El jardín de la libertad
Por Libertad García Cabriales
Sin la literatura, el amor y el placer son más pobres…
Mario Vargas Llosa
El amor es un combate perdido de antemano, dice Fréderic Beigbeder, en la frase
inicial de “El amor dura tres años”, uno de mis libros favoritos del controvertido
escritor y publicista francés. Con cierta dosis de sarcasmo, melancolía y humor;
en tono ligero pero también profundo, el autor refiere la magia del enamoramiento
y las vicisitudes del amor. Al principio todo es hermoso, nos dice: “no das crédito a
estar tan enamorado, cada día trae consigo su liviana carga de milagros”. Pero ay,
viven juntos, el tiempo transcurre, todo cambia, la monotonía y el aburrimiento se
instalan y todo acaba organizándose para que los “enamorados” terminen
separados.
Dedicado a sus padres, que según parece encontraron la fórmula del amor
duradero, la novela de Beigbeder, bien puede considerarse un estudio crítico
sobre las relaciones de una sociedad “ganchada” en las apariencias, los amores
desechables, el narcisismo, las fiestas, la borrachera y el falso amor. Señalando
que ahora, igual que hace un siglo, la gente tiene una pésima educación en el
terreno sexual y por eso busca incesantemente sin encontrar el verdadero gozo:
“hacer el amor sin amar o amar sin hacer el amor”.
Pero pese al “engañoso” título y a los desoladores sucesos expresados, el libro es
un homenaje al amor donde se concluye que el amor sólo puede ser duradero
cuando ambos saben lo que cuesta construirlo cada día: “no hemos sido
preparados para la felicidad porque no estamos preparados para el dolor. Hemos
crecido en la religión de la comodidad. Tenemos que saber quiénes somos y a
quién amamos”, nos dice el muy vendido escritor en su novela, por cierto
autobiográfica.
Quise reseñar algo de la fascinante novela de Beigbeder para reflexionar con
ustedes acerca de la literatura y el amor. ¿Quién no ha pensado y sentido el amor
cuando lee con la mente y el alma abierta? Desde tiempos inmemoriales, las letras
y el amor han estado estrechamente vinculados. Antes, con los griegos y
romanos, pero especialmente cuando surge la novela con El Quijote, el amor ha
sido uno de los grandes motivos para leer y escribir. El Quijote no sería igual sin
Dulcinea, sin las “cuitas que por vuestro amor padece mi corazón”, como decía el
andante a la dama de sus tormentos. Porque también el clásico de Cervantes
habla del amor no correspondido, la amarga locura del desamor.
¿Y qué decir de Shakespeare? Maestro de maestros. Creador de la obra cumbre
de los amores trágicos, nadie que se diga buen lector, puede andar por la vida sin
leerlo, lo mismo en Romeo y Julieta que en Otelo y en otras de sus
monumentales obras. Además está Flaubert y la insatisfacción femenina en la
enorme Madame Bovary. Y por supuesto las escritoras mujeres, a las que cada
día leo más y más. Empezando con Sor Juana, la más grande y tantas que me
llenan el alma como Siri Husdvet, Amelié Nothomb, Rosario Castellanos, Virginia
Woolf, Cristina Rivera y tantas más.
Y cómo puedo explicarles mi fascinación por las letras de Thomas Mann, Nobel
de Literatura quien hace tanto tiempo me provocó esta incesante pasión lectora.
Nunca olvidaré la historia de amor platónico del febril Hans Castorp por Madam
Chauchat (“El amor no es nada si no es la locura”) en “La Montaña Mágica”. En el
entorno de la decadencia europea burguesa, la novela es vivo retrato de la
condición humana: el cuerpo, el amor, la maldad, la tristeza, la libertad, el deseo y
la muerte en una reflexión profunda y luminosa de un libro que hice mío para
siempre.
También de mis favoritos Sándor Márai, único para narrar las relaciones
amorosas. Y Orham Pamuk, Nobel también, quien entre sus novelas, cuenta “El
Museo de la Inocencia, una historia contemporánea de amor entrañable. Recuerdo
especialmente esa recolección de los objetos de la mujer amada, desde aretes
hasta colillas de cigarros con los cuales el protagonista hace un museo para
honrar el tiempo feliz del amor. Y hablando de amores contrariados, quién cómo el
Nobel colombiano: García Márquez en El Amor en los Tiempos del Cólera, libro
que he devorado más de cinco veces.
Y no puedo de dejar de mencionar a los favoritos de mis favoritos, los hebreos
Amos Oz y David Grossman. Pocos como ellos para diseccionar los claroscuros
del amor. Un ejemplo “La Caja negra” de Amos Oz, donde como en la caja de los
aviones surgen a través de cartas, las causas de un doloroso divorcio. Y no me
queda espacio para más, los amados nacionales: mi admirado Rulfo, Sabines,
entre tantos y tantas por supuesto, que retratan magistralmente amores y
desamores.
Este 23 de abril, Día internacional del Libro, rindo homenaje a estos fascinantes
objetos amadísimos que han transformado mi vida. Además agradezco a Mauricio,
Zapata, Director de este Diario de Ciudad Victoria, el más reciente libro de Paul
Auster, otro favorito. ¡Bello regalo!
¡Feliz Día del Libro y de la Rosa!