Por Juan Becerra Acosta/La Jornada*
En marzo pasado se cumplieron 95 años de la fundación del PNR, organización política que hoy bajo las siglas PRI ha dejado de ser institucional después de que desde hace mucho tiempo dejó de ser revolucionaria. Al no encontrar más en el cargo público alimento para saciar su voracidad de poder, se devora a sí misma en un acto de autocanibalismo que la conduce al cementerio de la política, sin que por ello sus integrantes estén destinados a desaparecer con el partido que en sus siglas guarda los significados más oscuros de la política mexicana.
Por si las recientes derrotas electorales y los terribles resultados de su dirigencia no fuesen motivo suficiente para intentar cambiar de rumbo, las fuerzas cacicales que hoy interpretan orquestadamente las indicaciones y pautas de Alejandro Moreno han decidido votar para permitirle continuar al frente del partido; con ello no sólo dirigen el timón hacia el precipicio, también traicionan su principio fundacional de no relección. Son muchos los priístas que se han manifestado en contra de la asamblea en que el PRI modificó sus estatutos –en una escena que parece de la película de Luis Estrada La ley de Herodes–, a la que acusan de ilegal e ilegítima. Pero ellos, los hoy detractores de Alito, son también responsables del monstruo que crearon y alimentaron durante años.
La denuncia es legítima, pero el discurso de los priístas disidentes de su actual –y posiblemente futura– dirigencia se hubiese deseado hace muchos años. Hoy en este discurso se encuentra reflexión, autocrítica, propuestas democráticas y hasta sentido común. ¿Por qué no lo emitieron cuando estaban en el poder?, ¿por qué hasta hoy, tan lejos del cargo, parecen darse cuenta de los actos cometidos que el pueblo tantas veces les reclamó encontrando como única respuesta la represión? «Perdimos el rumbo», señalan con verdad, habrán de reconocer también que su epifanía es resultado de haber perdido el poder, aquel del que tanto se sirvieron y por el cual impusieron políticas neoliberales que arrebataron a las personas su categoría de ciudadanas para convertirlas en consumidores cuyas opciones se centraron en comprar o vender en un esquema que premió el consumo y castigó la pobreza bajo la falacia de que los ricos lo son por méritos propios, y los pobres culpables de su pobreza en un mundo gobernado por la competencia, en el que quienes quedan fuera del poder adquisitivo se convierten en perdedores para la sociedad, y para sí mismos.
Como nunca, el tricolor está dividido; aun así, de un bando y del otro, siguen siendo lo mismo. Misma voracidad de obtener el poder por el poder. Quien ya no es el mismo es el pueblo de México que, a través de la democracia, los ha separado del cargo. Conviene más a los disidentes de Alejandro Moreno ser expulsados de su partido que renunciar a él, la expulsión les daría la connotación de víctimas que «cayeron» luchando por rescatar a una organización que, hay que decirlo, no puede ser rescatada, ya que con sólo nombrarla provoca repudio y desconfianza. Si se logra evitar la relección de Alejandro Moreno en la dirigencia del PRI, no se habrá rescatado mucho, a lo más un partido en estado vegetativo que ni cambiándole de nombre podrá caminar de nuevo o deshacerse del significado de corrupción que durante décadas construyó.
Habrá de tener muy claro el pueblo de México, que regocijado ve el desmorone de un PRI que sacó del poder, que los males que lo caracterizan no son exclusivos de sus filas o militancia, ya que no se crea ni se destruye, se transforma, y que las viejas mañas provenientes de la sed de poder tienen la capacidad de mutar en otros partidos.
Hoy Morena no tiene oposición fuera de sus filas, habrá de evitar que se construya dentro de las suyas y con ello que intereses ajenos a la Cuarta Transformación puedan hacer daño a la causa por la que el pueblo de México votó mayoritariamente. Habrá de evitar que la ambición por el cargo, o la marea de la cargada, se antepongan a un proyecto que no pertenece a particulares, sino al pueblo en general, pues es él, el pueblo de México, quien mandató una transformación. Lo hizo con conciencia y congruencia, tan es así que la Cuarta Transformación alcanzó el plan C para tener mayoría en el Congreso, por ello intentar cancelar por antipatías a quienes fueron elegidos en la elección parte del mismo lugar del que surgen los absurdos reclamos opositores al electorado por haber decidido dar continuidad a la transformación del país, cuando ellos no ofrecieron nada aparte de regresar a su esquema de saqueo y olvido a las necesidades de la gente.
*Link original en La Jornada:
https://www.jornada.com.mx/2024/07/17/opinion/017a2pol