Por Libertad García Cabriales
Dormí y soñé que la vida era alegría.
R. Tagore
No es fácil vivir alegre en estos tiempos. Las noticias nos agobian, las crisis
aprietan, el desaliento gana terreno. Pero la vida es una y la alegría es necesaria
para transitar en este mundo de insensibilidad globalizada. Alegría. El diccionario
la define como un sentimiento grato y vivo. Así pues, la alegría es una emoción
vital y revitalizante, algo que además de vivirse, se puede convivir porque uno casi
siempre se alegra con los otros. Al respecto, los psicólogos dicen que una persona
alegre se enferma menos, vive más tiempo y puede ser líder en su comunidad. La
alegría se contagia.
El sabio Aristóteles ya nos hablaba de la alegría y su enorme influencia vital. Los
epicúreos por su parte, agitados por profundas crisis, guerras y luchas por el
poder, apostaban en las sensaciones a través de los ritos del placer, la amistad y
la alegría. Más tarde, el reconocido filósofo, poeta y dramaturgo alemán Friedrich
Von Schiller creó una de las odas más bellas a la alegría: “Alegría, hermosa
chispa de los dioses, tu hechizo vuelve a unir lo que el mundo había separado,
todos los hombres se vuelven hermanos allí donde se posa tu ola suave”.
Extraordinario poema que después inspirará al admirable Beethoven a componer
la Novena sinfonía, un himno a la alegría que en todo el mundo se entona para
celebrar la fraternidad y la vida.
Pablo Neruda también cantó a la alegría en una de sus hermosas odas: “Como la
tierra eres necesaria, como el fuego sustentas los hogares, como el pan eres pura,
como el agua del río eres sonora, como una abeja repartes miel volando. Hoy te
llamo alegría…porque aprendí luchando que es mi deber terrestre propagar la
alegría”. No menos bello es el emblemático poema de Mario Benedetti, ese canto
que deberíamos repetir todos cual mantra: “Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina de la miseria y los miserables de las
ausencias transitorias y las definitivas”.
Alegría. Además de los muchos poetas y pensadores que la han celebrado, la
ciencia también le ha dedicado espacios de investigación. Los médicos afirman
que las manifestaciones de alegría producen efectos energéticos que reactivan
funciones orgánicas y liberan tensiones de nuestro cuerpo. Por si fuera poco,
reconocen que una persona alegre duerme mejor, produce más endorfinas y tiene
más creatividad, factores que permiten desarrollar más la armonía y relacionarse
fácilmente con los demás. Pero aun sabiendo todo lo bueno que conlleva, todavía
hay gente que considera a la alegría como algo irrelevante, banal o subversivo:
“Cualquier razón por siniestra que sea, parece tener más derechos en nuestro
mundo que la pequeña y noble razón de la alegría”. Tanto que a veces nos
sentimos culpables de estar alegres en medio de las crisis.
“Nada perdemos con alegrarnos” dice el muy añorado poeta Rubén Bonifaz Nuño.
Hay tantos motivos para la alegría: las bondades de la naturaleza por ejemplo.
Pero a veces no percibimos esos gratificantes regalos. Cuando le dije a una
persona de cómo me alegra la lluvia y el verde de las sierras después de recibirla,
me contestó que ella no tiene razones para alegrarse pues se siente “muy sola en
compañía” de un marido con quien nunca conversa, además de tener una
situación económica difícil. Lo sé, hay también motivos para la angustia y la
tristeza, el mundo que vivimos está colmado de crisis y sinrazones, pero
precisamente por eso y a pesar de eso, debemos defender la alegría.
Reconquistarla, buscarla, atraerla. Verena Kast afirma que es necesario “potenciar
la alegría como elemento esencial de nuestra vida, “emoción que puede coexistir
con el dolor y la ansiedad”. No porque abunden los problemas se acaba nuestra
potencia para la alegría, pero es necesario crearla como estructura básica de
nuestro ser. Algo que va más allá del placer pues se constituye en un sentimiento
profundo que trasciende el momento y puede ayudarnos a combatir el desánimo
en la búsqueda de la felicidad. Spinoza decía que la alegría es el tránsito de una
perfección menor a una mayor. Todo tiempo puede ser tiempo para la alegría.
“Nada perdemos con alegrarnos”. Sabemos que hay cosas que nos entristecen. A
todos nos duele algo, a todos nos han dañado, nos han engañado, nos han
vulnerado alguna vez. Pero toda vida requiere un esfuerzo generoso para la
alegría. No el placer de las pantallas que es sólo un estimulante fugaz. Javier
Marías dijo que siempre hay que esforzarse por dar a luz en el fondo de nuestra
alma un mínimo manantial de alegría para uso propio y para repartir a los otros.
No es difícil hallarla: En las sonrisas de los niños, en la belleza de un paisaje, en el
eterno descubrimiento del arte, en la lectura de un libro, en la conversación, en la
sensación de una caricia, en el aprendizaje de algo, en el dar y recibir, en tantas
cosas.
“Nada perdemos con alegrarnos”. ¿No cree usted?