Leticia Calderón Chelius
En un intento fallido de imponer el discurso predominante de la relación entre México y Estados Unidos, Donald Trump amenazó con imponer aranceles al comercio mexicano desde el primer día de su gobierno si México no controla el flujo migratorio en la región y revierte la pandemia por consumo de fentanilo en su país. Son de tal dimensión ambos temas que se podría haber tomado a broma semejante ocurrencia. Mientras que la migración es uno de los procesos más potentes y complejos del planeta, por su parte el consumo de sustancias, que llegan a causar epidemias devastadoras, se tendría que llegar al extremo absurdo de prohibir todo producto con exceso de calorías que causa, incluso, más adictos y consecuencias letales masivas de mayor impacto para cada sistema de salud nacional. Ante la ocurrencia revertida de amenaza de Trump la reacción no se hizo esperar de parte del gobierno mexicano en la voz y pluma de la presidenta de México Claudia Sheinbaum, quien simplemente respondió con el tono tranquilo y pausado que la va definiendo y que proyecta un mensaje de mando sin aspavientos: no es con amenaza como se negocia con México.
Este episodio resultó irónico no tanto por la amenaza de lo que podría ser cuando Trump sea presidente, sino por la consolidación de la figura presidencial de Sheinbaum en México, junto con la dimensión internacional que la catapultó en todo el mundo. ¡Porque mira que responderle a Trump sin exaltarse, no había ocurrido con esa entereza! Sobra recordar que el estilo Trumpista nos dejó ya antes escenas de humillación, desprecio y ninguneo hacia muchas figuras políticas de alto vuelo como Macrom y Merkel, por citar algunas. Esto se traduce políticamente en que Trump podrá regresar con su estilo bravucón que impactó tanto en su primer periodo de gobierno, pero hay un elemento que cambia las coordenadas del poder: hoy todos sabemos que su estilo ni resultó tan eficiente ni menos eficaz y su forma de gobernar, imponiendo miedo, ya no impresiona como lo hizo antes. Además, nosotros tampoco somos ya los mismos, como diría el poeta.
En el tema del fentanilo hay mucho que se puede hacer desde México y la misma doctora Sheinbaum anunció incluso reformas que ya están en camino de la arena política mexicana que contribuirán en el tema. Desafortunadamente hoy es el fentanilo y mañana será cualquier otra droga adictiva la que podrá afectarlos si los estadounidenses no mejoran sus formas de perseguir a los cárteles gringos que “ni los ven ni los oyen”, y si no intervienen en la dinámica social que impida que una y otra vez surjan este tipo de impactos colectivos a la salud pública. Querer que este problemón se los resuelva otro país pasa de la inocencia al chiste, y así quedó el propio Trump con esta amenaza tan desbordada por lo que demanda a cambio.
Con el tema de migración es otra cosa, ya que este asunto genera una presión adicional a la política restrictiva y de contención que el gobierno mexicano ha desplegado desde hace varios años. El punto que develó la insensatez de la demanda de detener el flujo migratorio o nos impondrá aranceles, es que ni con el alto costo humanitario que han pagado las personas migrantes en México ha sido suficiente para que los gobiernos de Estados Unidos valoren el esfuerzo que hizo México; que, por cierto, ha sobrepasado con creces la contención migratoria que ellos mismos estaban esperado.
El detalle es que con tanto manoteo de Trump no se nos puede olvidar que de una manera grosera e irrespetuosa los gobiernos de Estados Unidos han impuesto unilateralmente programas como el “Quédate en México”, que el territorio mexicano sea el espacio virtual desde donde se hacen las citas para solicitud de asilo en Estados Unidos (CBP1), o deportar a los extranjeros a nuestro país cuando esa figura jurídica implica el retorno al país de origen de cada uno y no a un tercer país que. además, resulta inseguro para dicha comunidad migrante. Esa medida, que se ha instrumentado hace tiempo, pretende ser la base de la nueva política migratoria de Estados Unidos en su afán de congraciarse con su electorado, pero México no tiene por qué aceptarla nuevamente, menos aun cuando, además del tono prepotente, Trump manotea órdenes y no reconoce la dinámica bilateral que acompaña el proceso migratorio, y que en todo caso corresponsabiliza a ambas naciones. Este punto hay que extenderlo a los que serán los secretarios y asesores más cercanos de Trump, quienes comparten la misma retórica, pero no la misma capacidad de liderazgo del presidente electo; así que, si a Trump se le puede responder de manera tranquila y pausada, con su equipo se tiene que mantener firmeza y ni un paso atrás. Un Marco Rubio, quien presumiblemente será secretario de Estado, no merece un trato excepcional sino de iguales, porque su visión del mundo y, sobre todo de América Latina, esta nublada por la furia anticomunista de su origen que le impide entender la complejidad del mundo actual.
Un elemento importante es que el episodio que inauguró la relación de una presidencia que aún estaba aceitando motores en México, aceleró no sólo lo que podría ser el tono público entre gobiernos, sino también la respuesta que los mexicanos esperábamos ver en un liderazgo femenino, que con trato respetuoso no cede en la defensa de los intereses mexicanos. A su vez, demuestra que segundas partes nunca fueron buenas (no reelección) y un Trump repitiéndose como el sheriff del pueblo envejeció aceleradamente.
Otra consecuencia de este arrebato a manera de amenaza de imponer aranceles así nomás, de la nada, es que fragmentó de alguna manera a la región norte del continente, sobre todo por el papel tan pobre que ha tenido Canadá en los últimas semanas en la voz no sólo de su primer ministro Trudeau cuestionando la integración comercial con México, pero además, por los comentarios de gobernantes menores y analistas de ese país que buscaron el momento para hacer declaraciones incendiarias para alimentar a sus electores. El detalle es que frente a la mínima duda si alguien sería prescindible en esta triada, resultó ser Canadá. Mal momento para sacar el cobre.
Es un hecho que este escenario político es ya el preludio de un periodo que se anuncia como de jaloneos e incluso más amenazas abiertas, por lo que la voz de liderazgo de la presidencia mexicana y todo su equipo va a resultar insuficiente si no está acompañada de acciones concretas y contundentes desde la propia población mexicana, que lo último que puede es quedarse como público en la lucha libre en que se grita hasta desgañitar, pero sin mayor consecuencia cuando acaba la función. El siguiente periodo presidencial estadounidense va a constituir, quién lo diría, la prueba de fuego para la capacidad de acción y reacción no sólo de sus dirigentes políticos sino de la propia población mexicana. Esto se da en un momento estelar del México contemporáneo, cuando hay ya una capacidad de articulación y movilización popular como no se tenía apenas hace unos años. Por tanto, estamos convocados a ver acciones desde las más simples hasta las más visibles, pero incluso, como “cachetada con guante blanco”, una que otra acción que emule lo que los estadounidenses tanto veneran cuando evocan a sus padres fundadores en emotivos actos de valiente resistencia. Así pues, si de manera coordinada los mexicanos en conjunto y sin bravuconadas simplemente dejamos de comprar y consumir productos importados desde Estados Unidos, sobre todo los alimentarios frescos o procesados, que además se imponen generalmente de manera desleal en grandes comercios y hasta el tianguis más alejado, y poniendo en segundo término los productos mexicanos (manzana, uvas, fresas, cereales, por ejemplo), lo que veríamos es un ejército de empresarios estadounidenses poniéndole un alto a su presidente y exigiéndole un trato respetuoso para México. Una sola marca estadounidense sin consumo mexicano simplemente dejaría de existir y ese solo acto como arma política es equivalente a los gritos de Trump, pero con elegancia y con un tino que ni Guillermo Tell tuvo jamás. Piénsenlo, contra amenazas desde el capitalismo extremo, sus propias recetas y debilidades son el poder de dejar de consumir lo Made in USA.
En términos teóricos este nivel de activismo se le llama ciudadanía económica y se refiere a la fuerza que la población tiene de mandar mensajes implacables desde su capacidad que como colectivo consume, pero también puede dejar de hacerlo. Hace años el doctor Jorge Bustamante, presidente algún tiempo del Colegio de la Frontera Norte, exhortaba a la población fronteriza a responder así a los actos injustificados dada la asimetría entre países que se constatan de manera directa en la frontera norte. Nunca logró mayor convocatoria, pero tal vez porque la capacidad de acción y reacción de la propia población mexicana estaba esperando un momento estelar. Tal vez ese momento llegó.