El jardín de la libertad
Libertad García Cabriales
El machismo es el miedo de los hombres a las mujeres sin miedo
Eduardo Galeano
Habitamos un país machista. Negarlo sería ser tontos de remate. Siglos de historia
lo demuestran. Y no sólo eso. Miles de hechos cotidianos dan cuenta de ello en
todo el paisaje nacional. Desde los abusos y la violencia doméstica verbal y física,
hasta los horripilantes feminicidios, pasando por el acoso laboral, la discriminación
sistemática y la violación de derechos en diversos sentidos. México es territorio
machista en esencia, dicen los estudiosos. Duele aceptarlo, pero solo así
podemos tomar conciencia para revertir, aunque sea poco a poco, los daños
perpetrados contra las mujeres.
Y lanzo la pregunta. ¿Quién de las mujeres que lee estas líneas no ha padecido
alguna forma de machismo? Quién puede decirse a salvo de la violencia, la
misoginia, el acoso, la discriminación, la poca valoración, el abuso; ya sea en su
casa, escuela, trabajo, calle. Ojalá haya una suertuda, pero creo no hay una mujer
libre de esas prácticas evidentes en una sociedad con brutales desigualdades de
poder. Y no hablo sólo de lo público, pues el poder se ejerce en todos lados, en
todas las relaciones, en todos los escenarios. Y en un entorno históricamente
patriarcal como el nuestro, es el hombre quien mayormente ha ejercido el dominio.
Claro, usted ya debe estar pensando que pese a todo eso, vamos a ser
gobernados muy pronto por una mujer. Y eso es para celebrarse sin duda, pues
seremos de las todavía pocas naciones dirigidas por féminas. Un sueño
largamente acariciado, un hecho histórico producto de una larga lucha de mujeres
valerosas buscando la equidad y los espacios. Millones de votos legitiman a la
próxima presidenta y las expectativas son muy altas respecto a su mandato. Y
será sin duda un ejercicio político de enorme simbolismo, pues sólo el hecho de
ver a una mujer por primera vez en la codiciada Silla del Águila, representará
poder y anhelos para todas las mexicanas. Un enorme salto a la equidad.
Pero el machismo ha sido terco. Y cómodo. Para los hombres y también para
muchas mujeres. Porque el trabajo de erradicar sus prácticas no es solamente de
una persona, por muy poderosa. Es un quehacer diario de hombres y mujeres,
desde los más pequeños, hasta los más grandes. Porque por desgracia la
violencia, los abusos, los acosos y las infamias contra las mujeres, no se acabarán
así sin más, pues requieren todo un cambio de los esquemas mentales en lo
privado y en lo público.
Y no sólo es en México. Se ve hasta en los países más avanzados. En la bella
Francia, emblema de cultura, ahora mismo se está ventilando un caso terrorífico
que ha dado la vuelta al mundo. Gisele Pelicot, llevaba lo más parecido a un
matrimonio perfecto con más de 50 años de convivencia. Tres hijos, un marido
genial y nietos a quienes disfrutaba mientras él se paseaba en bicicleta. Todo
parecía color rosa, hasta que la policía la enteró a través de unas imágenes
escalofriantes cómo ella era agredida sexualmente por decenas de hombres que
su “marido perfecto” había contactado por internet, violentándola previo suministro
de drogas. Se me hace un agujero en el estómago de sólo escribirlo. El horror en
su máxima expresión. Ahora ella enfrenta un juicio con mucho valor para
demostrar de qué lado debe estar la vergüenza, el oprobio, el castigo.
Lo sé. Es un caso extremo, pero en nuestro país pasan cosas igualmente terribles.
Los miles de feminicidios son sólo una muestra. Y todo es producto del machismo,
de esa idea absurda de creerse superiores, con derecho a poner la pata en el
pescuezo y matar mujeres (literal y metafóricamente). Ahí está la raíz. Mucha
gente prefiere no saber, voltear la mirada; pero nadie está exento y visibilizar el
machismo es necesario si realmente queremos una sociedad más justa y menos
violenta en todos sentidos.
Hoy escribo pensando en ello después de leer y escuchar, no sin pena, las
declaraciones de un diputado tamaulipeco con nombre de un gran gobernador,
pero según parece con criterio estrecho: Si la mujer no le hace el lonche al señor,
si no consiente en tener relaciones sexuales cuando el señor lo pide, es violencia,
según sus palabras. Uf. ¿Qué le pasa a Marte? No lo conozco, pero con todo
respeto, él puede pensar, desear o temer lo que quiera; pero es un diputado, tiene
voto en el Congreso, sus palabras tienen ecos. Y usted dirá: en efecto, así piensan
muchos, así viven muchos, conozco numerosos casos; pero alguien debe decirle
al señor Marte que las cosas están cambiando y los roles de género son ahora
parte de una transformación necesaria para una mejor convivencia, pública y
privada. Eso se llama justicia.
En fin, el diputado tuvo sus quince minutos de fama, pues se lució a nivel nacional.
Pero más allá de verlo como chascarrillo, es bueno reflexionar, (ahora que gran
parte de las mujeres trabaja dentro y fuera de casa), en cómo los dichos, al igual
que los hechos, tienen peso y reflejan a cada quien y sus prejuicios. Tal vez Marte
tenga buenas intenciones en su defensa de los hombres, pero quizá le faltan
lecturas, revisar estadísticas, analizar la historia. Y no olvidar que seremos
gobernados muy pronto por una mujer.