por Fortino Cisneros Calzada
La renuncia del presidente Biden a la nominación del Partido Republicano para competir con Trump por la presidencia de los Estados Unidos, era cuestión de tiempo. Tuvo que tejer los hilos de la política del país más poderoso del planeta como encaje holandés, para evitar sorpresas en cuanto a su propuesta de sucesión favoreciendo a la vicepresidenta Kamala Harris, que seguramente llevará como compañera de fórmula a la gobernadora Gretchen Whitmer.
Cuatro fueron los elementos sustanciales que lo llevaron a maniobrar para que se percibiera como necesario su retiro y así exaltar a la mujer que desde el principio fue señalada como legataria de su gobierno, heredando lo bueno y con cierta distancia respecto de lo que le ha sido criticado: el manejo del voto duro de Biden y de los recursos que la fórmula Biden-Harris ha acumulado; el apoyo de las facciones demócratas más poderosas, los Clinton, los Obama y Nancy Pelosi.
Si Donald Trump utilizó la teatralidad del atentado para convertirse en víctima y ganar la simpatía de algunos indecisos, las supuestas torpezas seniles de Biden convencieron a sus simpatizantes más fervientes de la necesidad del relevo, que ha venido a emparejar la contienda y le da mayor frescura. Como sucedió en México con Claudia Sheinbaum, que ganó abrumadoramente porque era el tiempo de las mujeres, era la contendiente más preparada y tenía experiencia de gobierno con eficacia, la fórmula se repite con Harris-Whitner.
De aquí en adelante, cumpliendo el requisito de la Convención Demócrata que ungirá a Kamala como candidato oficial y a Gretchen como su compañera de fórmula, la contienda por la presidencia será una carrera de deslindes. Harris tendrá que dejar en claro que las acciones del presidente Biden que han sido duramente criticadas, sobre todo el apoyo a la guerra, serán examinadas a profundidad para ver lo que conviene a los Estados Unidos y a su pueblo.
Por su parte, el republicano Donald Trump tendrá que convencer al ala liberal de su partido que no tiene el empeño de radicalizar al país y encaminarlo a la ultraderecha. Ya dijo que es ajeno al Proyecto 2025 de la Fundación Heritage que en sus casi 900 páginas detalla reformas extremas del poder ejecutivo. Entre otros establece planes para criminalizar la pornografía, disolver los departamentos de Comercio y Educación, rechaza la idea del aborto como atención sanitaria y destruye las medidas de protección contra el cambio climático.
El manejo mediático será fundamental. Ahí lleva ventaja la actual vicepresidenta, una mujer madura de sonrisa agradable, lenguaje correcto y elegante presencia. Lo que en otra época pudo ser un baldón, ahora le aporta ventajas, es de piel oscura, de ascendencia inmigrante con raíces en la India, uno de los objetivos estratégicos de la economía estadounidense para enfrentar el vertiginoso avance de China en cuanto a ciencia y tecnología y los mercados globales.
Trump, en cambio, se ha hecho de una imagen tosca y grosera, que mucho le sirvió en sus programas de televisión; pero, que no corresponde a la de un presidente que debe dialogar con individuos y naciones para encontrar fórmulas de convivencia pacífica. No ha ocultado sus planes de recortar los programas sociales, realizar la mayor deportación masiva de la historia, imponer aranceles radicales proteccionistas y utilizar el poder presidencial agresivamente.
El epílogo de la crónica anunciada del retiro del presidente Biden en la campaña por la reelección, casi está cantado. Habrá presidenta en México y en los Estados Unidos, con lo que muchos de los entuertos que no se han podido deshacer estarán en la vía de la mejor solución, que nunca podrá ser cabal ni radical; sino en la medida que convenga a las partes y se provoque el menor deterioro individual o social. ¡Sigue siendo tiempo de las mujeres, ahora con encaje holandés!