Libertad García Cabriales
¿Cómo puede haber tanta maldad en el mundo? Conociendo a la humanidad lo que me asombra es que no haya más.
Woody Allen
Llegó diciembre y parece que todo es luz y bondad. La gente se dice llena de buenos deseos y abundan los comerciales en las pantallas con mensajes de fraternidad y felices dádivas. Las familias reunidas, los regalos dispuestos, los brindis festivos, son la constante en muchos hogares y lugares. Pero no todo es miel sobre hojuelas, pues diciembre es también para muchos, tiempo de angustia, añoranza, conflicto, miedo y pérdidas. Y no sólo eso. La violencia se enseñorea sin tregua por todo el mundo. El llamado lado oscuro del corazón se muestra repetidamente para dar la batalla al mensaje fraterno de la Natividad.
Botones de muestra abundan. La guerra, los asesinatos, la corrupción, la injusticia, el abuso de poder y tanta barbarie que no perdona diciembre, ni mes alguno. El afán de lucro, la desmedida ambición, la prepotencia, los delirios de venganza, el odio al que piensa diferente; son también cotidianas presencias que multiplican el dolor, la miseria y la muerte. Como ejemplo, el reciente y muy sonado caso de Luigi Mangione, un joven de 26 años acusado de asesinar con varios tiros por la espalda a un importante ejecutivo de una compañía de seguros de salud. La noticia ha corrido como reguero de pólvora y ha provocado un escándalo mediático por diversos motivos.
El presunto asesino, un joven nacido en Maryland, educado en las mejores escuelas y de familia adinerada, ha causado revuelo con el escalofriante crimen, pues al tiempo que unos lo consideran un cruel, miserable verdugo, mucha gente se manifiesta en redes en su defensa llamándole héroe justiciero. “Francamente, esos parásitos se lo merecían”, decía una nota encontrada en su mochila, junto a la pistola, un silenciador y un cargador de balas. Las líneas de investigación hablan de una enfermedad psiquiátrica, un trastorno de brutal narcisismo que lo hizo creerse elegido para “golpear al sistema corrupto de los seguros de salud, un negocio con billonarias ganancias”, señala la nota en un reconocido periódico.
Pero lo que ha llamado más la atención en este crimen es la fascinación ejercida en miles de personas quienes aplauden sus escritos contra la codicia corporativa y defienden con pasión al ingeniero informático formado entre las élites estadounidenses. Considerado como el alumno más brillante de un prestigiado Instituto en Baltimore, el apuesto asesino, quien ha padecido por años dolores en la espalda, ha congregado una legión de admiradores quienes celebran sus acciones y corean a su favor, aunque todas las pruebas evidencian culpabilidad. Adicto a la tecnología, Luigi sería todo un caso para Carl G. Jung, uno de los más grandes estudiosos del lado oscuro en la mente de los seres humanos.
El caso de Mangione huele a serie, dicen los periodistas. No dude usted que pronto algún corporativo filme la escalofriante historia ocurrida en este diciembre de claroscuros. Mientras tanto los villancicos suenan por doquier, buscando afanosamente contrarrestar el lado oscuro del corazón. Y el crimen no sólo se manifiesta en la terrible acción de cegar las vidas, sino también en la indiferencia de tantos ante la sinrazón imperante aquí, allá y acullá. La herida lacerante de los feminicidios cotidianos, la violencia doméstica, la hipocresía de quienes rezando corrompen y hacen daño a millones con sus acciones. “El mal de nuestro tiempo consiste en la pérdida de la conciencia del mal”, dice bien Krishnamurti. Y nadie se salva de ese lado oscuro. Pero nunca será lo mismo las batallas diarias de cualquier mortal para vencer su oscuridad, que los inmensos daños causados desde el poder, la soberbia y la ambición desmedida.
Como antídoto contra el lado oscuro del corazón, está la luz en el mensaje del nacimiento de Jesucristo. No el que venden en las pantallas con falsos brillos, ni en los mensajes hipócritas de los potentados; sino el de la reflexión profunda acerca de la humildad, el amor y el perdón. Mientras escribo recuerdo un texto entrañable de Oscar Wilde desde la cárcel, reconociendo su falible humanidad y leyendo la Biblia cada día, reafirmando en Jesús un referente del más grande amor. Wilde, acusado por “indecencia”, lloraba mucho en la prisión y se consolaba amaneciendo con la lectura de los Evangelios, confesando que esa lectura era como penetrar en un jardín lleno de lirios. Ansioso de perdón, el escritor hablaba de un Cristo que comprendía el dolor y practicaba el amor sin cortapisas.
Se acerca la Navidad y mucho tenemos para aprender de la vida de Jesús. Hacer tiempo entre las prisas y el consumo, para pensar la historia que cambió a gran parte del mundo. Ahora, cuando parece imponerse el lado oscuro en muchas partes, detengamos el paso para conmemorar la vida ejemplar de Jesucristo, las lecciones implícitas en sus bellas palabras, la luz emanada de su esencia. Honremos lo sagrado que todos llevamos dentro, haciendo el bien a otros, dando luz con nuestras acciones sin alardes. No es fácil. Pero es la mejor manera de honrar la vida única.