Esta noche es noche buena,
noche de comer buñuelos,
en mi casa no los hacen,
porque falta harina y huevo.
(Villancico Navideño/1909/El Imparcial)
Más allá del origen, la piñata representa una de las tradiciones populares más llamativa entre los mexicanos. Generalmente es elaborada con papel de china de colores, carrizos, hojas de periódico, engrudo, olla de barro y cartón. Desde el punto de vista cultural, posee una rica simbología entre lo religioso, ritual, pagano y festivo, similar a la quema de judas durante Semana Santa.
Las principales temporadas cuando se acostumbra quebrar la piñata de personajes, animales, dulces, frutas, objetos y formas son los cumpleaños infantiles, posadas navideñas y año nuevo. En el interior de la figura, se coloca una olla o espacio para depositar dinero, cacahuates, colaciones, tejocotes, turrones de almendra, fruta y juguetes. Estos elementos representan la abundancia que se derrama al momento de romperla.
Se ha mencionado que dicha artesanía tiene su origen en China, mientras el viajero Marco Polo se encargó de llevarla a otros países durante el siglo XIV. Artemio de Valle Arizpe afirma que en España se rompía el primer domingo después del miércoles de ceniza. El caso es que sus introductores a México, fueron los misioneros agustinos quienes la trajeron a nuestro territorio en el período colonial.
A partir de 1861 hasta finales del siglo, eran comunes los tradicionales Bailes de Piñata en los teatros Iturbide, Hidalgo, Arbeu, Juárez, Nacional y Oriente de la capital del país. Iniciaban a nueve de la noche y concluían a cinco de la mañana. «En medio del salón se encontrará colgada la piñata, que contendrá exquisitos muy finos dulces, la cual se romperá a las doce de la noche para que los concurrentes disfruten de ellos.» Por ejemplo, la noche del 5 de febrero de 1874 el Salón Beaterio, se engalanó en un baile donde se rompieron tres piñatas: «…que contendrá exquisitos dulces finos, flores…y una de ellas dedicada a las Señoras, causará mucha risa lo que contenga, y que verán las personas que asistan a este baile.»
Las posadas y celebración navideña durante el siglo XIX, están debidamente documentadas por la prensa capitalina. Para El Universal y El Monitor Republicano. También forman parte de este escenario los faroles, panderetas, velitas, tamales, figuras del nacimiento, peregrinos, pastorelas, letanías, rosarios, el árbol navideño, cohetes, luces de bengala, villancicos, bailes, tejocotes, colaciones, cacahuates y otros objetos tradicionales.
En todas las clases sociales sobre todo en los más populares, las posadas son sinónimo de diversión. En la crónica de El Universal -28 de diciembre de 1895-, dice Pepe Prieto: «En los hogares más pobres, la piñata se improvisa con un jarro de lo peor que existe entre la modesta vajilla, y a falta de música las señoras de la vecindad entonan coplas y exóticas con algo de Gran Vía, y si es posible el Tango del Certamen Nacional.» Durante el siglo XIX y gran parte del XX, las posadas de barrios y patios de vecindades, representaron la expresión más genuina de estas tradiciones.
En diciembre se congregaban vecinos y niños, con la ilusión de pegarle a la piñata y arremolinarse en busca de una golosina. De acuerdo a la costumbre, quienes pasan a romper la piñata, debe hacerlo con un vendaje en los ojos. En 1932 durante la Gran Feria Nacionalista de la Ciudad de México la piñata fue valorada como un símbolo popular de identidad nacional. Lo mismo sucedió con el traje charro, la china poblana, los sarapes los dulces tradicionales, platillos tradicionales, música folclórica y talabartería.
Durante los años cuarenta, los victorenses disfrutaban y compartían a conciencia las fiestas decembrinas. Silvia Montelongo de Calanda recuerda que las familias Montelongo, Cárdenas, Filizola, León de la Barra y otras organizaban en el barrio del 14 Juárez y Zaragoza animadas piñatas y repartían bolsas de dulces entre los niños procedentes de colonias aledañas del primer cuadro de la ciudad.
En esa temporada de festividades, aparecían en los periódicos anuncios publicitarios como la Compañía Mexicana de Aviación, deseando a los victorenses: «Que la paz, progreso y bienestar de usted y su familia sean perenes, son nuestros mejores deseos en estos días felices.» Otro comercio era San Juan de Hidalgo 13 y 14, bajo el lema publicitario “¡¡San Juan San Juan…Donde más barato dan!!”
La venta de piñatas estaba a la orden del día en mercados y casas particulares. La señora Enma Garza de la Garza, elaboraba los mejores diseños: «Bonitas y Bien Presentadas» en su casa del 4 y Morelos. También se podían ordenar con tiempo a la señora Antonia «Tonche» de Pérez Garza en la calle 12 Matamoros. Ahí mismo elaboraban canastas, sombreritos y bolsas pasa niños. Mientras en el Estanquillo Idolina, ofrecían a la clientela «Muñecas Americanas, Triciclos de Metal y de Madera, Pistolas de Agua y de Mixtos, Cañones, Adornos para Nacimientos, Árboles de Navidad, Aeroplanos y Tarjetas de Navidad en Español e Inglés.»
En diciembre de 1919, eran famosas las posadas de la familia Zozaya, a donde acudía «la élite de la sociedad victorense» a disfrutar los exquisitos platillos preparados por Elvia Zozaya. Y por supuesto romper una piñata y admirar la decoración navideña: «adornada con guirnaldas y panneux de simbólico color, salpicado de plateados hilos, en el fondo fue colocado el tradicional árbol de Navidad artísticamente adornado.»
El asunto de la convivencia social, era muy importante para los victorenses en determinadas épocas del año. El 20 de diciembre de 1945, el periódico La Atalaya dirigido por Alfonso Pesil Tamez, registró la Gran Posada y baile de lujo en los Salones Alianza de la capital tamaulipeca, organizada por el Departamento del Trabajo del Gobierno del Estado. Amenizó la Orquesta Los Príncipes del Swing y varios artistas de la radiodifusora XEBJ. El costo de entrada fue de tres pesos caballeros y damas gratis. Hubo rifa de regalos, sin faltar el maestro de ceremonias Basilio Mansur locutor de la mencionada emisora. Otro sitio de animados bailes y cenas era El Peñón.
Uno de los establecimientos donde la clase media y aristocracia victorense compraba artículos de importación para regalo, cena navideña y fin de año, eran Las Delicias -14 y 15 Hidalgo-. En cajas de fantasía vendían turrones, mazapanes y frutas secas. En el mostrador, lucían las canastas navideñas repletas de vinos tintos, rojos, blancos, espumosos, cremas y licores. En lugares especiales estaban los quesos amargos, jamones serranos y ahumados, tocinos y salchichas. En ese tiempo los tequilas y mezcales eran para otros festines menos solemnes.
Similares productos navideños ofrecían en el comercio San Juan «Donde más barato dan» -13 y 14 Hidalgo-: «Canastas, latería americana y del país, regios bombones, chocolates, dulces…estamos llevando a cabo nuestra tradicional rifa de diez canastas surtidas que pueden ser suyas por sólo un Peso.»
Desde tiempo ancestrales, la navidad en Ciudad Victoria no se circunscribe únicamente a lo religioso. La complementan diferentes elementos de la cultura popular, desde gastronomía, luces de bengala, dulces, pastorelas, árbol navideño, faroles, villancicos y desde luego la tradicional piñata.
Los cantos populares son imprescindibles mientras con los ojos vendados le pegan y rompen con un palo la piñata que permanece colgada de un mecate. Todo la atmósfera es una mezcla de simbolismos que se traduce en la fe, el palo como fortaleza para vencer la simulación, mentiras y engaños. El relleno de la piñata son los dones de la naturaleza y la perseverancia.
Al momento de golpear la piñata, surgen espontáneamente los canticos populares: “¡No quiero oro, ni quiero plata, yo lo que quiero es romper la piñata!” … “¡Dale, dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino; ya le diste una, ya le diste dos, ya le diste tres y tu tiempo se acabó!” … “¡Dale, dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino.