Etimológicamente, el término aristocracia deriva del griego antiguo, aristos (mejor) y kratos (poder, gobierno, fuerza) (aristokratia: gobierno de los mejores). La aristocracia es un término que designa a una élite gobernante cuyos poderes políticos y riqueza están investidos de títulos y privilegios. Estos, generalmente, se transmiten a través de la sucesión hereditaria.
En las primeras culturas, inclusive la griega, las grandes masas populares eran de gente analfabeta, por lo que los grupos de élite, los políticos, la clase religiosa y quienes poseían el poder económico, era un grupo reducido de individuos que eran vistos como una clase superior y eran quienes manejaban los destinos de las naciones.
La palabra aristocracia se asocia directamente con gobiernos totalitarios que ejercían el poder sobre las mayorías, porque éstas, carecían del conocimiento requerido para administrar los destinos de una nación.
Cuando el poder recae sobre la clase adinerada, se le llama plutocracia y cuando se concentra en las instituciones religiosas, se le denomina teocracia. Con el tiempo, esta situación condujo al surgimiento de una clase noble, cuyos miembros tenían títulos oficiales (barón, duque, conde) y ayudaban al monarca a gobernar su reino. A veces, el mismo rey era seleccionado entre las clases aristocráticas. Probablemente, el término aristocracia fue acuñado después del siglo V a. c., este denotaba un tipo de sistema político en el que la autoridad y la excelencia moral estaban intrínsecamente conectadas y eran alcanzables por unos pocos.
Aristóteles ofreció una definición de aristocracia basada en la observación; en esta forma de gobierno, unos pocos gobiernan: “los mejores hombres o los que defienden los mejores intereses del estado y sus ciudadanos.” Además, pensaba que el principio de una aristocracia era la virtud, y ésta, se encontraba más probablemente entre personas de “nacimiento y educación”. Según su criterio, este tipo de gobierno tenía matices sociales.
Durante la Edad Media (siglos del V al XV) el concepto de aristocracia se pierde; al desintegrarse el Imperio Romano, los generales y los jefes bárbaros, se adueñaron de Europa y el poder se concentra en quienes posean más tierra bajo su dominio, más hombres de servicio(siervos) y los ejércitos más poderosos. La cultura, la ciencia y el arte se relegan y son utilizadas por la élite católica que se vale de la fe para atemorizar y sojuzgar a los pueblos sin cultura.
Con el surgimiento del racionalismo en el renacimiento y la recuperación de poder de las casas reales europeas, gracias a la Iglesia, que “decretó” el derecho divino de los reyes y los coronó de nuevo “en nombre de Dios” , se recuperan las naciones y los reyes con sus parientes y amigos allegados, reconstruyen la “aristocracia de cada nación, continuando este grupo como una élite poderosa y así permanece, cayendo en el autoritarismo y despotismo opresor de los pueblos así como de la desigualdad social.
Con el surgimiento del marxismo-leninismo, a fines del siglo XIX y principios del XX aunado al racionalismo y la pluralidad de pensamiento, La Iglesia pierde poder la clase aristócrata, poco a poco se reduce a un simple simbolismo, las monarquías que prevalecen se democratizan y la llamada aristocracia, es solo un símbolo histórico y decorativo, como lo son los miembros de las casas reales actuales, que su labor se reduce a dar representatividad a sus naciones, pero no las gobiernan.
Si actualizamos el término a la vida de las naciones latinoamericanas, específicamente la nuestra, la verdadera aristocracia de México, está constituida por quienes trabajamos y luchamos por engrandecer a nuestra patria a base de estudio, superación personal y preparación de las nacientes juventudes que construirán el futuro. Quienes deseamos y trabajamos por un México mejor, luchamos para que nuestra nación crezca sanamente para ofrecer una mejor vida a nuestros hijos y quienes decidimos quién o quiénes nos gobernarán a través del voto ciudadano en las elecciones.
El 1 de julio, ocurrió un fenómeno preocupante en México; fue abrumadora y copiosa la votación para darle el poder a un grupo que NUNCA ha estado en tan honrosa posición; rebela un hartazgo legítimo y una búsqueda de horizontes mejores pero… la luna de miel no durará mucho, porque el corderito que repetía indefinidamente “abrazos no balazos” y que aún no asume las riendas de la nación “oficialmente” ya está dando muestras de un autoritarismo que pronto vamos a ver. Si aprendemos a leer entre líneas hay expresiones reveladoras como aquella que ha repetido en diversas ocasiones “el pueblo tiene qué acostumbrarse a estas nuevas normas”
Creo sin lugar a dudas que en nuestro país, la verdadera aristocracia, somos quienes por medio del voto tenemos la facultad de dar y quitar el poder a un grupo que no conviene a los intereses de las mayorías.
La verdadera aristocracia de una nación la constituimos la población capaz de tomar decisiones ante las urnas para elegir a nuestros gobernantes con conocimiento de causa.
La aristocracia de México somos quienes marcamos el rumbo de la nación por medio del voto electoral y si la actuación de los gobernantes no es satisfactoria, se cambiará el rumbo en el siguiente período electoral.
Los mexicanos de hoy que trabajamos, pagamos impuestos y luchamos día a día en nuestro entorno, para que México crezca sanamente, somos quienes pediremos cuentas a los gobernantes y deseamos no caer de nuevo, en un autoritarismo del que, aparentemente, nos hemos librado.
La suerte está echada…