El jardín de la libertad
Por Libertad García Cabriales
Cuando una mujer ingresa a la política, ella cambia. Cuando muchas mujeres
ingresan a la política, la política cambia.
Michelle Bachelet
Los mexicanos tienen modos de ser complicados y su relación con el poder o la
autoridad es impredecible, decía Octavio Paz. También para quienes vienen de
fuera a estudiar nuestros comportamientos políticos, nuestras maneras de ser
ciudadanos o súbditos, resulta difícil llegar a conclusiones. En ese contexto el
Nobel mexicano señalaba que el poder era cosa de machos, y la autoridad la
materialización de los “chingones”, quienes nunca se rajaban, pues eso era cosa
de mujeres. Las féminas no podían ejercer el poder porque eso sería violar el
orden cósmico. La historia lo demostró por siglos. Ninguna mujer en la Silla del
Águila.
Octavio Paz también refiere en su magistral análisis del ser nacional, una actitud
“servil” ante el poder (¿dónde hemos visto eso?) y una desconfianza profunda
ante los semejantes: “miedo al señor, recelo ante sus iguales”. Y por supuesto,
recelo ante las mujeres, vistas por los mexicanos como “seres obscuros, secretos
y pasivos”. La mujer mexicana considerada un ser sin voluntad, un cuerpo
dormido, donde el pudor y la dulzura envuelven la pasividad. Los hombres, decía
Paz, así las prefieren, para sujetarlas e impedirles que se expresen. El laureado
escritor, quien ya apostaba al feminismo con sus letras, no pudo sin embargo
demostrarlo en su vida personal. La congruencia tampoco es una virtud frecuente
del poderoso.
El análisis del reconocido intelectual escrito en 1950, fue y sigue siendo
controvertido, pero no alejado de la realidad. ¿Qué nos queda de esa identidad en
la actualidad? ¿Cuáles de las conclusiones de Octavio Paz acerca del mexicano
siguen vigentes? ¿Qué nos queda del machismo, de la falocracia mexicana en el
siglo XXI? Preguntas necesarias hoy como nunca, cuando la geografía política
está llena de rostros de mujeres ejerciendo poder y tomando decisiones. México
cambió. Ahora vemos cada vez más mujeres incorporadas al ejercicio del poder:
gobernadoras, senadoras, diputadas, magistradas, funcionarias, comunicadoras,
empresarias, científicas, entre otras posiciones y en distintos escenarios, de mayor
o menor responsabilidad. Pero, ¿eso cambió la idiosincrasia machista del
mexicano?
No del todo. La masculinización del poder ha sido una idea muy sólida. En un país
donde hablar de “jefe máximo” y “hombres fuertes” fue lo cotidiano durante tanto
tiempo, aceptar a las mujeres en puestos de mando no ha sido miel sobre hojuelas
para muchos. Nunca olvidaré la cara de los jardineros municipales en esta ciudad
capital, cuando llegué a principios de los años noventa a dirigirlos. Una mujer por primera vez. Después nos quisimos mucho y hasta la fecha me llena de orgullo
recibir su cariño donde me encuentran. Es un ejemplo mínimo, literalmente a ras
de tierra, pero me enseñó mucho cómo, en cualquier puesto, por pequeño; se
puede hacer cualquier labor como mujer.
Ejemplos de mujeres trabajando bien, tenemos bastantes. No imitando al macho
alfa en el servicio, sino aportando desde el ser femenino, nuevas formas de
ejercicio en la función pública, fuerte, valerosa y sensible; pero siempre con
preparación y conocimiento para el encargo. No por favor desde la improvisación,
ni la genuflexión, sino desde la inteligencia y las capacidades. Finalmente, el buen
servicio no tiene género.
Así, entre pitos y flautas, a golpes de adversidad y discriminación, en lo grande y
lo pequeño, las mujeres nos fuimos incorporando a la vida pública en México en
diferentes escenarios. No ha sido una graciosa concesión, sino producto de la
lucha de numerosas mujeres, praxis política y nuevas vertientes internacionales. Y
todo trabajo es valioso. Cada una de las mujeres ha aportado su semilla para la
cosecha. En este 2024, salvo que ocurriera una catástrofe, tendremos una mujer
presidenta (ya se acepta el término) en México. Una de dos se sentará en la Silla
del Águila. Eso no es cosa menor y es evidente que hay buena aceptación para
esta alternancia en género. Pero me extraña no ver el interés ni el gozo suficiente
entre muchas mujeres mexicanas por el histórico acontecimiento. Una amiga me
confesó tener emociones encontradas al respecto. ¿Será que todavía permea el
machismo, hasta en algunas mujeres?
Con todo y pese a todo, tendremos presidenta. Una conquista histórica. Y a mí me
alegra muchísimo poder vivir para contarla muy pronto. Ganará una mujer. No
tengo duda. Pero su gobierno no será un día de campo, no por falta de capacidad;
sino porque existen poderes fácticos, jefes criminales, que ante cualquier
problema argumentarán debilidad femenina, falta de “tanates”. Por eso resulta tan
importante como mujeres apoyar y ser solidarias. Por primera vez tendremos una
representante en la más alta investidura. Ni los vecinos estadounidenses lo han
logrado. Pero hay países con excelentes resultados de mujeres mandatarias
demostrando valor, eficacia y contundencia.
El desafío es para todos. Acompañarla, apoyarla, pero sin dejar de exigirle como a
cualquier gobernante que se respete. En lo personal estoy orgullosa, feliz de que
muy pronto una mujer con una sólida trayectoria barrerá con el mito de que el
poder es sólo para los machos. Y hará historia. Empezamos el 2024 con buenos
augurios. Yo ya tengo candidata. Ya les contaré.