Balcón del pensamiento
Por Alicia Caballero Galindo
En diversas ocasiones, he comentado en esta columna, sobre el festejo del día de la madre; los comerciantes hacen su “agosto” con el precio de los regalos, sobre todo, de las flores. La gente se vuelca comprando algo para regalar este día, desde un sencillo ramo de flores compradas o recogidas en el campo, hasta autos, casas, joyas caras, relojes, sin dejar de mencionar aparatos domésticos, viajes e incontables cosas más.
Para algunas personas es angustiante querer regalar algo fuera de su alcance económico y con frecuencia se endeudan para hacerlo. Para ciertos grupos, se torna un motivo de demostrar poder económico, solamente. ¡En fin! Es un fenómeno de carácter social, más que de amor a la mamá.
Por desgracia la madre se convierte en “reina por un día” porque después de el festejo, continúa con la rutina diaria de encuentros y desencuentros con los hijos. Creo, sin lugar a dudas que los festejos que se celebran con bombo y platillo, al día siguiente, “pasan a la historia”, no son muestra de amor, reconocimiento y gratitud, sino una competencia por demostrar poder.
Ser madre, en toda la extensión de la palabra, es un rol que se juega desde que un hijo anuncia su presencia en el vientre materno, porque desde ese momento, la madre contrae un compromiso de amor con ese nuevo ser que empieza a formarse, debe cuidar su alimentación, sus trabajos habrán de moderarse para bienestar del bebé, ingerir vitamina y sustancias para fortalecerlo, y hasta controlar sus emociones, porque “ya son dos seres en uno” y todo lo que afecta la madre, repercute en el hijo en formación.
Cuando una mujer decide ser mamá, debe tener la plena conciencia del compromiso que contrae con el nuevo ser que depende sólo de ella.
A partir de su nacimiento, el compromiso es compartido, cuando el padre, es un ser responsable y comprometido, si no es así, ella deberá asumir el rol de ambos, es una tarea complicada.
Por otra parte, quiero hacer mención de las mujeres que nunca han gestado un bebé en su vientre pero que, por azares del destino, asumen ese rol con más amor y abnegación que muchas mujeres que parieron un hijo, y ellas, se ganan el título de madres, con dedicación, constancia y amor por un pequeño que no nació de ellas y al que miran crecer hasta ser un adulto autosuficiente. Esas mujeres, merecen todo el amor, reconocimiento y admiración, porque están llenas de amor que vuelcan sobre los demás, como una fuente inagotable de luz.
Les comparto dos poemas de mi autoría:
Mamá
Mujer roble que guareces
barca que salva de borrascas
apacible arroyuelo de cristal
canta y pacifica
sillón que mece sueños.
Voz trasponiendo
el tiempo y el espacio
brazos de viento
que nunca abandonan
suave girón de luz
que cura las heridas
estrella marcando el rumbo
en noches de soledad.
Esperanza bajo la fronda seca
renaciendo en cada semilla
pétalos de flor silvestre
que acarician al andar.
Esencia que no se pierde
canción del alma
oración perenne
luz inmortal
que nos vuelve humanos
sencillamente, mamá.
A mis hijos
Recuerdo cuando latían en mi vientre
y yo ¡soñaba!
Un día los tuve entre mis brazos
tan pequeños, tan frágiles
¡tan míos!
Cuando se aferraron a mis dedos
con sus pequeñas manitas
supe que caminaríamos juntos
un tiempo.
Les enseñé la estrella de la tarde
cuando mansamente
se sientan sobre la cumbre del monte
¡efímero momento,
destello de la vida!
Cuidé sus pasos vacilantes
pero pronto aprendieron
a caminar, a correr ¡y a volar!
Hoy sus alas
se abren poderosas
y surcan ya otros cielos
hoy forjan sus propios nidos
allá ¡en la cumbre!
Así como nosotros un día
forjamos el nido en que nacieron.
Hoy pasan por mi mente los recuerdos
¿que si hubo desvelos?
¡ya no los recuerdo!
¿sufrimientos y penas?
¡Jamás!
¿Sacrificios dolorosos?
¡nunca existieron!
¿Lágrimas y dolor?
Sólo llevo en el alma
las dulces lágrimas de felicidad
derramadas con amor
cada vez que subían un escalón
en la montaña de la vida.
Madre, mamá, abuela
dulce canto de amor
que da vida a la vida
manantial de esperanza
donde liba la humanidad
brazos abiertos que siempre esperan
sombra fresca para guarecerse
cuando el sol haga lentos los pasos.
Quiero ser fronda que cobija
fuente cristalina que sacie su sed
viento que acaricia
fulgor en el horizonte que guía
mano invisible que protege.
Cuando mi cuerpo fenezca
me iré con una sonrisa
cantándole a la vida
y agradeciendo al Creador
el privilegio de ser madre.
En las noches solitarias
mirarán la luna y las estrellas
¡sonreirán! porque desde ahí,
mis ojos estarán mirándolos
y el viento,
les llevará mi voz a donde estén.
Y en el fondo de su ser
en cada latido de sus corazones
estarán escuchando al mío
diciéndoles que los quiero
y siempre estaré con ustedes.
¡Gracias a la vida
por el privilegio de ser mamá!