Clara García Sáenz
Escribir siempre exige disciplina y más si se hace a diario, recuerdo que cuando era adolecente me parecía muy aburrido saber que había gente que tenía un diario donde contaban su día, sus sueños, sus secretos. Mi hermana Alicia tenía uno donde todas las noches escribía, era una práctica que en la década de los 80 era muy socorrida entre las jóvenes de la época; pero a mí siempre me pareció tedioso escribir diariamente en una libreta contando cosas de rutina.
Muchos años después cuando en la Universidad empecé a impartir cursos de redacción, busqué fórmulas para que mis alumnos soltaran la mano y practicaran la escritura, entre los métodos que los expertos recomendaban era escribir un diario.
Así que me di a la tarea de motivarlos para que contando su día a una libreta, comenzaran a estructurar mentalmente la expresión escrita y de paso hicieran catarsis. Muchos claudicaron al término del curso, otros muchos dijeron que se habían sentido muy bien y que era un hábito al que le empezaban a tomar gusto.
En la literatura universal existen diarios memorables, algunos muy famosos otros intrigantes, sorprendentes, exquisitos pero todos de una forma u otra, íntimos; tal vez el más conocido sea El diarios de Ana Frank; Diario íntimo, Miguel de Unamuno; Diarios (1847-1894), León Tolstoi; El oficio de vivir, de Cesare Pavese; Nueva York. Ida y vuelta, Henry Miller; Diarios, de Fernando Pessoa; Diarios (1925-1930), Virginia Woolf; entre otros muchos que hacen de esta práctica una forma de género literario donde se va de una experiencia personal e íntima a una narrativa de lo cotidiano, lo vivido, desde una perspectiva particular que no siempre es real, sino que en muchos casos está impregnada de imaginación que confunde lo cierto con los sueños.
Así pues, cuando en aquel marzo del año pasado nos atrapó la pandemia y bajamos la cortina de oficinas y escuelas, me sorprendí compartiendo en el Facebook, sin planearlo, sin pensarlo a largo plazo, solo para ese momento, en la volatilidad de las redes sociales un breve texto: “Cuarto día de confinamiento: preparando las siembra de cilantro” acompañado de una foto.
Como la promesa de volver al trabajo se alargaría tres semanas mientras pasaba la ola de la pandemia y no podríamos salir a ningún lado, había decidido no perder tiempo y emprender mi proyecto del huerto tantas veces pospuesto por mis compromisos laborales; compartir en redes algo desde casa, era una buena idea.
Sin embargo, los días subsecuentes las cosas no pintaron nada bien con la pandemia mientras yo seguía mostrando los avances del huerto, como un juego cotidiano en el confinamiento. Cuando empecé a entender que la cuarentena sería indefinida, ya no podía parar mi publicación diaria en el Facebook, mostrar una fotografía de algún suceso sobresaliente ya fuera del huerto o de la cocina.
Convencida que la pandemia iba para largo, me empecé a hacer preguntas sobre la necesidad, la importancia o trascendencia de hacer un diario de confinamiento en el Facebook, finalmente si quería hacer un diario, tendría que saber para qué; en aquel momento de incertidumbre supe que la necesidad radicaba en sentirme viva y hacer a los demás sentirse vivos al compartir, al comentar, al dejar un me gusta, ya que al haberse cerrado de golpe la vida pública, era necesario dejar testimonio de que nuestra vida en el encierro no había sido inútil, ociosa, vacía, en pausa; que si ciertamente los ambientes laborales dan muchas razones para que las personas se realicen profesionalmente y socialicen humanamente, la vida privada, en casa, tiene un valor de mayor relevancia que la pública, cosa que el mundo estaba olvidando en su trajín.
Mostrar que cada día había algo interesante fue el reto, descubrir en la rutina cosas relevantes; así, aprender a cosechar rábanos, preparar composta, hacer por vez primera un platillo, practicar una habilidad, fueron los temas del Diario de confinamiento que logró acumular por 358 días una narrativa testimonial de lo provechoso del encierro.
El diario fue interrumpido a la llegada del covid y al salir del aislamiento algunos de mis amigos me preguntaron que si no lo continuaría, pues finalmente seguía la pandemia y nosotros confinados. Así que lo retomé, pero contando los días nuevamente desde el uno, porque tenía la sensación que quienes hemos padecido covid y vivimos para contarlo, tenemos una nueva oportunidad de vida.
Cuando hablé con Ana Juárez insistió en la idea de retomarlo “sería como la segunda temporada pues la primera tuvo un final inesperado, cuando anuncio que tenía covid y cerró el diario”. Para la segunda temporada solo fueron 72 días, porque aunque la pandemia sigue, el confinamiento terminó al regresar a la vida laboral en forma presencial. Entonces cerré el diario, aunque con futuro incierto, porque nadie sabe si la vida se estará normalizando poco a poco, si llegará una tercera ola, si regresaremos nuevamente a encerrarnos.
Aunque este diario está muy alejado de lo que sería un ejercicio de escritura, sobretodo en el sentido literario, ha sido una experiencia exhausta, emocionante, exigente a partir del experimento social de las redes que han sido los grandes medios de comunicación imprescindibles en esta crisis sanitaria.
Fue exhausta porque al ser un diario exige no caer en la inconstancia; fue emocionante porque requirió descubrir en lo cotidiano cosas extraordinarias; fue exigente porque cada día requería de hacer algo que pudiera contarse y compartir con los demás, dejar huella de la vida. Sigo pensando que escribir un diario puede ser aburrido, pero contar un diario en tiempo real es divertido, sobre todo cuando se descubre la fuerza de las redes sociales
El ejercicio creativo de hacer un diario de confinamiento en Facebook, consistió en redactar en un texto breve una experiencia trascendente, un aprendizaje, un sentimiento e ilustrarlo con una fotografía, de tal forma que se fuera encadenando como una historia, en ocasiones aburrida, en otras emocionante.
Lo sorprendente fue ver como esta experiencia contagió a algunos y retomando la idea han hecho los suyos, primero por solidaridad cuando estuve enferma y después como un reto al descubrir lo complicado que puede resultar sostenerlo por largo tiempo, viendo lo extraordinario de lo ordinario, lo propio, un tanto íntimo, un tanto público, un tanto social.
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