso musical en Tamaulipas. Directamente nombró director de la Banda del Estado al profesor Antonio Macías y proporcionó de instrumentos nuevos. Macías fue un talentoso filarmónico, autor de varias piezas musicales y zarzuelas. Además formó una Compañía de Teatro Infantil que actuó varias ocasiones en el Teatro Juárez.
Las Lágrimas de Jaime Nunó
A finales de 1904, llegó procedente de Monterrey el músico Jaime Nunó, autor del Himno Nacional Mexicano. En su libro Raigambre de la Revolución en Tamaulipas, Emilio Portes Gil consigna algunos detalles de aquel memorable acontecimiento en Ciudad Victoria. Después de recibirlo en la estación del tren, las autoridades y una multitud se trasladó a la Escuela Primaria Anexa a la Normal, donde el gobernador Pedro Argüelles y más de cinco mil niños entonaron el canto patrio, acompañados de la Banda de Música dirigida por Macías.
Casi al final de su vida, el ex presidente de México comentó en una entrevista con Alicia Olivera otra versión: «Don Jaime de casi ochenta años de edad era un viejito bello de una barba muy larga, sonrosado. Nos fuimos a la Escuela Anexa que habíamos fundado y cantamos el Himno Nacional.» El gobernador hizo la presentación y recordó que ese año se cumplieron cincuenta años de entonarse por primera ocasión, compuesto por el ahora profesor de música en Búfalo, Nueva York, donde vivía pobremente en un hotel desde su exilio desde la caída del presidente Antonio López de Santa Anna. Don Jaime quiso hablar para contestar el discurso del señor Mainero, se le rodaron las lágrimas pero en abundancia. Le dice -el gobernador- no tenga usted cuidado, señor, el mejor discurso que nos ha pronunciado, son las lágrimas que ruedan por sus ojos…lo reviró con mil pesos.»
Vale decir que después de su exilio, la primera ocasión que Nunó visitó a México sucedió en septiembre de 1901, al cruzar la frontera por Nuevo Laredo, un mes después de la muerte de Guadalupe Mainero, gobernador de Tamaulipas. De acuerdo a un telegrama publicado en El País, fue recibido en la estación del ferrocarril por el licenciado Argüelles, ex director de la aduana, pero ahora en su calidad de gobernador electo. Además acudieron a los andenes, autoridades municipales y numerosos pobladores.
De alguna manera, el apoyo económico para las bandas musicales se amplió en las administraciones gubernamentales del porfiriato. En 1901, se creó la Banda de Música integrada por alumnos de la Escuela Correccional del Estado, establecida Mainero. Para dotarla de instrumentos se aprobó un gasto de mil cien pesos. El primer concierto se realizó durante la inauguración de la Colonia Mainero al sur de la ciudad. Posteriormente actuaron en desfiles y actos cívicos oficiales.
Al llegar al poder, el gobernador Pedro Argüelles anunció una nueva Banda del Estado integrada por jóvenes de la localidad. En octubre de 1904, nuevamente transitó por tierras cuerudas el célebre compositor barcelonés Jaime Nunó, quien descendió del tren y se trasladó directo al Teatro Juárez, donde le rindieron homenaje y dirigió el Himno Nacional Mexicano acompañado de una elegante banda-orquesta, dirigida por el profesor Molina con instrumentos de viento, percusión y cuerdas.
Ese mismo año, nombró director al profesor José María Molina y sub director Alfredo Argüelles, quien su único mérito musical, era formar parte del coro de la iglesia de Nuevo Laredo. En cambio Molina era un músico experimentado que ofrecía audiciones semanales nocturnas en la plaza con obras de: Verdi, Codina, Hofmann y Martínez. La primera función del grupo, estuvo dedicada al gobernador quien asistió con sus invitados a la Plaza Hidalgo. En medio de gran entusiasmo, los asistentes se congregaron alrededor del kiosco metálico traído de Inglaterra para escuchar los acordes del paso doble El Peninsular de J. Cuevas, La Bella Poblana -danza- y la polka Los Cocineros de Valverde. La función se prolongo cerca de la media noche, cuando la luna y las estrellas de octubre brillaban en su esplendor.
En septiembre de 1905, el gobierno y varios particulares contribuyeron con donativos para adquirir instrumentos nuevos y uniformes, estrenados ese mes durante una audición al aire libre relacionada con los festejos patrios. El programa incluyó obras de Crey, Hofmann, Caballero y Castro. En este concierto destacaron las interpretaciones de José González Treviño con un solo de cornetín y el profesor Sabás R. García en el clarinete.
En 1905 por acuerdo del gobernador Argüelles, se inauguró en la capital tamaulipeca una Academia de Música, con matrícula sin costo y clases nocturnas para todos los alumnos de escuelas locales que desearan asistir. El periódico La Patria de México de Ireneo Paz, informó en su edición del 4 de mayo que el plantel fue dotado con instrumentos nuevos.
Era común en aquel tiempo que por diversos motivos, el gremio filarmónico manifestara su inconformidad laboral. En diciembre de 1907, varios integrantes de la Banda de Música, encabezados por Elfego Herrera, Hilario Rojas, Albino Barrera, Fernando Álvarez y otros, enviaron una carta a Juan B. Tijerina, director del periódico El Progresista, donde se quejan de nepotismo, malos maltratos y retención de salarios por Nicolás Gil director de la banda: «…pues este señor al pagarnos la nómina nos detiene todo o parte del sueldo, que nos asigna el presupuesto…Pobres como somos, nuestros exiguos sueldos apenas nos bastan para cubrir las necesidades más urgentes.» En 1908, encontramos nuevamente al profesor Molina como titular del conjunto. Posteriormente continuaron Pedro Oyarzábal -1910-1911-, Martín Aquino -1912-1913 quien después se trasladó a Monterrey, Nuevo León- y Miguel Frienz -1913-1922-.