Por Fortino Cisneros Calzada
El mes y medio que separa este día de la elección más importante para México y quizá para el mundo, será extremadamente azaroso; las poderosas fuerzas empeñadas en impedir la consolidación de la Cuarta Transformación de la vida pública, habrán de echar toda la carne al asador. Los embates de dentro y de fuera, abiertos o encubiertos, serán terribles. Todos aquellos que han perdido o están por perder privilegios, chicos o grandes, pondrán en el tapete todo su resto.
El asalto a la embajada de México en Ecuador tuvo la intención de imponer la barbarie sobre los principios del Derecho que permiten la convivencia pacífica de los pueblos y dar un mentís al axioma juarista de que entre los individuos como entre las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz. El vigor moral de México y de su gobierno lograron una condena prácticamente unánime de la conducta provocadora del gobierno de Ecuador.
Pero ese es apenas un botón de muestra, como lo fue la intensa e infructuosa campaña mediática para hacer parecer al régimen de la Cuarta Transformación como un narcoestado. Arreciará la violencia en sus manifestaciones más escandalosas; habrá fallas en los servicios públicos; los servicios asistenciales sufrirán un deterioro o se paralizarán, lo mismo que el abasto de medicamentos e insumos básicos; las organizaciones fascistas, confesionales o tendenciosas redoblarán sus embates.
En fin, durante los próximos 45 días se concentrarán las fuerzas del mal para evitar que las elecciones se lleven a cabo de manera pacífica, ordenada, segura y certera. Por dinero no habrán de parar, puesto que el dinero les sobra gracias a las canonjías que han recibido de los regímenes neoliberales en lo que se rinde culto al becerro de oro, como cuando Moisés bajó del Sinaí con las tablas de la ley de Dios. Si les falta a los de dentro, están las carretas cargadas de dólares listas.
La última instancia que va quedando a los revanchistas es la violencia en todas sus manifestaciones: la provocada por las conductas antisociales de un tejido social dañado por la degradación personal, la explotación laboral, las jornadas extenuantes, el desempleo y la pérdida de valores; la delincuencia común, la delincuencia organizada y la de cuello blanco, todas ellas protegidas por el sistema de procuración y administración de justicia, asaltado por una camarilla de truhanes.
Esa violencia convertida en insidiosa campaña por los medios de comunicación masiva, será el pan de todos los días y a todas horas. Se busca sembrar el miedo y la desconfianza en los sectores menos avispados de la sociedad. La letra de molde, las bocinas, las pantallas y los púlpitos sembrarán de dudas y temores los espíritus timoratos conminándolos a no votar o a votar por quienes aseguran que resolverán los conflictos en quince minutos, como el Bocotas.
Es ahora cuando el pueblo, esto es, todos los hombres y mujeres, pobres, clase media, ricos y poderosos de buena voluntad que habitan en el Anáhuac, tienen oportunidad de demostrar al mundo que la revolución de las conciencias está en proceso y que una revolución social pacífica es posible. Todos los que en estas tierras viven y se afanan cotidianamente, están comprometidos a acendrar los logros del humanismo mexicano para bien de la gente y el cuidado del planeta.