El jardín de la libertad
Por Libertad García Cabriales
Cuando llegan los ángeles, los diablos se van
Proverbio egipcio
Tamaulipas es un pandemónium, me dijo hace unos días una amiga que no vive
precisamente en Dinamarca. Me indigné por supuesto y terminamos discutiendo
largo rato. Es una mujer inteligente, estudió Sociología y Ciencias Políticas y
analizando desde lejos y sin ser tamaulipeca, debo aceptar que tiene una mirada
tal vez más objetiva, libre, sin apasionamientos. Confieso me dejó pensando, pues
enumeró casos recientes, conductas y acontecimientos sin duda relacionados a
ese reino infernal. Pero no estoy de acuerdo que por unos cuántos, se nombre a
nuestra tierra un pandemónium. Eso sí no lo admito.
Tampoco niego lo evidente en relación a dolorosas historias de tantos años. Nada
es nuevo en la maldad humana. Los historiadores sabemos que Tamaulipas no
es, ni ha sido nunca un paraíso, pero es nuestra tierra y nos toca hacer por ella. Y
como dice el muy reconocido periodista español Juan Arias, necesitamos hablar
más de los ángeles, porque casi nadie los conoce, mientras los demonios tienen
nombre y apellido: “y es que en un mundo donde los demonios despedazan la
alegría de vivir y se adueñan de los sueños (y las pesadillas) de los justos”, hay
que nombrar a tanta gente buena, que como los ángeles, emprenden el vuelo del
amor, la justicia, la solidaridad, la energía creativa.
Y no hablamos de perfección. Los seres humanos somos imperfectos, pero hay
una gran diferencia entre quienes construyen con dignidad y buenas intenciones y
quienes actúan con alevosa maldad y prepotencia. Ejemplos sobran. Aquí y en
China. Y abril ha sido cruel diría el poeta, basta asomarse a los medios. Pero hoy
no quiero hablar de ellos, esta mañana mis letras van dedicadas a lo bello y lo
bueno de nuestra tierra. Su fascinante naturaleza por ejemplo. Hace unos días me
maravillé con un pequeño fósil de la Sierra Madre y no hay día que no me llene de
orgullo por tantas cosas buenas de este estado único natural y culturalmente.
Y es la gente quien realmente construye la historia. No sólo los grandes
personajes, ellos pasan muchas veces con más pena que gloria; sino quienes
cada día se levantan pensando y haciendo, imaginando y creando, cuidando y
enseñando, forjando la matria con su quehacer cotidiano. Escribo y pienso en los
creadores, quienes a través de su arte dejan huella profunda. He tenido el
privilegio de conocer a casi todos los creadores tamaulipecos. Escritores, poetas,
músicos, pintores, escultores, bailarines, artesanos, cineastas, arquitectos. Y
también gente que sin ser artista profesional, hacen de sus vidas obras de arte.
Un ejemplo es Jessica García de la Garza, nacida e inspirada en el paisaje de su
Cruillas natal y consolidada ya como una artista visual por su significativa
trayectoria. La conocí hace algunos años, ella muy joven, pero desde entonces
con un evidente talento para mostrar realidades y sueños a través del arte.
Ganadora de varios premios importantes y expositora en reconocidos espacios
nacionales e internacionales; Jessica Gadga pinta y con sus manos nos devuelve
la esperanza, pese al miedo, la infamia y los escenarios dolorosos.
Como si supiera de mi reciente discusión, hace unos días Jess me envió fotos de
Volátil, su más reciente exposición en la Capilla de Santa Paula del Museo
Panteón de Belén en Guadalajara. Me impresionó como siempre o más. Inspirada
en la muerte y en la vida como menciona, y consciente que todos nuestros
muertos están alrededor de nosotros, la artista plasma con un lenguaje artístico
potente, eso que a veces no queremos ver: nuestra fragilidad, nuestro ser
mortales, todos con destino a un vuelo final. Pero al mismo tiempo nos recuerda
ser dueños de una vida única, irrepetible, aptos para emprender cotidianos vuelos
a través del ser y hacer.
Todos volátiles, portadores del polen de la vida y capaces también de echar raíces
profundas. Así nos muestra su abril la creadora tamaulipeca, en pinceladas libres
y contundentes, en figuras poderosas y expresivas, en sus emblemáticos
grabados, en sus fascinantes instalaciones donde la vida es el territorio del deseo
y la ternura, mientras los muertos son esencia y memoria, advertencia siempre.
Jessica es una artista que sueña pero no cierra los ojos a la realidad; la observa,
la retrata, le duele en carne propia, al tiempo que celebra y agradece con
gratificante vitalismo: “atravieso con mis manos el horizonte y con mis pies siento
la tierra. Lanzo memorias al vacío, veo caer las hojas, recuerdos que se
deshojan”, escribe la artista, quien es capaz de hacer poesía con palabras e
imágenes.
Tamaulipas no es un Pandemónium. Personas como Jessica lo demuestran cada
día. Hay que nombrar lo indeseable, pero es necesario como nunca, conocer y
reconocer a quienes en nuestra tierra son referentes de lo verdaderamente bueno
y bello. Nos va el futuro en ello.