El jardín de la libertad
Por Libertad García Cabriales
No conozco ningún otro signo de superioridad que la bondad
Ludwig Van Beethoven
Las ciudades se construyen a través de su gente. Son las personas quienes principalmente dotan de identidad e identidades a una comunidad. La geografía influye sin duda, pero lo que verdaderamente transforma lo hace la gente. Así la heroica Matamoros, una localidad con un carácter forjado en una historia fascinante. Tierra de frontera, tocada por los aires de un país fuerte en la otra orilla del río Bravo; los matamorenses han sabido pese a todo, construir una cultura potente, un ser distintivo reflejado en diversas manifestaciones. Me gusta Matamoros, sus edificaciones, su arte, su comida, la brisa del mar; pero especialmente su gente, quienes a pesar del canto y encanto del “otro lado”, se han quedado ahí, en defensa de la tierra amada.
La cuna de Catarino Garza, Celedonio Junco, Norberto Treviño Zapata, Cristina Rivera Garza y por supuesto de Rigo Tovar, entre muchos personajes más ausentes y presentes. La tierra de tantos hombres y mujeres que todos los días se levantan para hacer y rehacer una colectividad dinámica, diversa, viva. Escribo y pienso en la gente de la heroica, en tantos amigos ahí radicados, en las memorias vividas junto a ellos. Escribo Matamoros y pienso en Rosaura Dávila Dávila, una mujer admirable por muchos motivos, alguien que nunca se ha conformado con estar solamente, pues ha construido su vida haciendo comunidad cotidianamente. Estas letras son un pequeño homenaje para ella. Una buena persona en muchos sentidos, esa cualidad que parece fácil, pero se encuentra cada vez menos.
Nacida en Aguascalientes, con educación básica en Saltillo y después la superior en la Universidad Labastida de Monterrey, se inicia como educadora en la Laguna, para llegar poco más tarde a Matamoros y convertirse en una ciudadana con más acciones por el bienestar social que muchos ahí nacidos. Rosaura es un ejemplo de esas personas que edifican siempre, estén donde estén. Insaciable en su sed de saber y conocer, la maestra Dávila ha sido investigadora, escritora, conferencista, periodista y promotora cultural. Además es parte fundamental en la formación de instituciones y organizaciones sociales. Miembro fundador del Colegio de Educación de Matamoros, integrante de décadas la Asociación de Beneficencia y Cultura, del Patronato de la Cultura, del Instituto Tamaulipeco de Investigación Educativa y del Centro de Orientación y Apoyo a la Mujer, entre otras organizaciones; ha sido también ponente en congresos, encuentros, publicaciones y diversos estudios binacionales.
Socia distinguida de la Sociedad Tamaulipeca de Historia, Geografía y Estadística, Rosaura cuenta con estudios de Sociología en Oregon y con Maestría en Ciencias de la Educación por el CIIDET en Querétaro. Con numerosos reconocimientos y premios por sus aportes ciudadanos y por su apoyo a las causas de las mujeres; la maestra Dávila ha sido conocida también por su andar junto a un hombre igualmente reconocido, el inolvidable maestro y cronista matamorense Andrés Cuéllar. Ambos unidos por numerosas afinidades y hasta en la coincidencia de contar con apellidos iguales de padre y madre: Rosaura Dávila Dávila y Andrés Cuéllar Cuéllar, un binomio capaz de honrar la palabra “juntos” de una y mil maneras durante más de 50 años. Me tocó conocerlos y tratarlos así, inseparables, aprendiendo, enseñando, haciendo, investigando, complementándose. Era un gusto verlos tan unidos, sensibles, talentosos, honestos, plenos de humor y siempre tan dispuestos a dar y darse. Una pareja en el mejor sentido de la palabra, apoyándose y colaborando con su Matamoros querido, lo mismo en la historia que en la cultura, la gastronomía, en tantas facetas: construyendo ciudadanía, amorosos en familia, enseñando a su único hijo el arte de la vida buena.
Y si algo ha definido a Rosaura es su gozo por vivir y convivir. Así me ha tocado verla, así me lo dicen quienes la conocen bien en su amado Matamoros. (Gracias por los datos curriculares) Aun en medio de la adversidad y la pérdida de su gran amor, ella sigue con su canto a la vida. Una mujer capaz de levantarse de cualquier tropiezo y volver a sonreír con alegría. Me consta. Y disfrutando siempre el arte con la curiosidad de una niña. Bien decía Kafka: quien conserva la facultad de ver la belleza no envejece. Rosaura es un ejemplo de vitalismo inacabado. Por eso es necesario reconocerla, agradecerle. Ojalá hubiera muchas mujeres en Tamaulipas como ella: íntegras, participativas, alegres; interesadas en apoyar comunidad y desinteresadas en lucrar y lucirse.
Desde mi corazón con estas letras, mi homenaje con abrazo grande para Rosaura Dávila, mujer tamaulipeca fuerte y valerosa. Personas como ella salvan al mundo diría bien Borges. En eso creo.