Por Guadalupe Correa-Cabrera
“Y la continuidad a la que apelan los ‘chairos’ ahora, parece desviarse del plan original”.
En estos días, y en vísperas del inicio de las campañas formales para la elección presidencial del 2024, “¡qué difícil es ser chairo!” Así reflexionábamos un amigo y yo hace un par de días en un restaurante de la ciudad de Matamoros, Tamaulipas. El título de esta columna, la última que escribo en el año, surge de aquella conversación y no es frase mía, sino de mi amigo, cuando describía lo que ambos percibimos como el sentir de un segmento de la población mexicana que votó por el partido en el poder hoy en día: el Partido Morena. Este grupo de mexicanos asistió a las urnas en 2018 con la esperanza en un verdadero cambio en el país, encabezado por un líder carismático que representaba supuestamente la antítesis de lo que había sido la élite en el poder hasta ese entonces.
Con el lema de “Primero los Pobres”, desafiando al “imperio estadounidense”, encabezando en ese momento al principal partido y movimiento de izquierda del país, y habiendo ya demostrado su capacidad de estadista y líder político como Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se convirtió en presidente de México. Él y el nuevo partido que había fundado—junto con otros líderes de izquierda mexicanos—irrumpieron en el 2018 como una bocanada de aire fresco y esperanza para la mayoría del pueblo de México. En vísperas del 2024, las opiniones sobre su mandato son bastante divergentes. Algunos mantienen su apoyo irrestricto al proyecto denominado de la Cuarta Transformación (4T) que él encabeza, otros se dicen escépticos, mientras que algunos se muestran totalmente defraudados por el desempeño del actual gobierno.
Sobre el porcentaje de estas divergencias, aún no se sabe a ciencia cierta. Las encuestas—aún algo anticipadas—muestran una cierta tendencia favorable para AMLO y su partido Morena; sin embargo, el balance general o la evaluación final de este gobierno se mostrará en los resultados finales de las elecciones de junio del año que ya casi comienza. En medio de una notoria polarización a nivel discursivo (por lo menos), se percibe a simple vista—y según las encuestas—un marcado apoyo a la candidatura presidencial (de “izquierda”) de Claudia Sheinbaum. Y observando las otras tendencias, y en especial el reordenamiento del tablero político en México, así como la salida de actores clave de otras fuerzas políticas hacia la fórmula puntera, se pronostica—hasta ahora—un triunfo, quizás avasallador, del Partido Morena.
Es también evidente el desgaste y la tragedia del movimiento opositor en México. Con fórmulas que no mueven conciencias, candidatos que representan el deterioro de una élite política rancia y corrupta, así como una estrategia fallida, liderazgos caricaturescos (rayando en lo grotesco) y discursos torpes y anquilosados, la oposición se autodestruye y muchos de sus miembros—como roedores abandonando un barco a punto de hundirse—piden asilo en el Partido Morena. Así, al ritmo de la “unidad” que marca la heredera del “bastón de mando” de AMLO, se van incorporando al “barco de Morena”, aquellos sátrapas y oportunistas que una vez pertenecieron a la “otra” clase gobernante en México que apoyó el Consenso de Washington de los noventas (y después) y que reforzó el colonialismo en la era de la “doble transición” hacia la democracia y los libres mercados—como los caciques oaxaqueños que han gobernado la entidad “realmente” en las últimas décadas.
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¿Por qué decimos que ahora es muy “difícil ser chairo”? Porque ahora que los “chairos” parecen aplastar a los “fifís”, entonces muchos “fifís” [que “como roedores salen del barco”] entran por la puerta grande al partido de los “chairos”. Eruviel Ávila, José Murat y Adrián Rubalcava, todos ellos personajes cuestionadísimos en la política mexicana por un sinfín de razones, son las nuevas adquisiciones del nuevo partido en el poder—a quien muchos se refieren (no sin razones de peso) como PRIMOR. Pronto se irán sumando más personajes, quienes seguro serán bienvenidos por aquellos—que vía el pragmatismo, la carencia de principios y el oportunismo—claman unidad y continuidad.
Y la continuidad a la que apelan los “chairos” ahora, parece desviarse del plan original. Aquellos que se dicen de izquierda apoyan ahora la militarización o el militarismo (lo que sea), que se caracteriza por la opacidad y el avance de las fuerzas armadas en áreas de la vida del país siempre reservadas para el sector civil. Los riesgos de este proceso son elevadísimos, pero eso a la nueva izquierda mexicana no parece preocuparle. Criticaron la militarización que inició con Felipe Calderón, pero ahora no la quieren ni llamar por su nombre. Ahora los militares construyen trenes, hacen de policías, serán entrenados por militares estadounidenses (https://www.infobae.com/mexico/2023/12/14/senado-autoriza-entrada-de-militares-de-eeuu-para-entrenar-a-fuerzas-especiales-en-mexico/), están a cargo de los puertos, aduanas y rutas migratorias, vigilan aeropuertos, y hacen realidad el sueño de siempre del Comando Norte o “comando del norte”.
Qué difícil es ser chairo y antineoliberal, ahora que la fortuna de Carlos Slim supera los 100,000 millones de dólares por primera vez en la historia y que el magnate duplicó su dinero en el sexenio de AMLO (https://www.elfinanciero.com.mx/millonarios/2023/12/15/fortuna-de-carlos-slim-por-que-el-magnate-duplico-su-dinero-en-el-sexenio-de-amlo/). Ahora el hombre que criticaron por su cercanía con Carlos Salinas de Gortarí, resulta ser un gran filántropo y un admiradísimo y grandioso empresario. Además, no se esbozan dudas con respecto al crecimiento de las fortunas de los otros magnates, algunos de los cuales supuestamente se pelean con AMLO, pero siguen disfrutando de las mieles del nuevo “milagro” mexicano.
El misterioso tren sonorense que pasará por el municipio de Ímuris, el Tren del Pacífico y la empresa del Sr. Germán Larrea podrían ser un ejemplo de esto. Otra “Caja de Pandora” que sería preferible no abrir, serían los impuestos “reales” a todos los grandes Señores de México (quizás incluso los del mismísimo Sr. X. González). Y mejor ni hablar del avance del gran capital transnacional, de los ganadores reales de la transición energética que plantea el Plan Sonora y el desarrollo potencial de industrias estratégicas para nuestros vecinos del norte.
Así celebramos la Navidad en vísperas de las elecciones del 2024. En tiempos de “dificultad”, cambio de planes y confusión ideológica, muchos que apoyaron y apoyan la “transformación” empiezan el año celebrando, de forma anticipada, éxitos electorales y unidad. Y en este contexto—sin escatimar los logros en materia social de este gobierno—una parte de la izquierda mexicana, incondicional al proyecto de la 4T, parece transitar de la “esperanza” a la “resignación” post-neoliberal (o simplemente neoliberal).