El jardín de la libertad
Por Libertad García Cabriales
Para Cristi Chávez y familia con mi abrazo fraterno
Desde la antigüedad, diversos pensadores han expresado la idea de crear nuestra
vida como una obra de arte. Los sabios griegos ya hablaban de la importancia de
hacer lo bello y lo bueno para el bien vivir. En ese contexto, la belleza no sólo se
piensa como apariencia o atributos físicos. Para ellos, la verdadera belleza se
construía cada día y el objetivo era la vida buena. Y con ello además, dejar tras la
muerte un ejemplo de vida memorable. Por otro lado Foucalt, un gran filósofo del
siglo XX, decía sorprenderse que el arte sólo se apreciara en relación con los
objetos y no con la vida. Otros pensadores reconocidos también establecen que la
vida, a pesar de todos sus dolores y sufrimientos, puede ser una obra de arte.
He pensado mucho en ello desde hace años. Y a pesar de parecer una idea
compleja, puede lograrse. Cualquier persona puede hacerlo con voluntad. Lo he
confirmado hace unos días, en la despedida de su residencia en la tierra a
nuestra querida Armonía Fernández de Chávez. Una bellísima mujer cuyas
virtudes tuve el privilegio de conocer y reconocer por casi treinta años. Duele
mucho escribir de su partida y no se trata de elogiarla sólo porque se ha ido, como
suele hacerse. En la vida de Armonía, realmente tenemos un ejemplo
extraordinario, una forma de ser y hacer que muy pocas veces vemos en nuestro
entorno.
Nacida en Estados Unidos, con ascendencia española, Armonía amó
profundamente a México hasta su último aliento. Unida en matrimonio con otro ser
maravilloso, el ingeniero Servando Chávez, supo hacer de su vida en pareja un
caminar juntos en el amor de por vida. Me tocó presenciar ese amor; en sus
miradas, en las conversaciones, en ese convivir pleno, hasta en la forma que Don
Servando pronunciaba su bello nombre. Porque así era ella, una mujer que sabía
construir relaciones armónicas, haciendo siempre honor al nombre elegido por sus
padres y ella supo convertir en carácter, identidad y destino.
Sólo al envejecer en compañía de alguien conocemos la fuerza del amor, dice el
poeta. Así lo vi con ellos y aun después de la muerte de Servando, se percibía el
amor en los hermosos ojos de Armonía. Un vínculo que floreció además, en una
bella familia. Veinte años le sobrevivió recordándolo, agradecida siempre por lo
compartido. Veinte años en los cuales ella siguió mostrándonos su valía, su
generosidad, su bien ser, cuyos mayores atributos fueron dar y amar. Porque
Armonía siempre daba: una sonrisa, una palabra, una enseñanza, un cumplido.
Reconocida por sus acciones a favor de la comunidad, lo mismo en Monclova
donde fueron destacados forjadores y bienhechores en instituciones sociales, y
después en esta Victoria nuestra, donde Armonía apoyó causas justas y
humanitarias, siempre con discreción. Porque ella era así, una mujer transparente, sin aspavientos, incapaz de alardear. Nunca la vi darle su tiempo al chisme, pero
era capaz de analizar un tema a profundidad con proverbial inteligencia.
Especialmente la vida política y no sólo de México, también internacionalmente,
pues le gustaba estar informada y leer los periódicos cada día.
Muy bella físicamente, supo serlo desde dentro y reflejarlo en acciones. Culta,
sensible, educada y elegante en su exterior, pero especialmente en su forma de
vivir. “No hay mayor elegancia que ser una buena persona”, leí alguna vez. Así lo
creo, así lo sentí con Armonía, de quien tuve tantas lecciones. Porque ahora que
partió al eterno jardín, me doy cuenta de lo muy valioso de sus enseñanzas. Una
maestra en todo y para todos quienes la conocimos. Una mujer que vivió el dolor y
supo trascenderlo dando. Una amiga en toda la extensión de la palabra. Mientras
escribo, pasan como en una película los muchos instantes compartidos, las
significativas lecturas en escuelas, parques, auditorios, hospitales. Y me
conmueve hasta el alma, recordar el más delicioso pastel para cada uno de mis
cumpleaños con sus manos de excepcional cocinera. El tiempo dedicado al cultivo
de la amistad, como quería El Principito. Porque ella sabía hacer de su tiempo un
regalo para los demás. Darle a cada quien sin prisa, poniendo atención, posando
sus ojos en quien estaba enfrente.
El que sabe a dónde va, va despacio, afirma la gran poeta Gloria Fuertes. Nuestra
querida Armonía lo sabía; y así, al andar hizo camino. Esas lecciones no mueren,
permanecen siempre. Vivir consiste en construir recuerdos, decía bien Sábato. El
día de su funeral lo constatamos en un sencillo pero significativo homenaje de su
familia y amigas del Club de Lectura Aureolas con poesía, testimonios y la música
del talentoso maestro Gerardo Pinzón. Armonía para Armonía. La mujer cuya
mayor enseñanza fue el gozo de vivir la vida única, irrepetible. Buena hija, madre,
abuela, bisabuela, amiga, maestra, ahora puedo decir sin ambages que la larga
vida de Armonía Fernández, igual que la de su esposo Servando Chávez, fueron
construidas como obras de arte, manifestando siempre la alegría de vivir. Desde
aquí mi abrazo amoroso a su familia y a todos quienes la conocieron y la
quisieron.
En tiempos de guerras, polarización, inconciencia e indiferencia; vidas ejemplares
como la de Armonía alegran el alma y generan esperanza. Bien lo decía
Almudena Grandes: “con el tiempo comprendí que la alegría es un arma superior
al odio y las sonrisas son más útiles que las gestas de rabia y desaliento”. Nuestro
tiempo es limitado. Todos partiremos algún día. Ojalá aprendamos de personas
como Armonía, de su maravilloso ejemplo de bien vivir.
Hasta siempre queridísima, te imagino ya plena de la luz celestial.