El próximo 1 de junio, los mexicanos seremos parte de un experimento histórico: por primera vez, votaremos para elegir a jueces, magistrados y ministros del Poder Judicial. Suena bastante bien: en teoría, el pueblo tendría voz directa en la justicia. Pero en la práctica, la cosa es mucho más complicada.
Este cambio lo impulsó el expresidente López Obrador y lo retomó la presidenta Claudia Sheinbaum. Su argumento es claro: el sistema judicial actual está lleno de corrupción y hay que limpiarlo con la ayuda del pueblo; en el fondo eso es correcto. Pero, ¿realmente se puede limpiar el sistema con una elección donde casi nadie sabe por quién está votando?
Sucede que el Instituto Nacional Electoral (INE) afirma que se espera una participación muy baja, de entre el 8% y el 18%. Es decir, menos de 2 de cada 10 personas irá a votar. ¿La razón? Casi nadie conoce ni el proceso ni a los candidatos.
No hay debates, no hay propuestas claras, no hay campañas que lleguen al ciudadano común. Y en muchos lugares, ni siquiera hay opción de elegir: hay boletas con una sola persona para el cargo o listas cerradas sin alternativa.
No es aventurado afirmar que así no se construye una democracia, mucho menos una justicia fuerte, el fondo es necesario Pero la forma deja muchas cosas sueltas.
Además, muchas organizaciones están tratando de ayudar a que el proceso sea más transparente. Más de 300,000 personas se registraron como observadores electorales según el INE, pero miles fueron rechazadas por tener vínculos con partidos políticos, lo cual no está permitido.
El desinterés y la confusión siguen siendo el panorama general y el gran problema es que esta elección, que podría ser un avance, hoy pocas cosas están claras.
Un ejercicio donde se pide al ciudadano participar, pero sin darle las herramientas necesarias para hacerlo con conciencia. Sin información, sin opciones reales, sin confianza en el proceso, el riesgo es que terminemos votando “a ciegas” o, peor, no votando en absoluto.
Elegir a los jueces como si fueran políticos no garantiza un mejor sistema de justicia. Al contrario, podríamos abrir la puerta para que los partidos y grupos de poder tomen control absoluto de algo que debería ser neutral e independiente.
Claro que se necesita una reforma en el Poder Judicial. Pero para hacerlo bien, hace falta diálogo, tiempo, educación cívica, y sobre todo, respeto a las instituciones.
Porque si vamos a meter las manos del pueblo en la justicia, hay que hacerlo con seriedad, no solo por razones políticas o para ganar popularidad.
La democracia no es solo votar. Es también entender lo que está en juego. Y hoy, con esta elección judicial, lo que está en juego es mucho: nuestra confianza en la justicia.
Nos leemos la próxima.
(JB/AM)