Por Guadalupe Correa-Cabrera
En días recientes salieron a la luz los denominados #NarcoArchivos (#NarcoFiles), un proyecto de “periodismo colaborativo” encabezado por el Proyecto de Reportaje sobre Crimen Organizado y Corrupción (Organized Crime and Corruption Reporting Project, OCCRP) con el apoyo del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP). OCCRP es una “red mundial de periodistas de investigación que expone el crimen y la corrupción, para que el público pueda exigir la rendición de cuentas a quienes están en el poder” [para más información véase: https://gijn.org/es/recurso/espanol-estados-mafiosos-cleptocracias-guiaoc/ y https://www.occrp.org/es/narcofiles-the-new-criminal-order/].
El objetivo principal de este proyecto es delinear un “nuevo orden criminal” a partir de una filtración “sin precedentes [dicen ellos] de correos electrónicos de la Fiscalía General de la Nación de Colombia”. Así el OCCRP, CLIP, Vorágine y Cerosetenta/070 accedieron a estos datos filtrados, “que luego compartieron con más de 40 medios de comunicación”. En el proyecto participaron periodistas de 23 países localizados en su mayoría en América Latina, pero también en Europa y Estados Unidos. A partir de las filtraciones, según ellos mismos describen, “los periodistas elaboraron docenas de artículos que revelan las múltiples formas en las que los grupos de crimen organizado evolucionan, se expanden y experimentan en el mundo moderno, dejando nuevas víctimas a su paso” (https://www.occrp.org/es/narcofiles-the-new-criminal-order/).
El origen de la filtración fue un grupo de “hacktivistas” conocido como “Guacamaya” [sí, como el grupo que hackeó a la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) en México y que también lo hizo con los gobiernos de Chile y de Perú el año pasado]. En el caso de los #NarcoArchivos o #NarcoFiles, la información se obtuvo también en 2022 a partir de los correos electrónicos que obtuvo Guacamaya “tras infiltrarse en el servidor Microsoft Exchange, una plataforma que usa la fiscalía colombiana” (https://aristeguinoticias.com/0611/mexico/que-es-narcofiles-el-nuevo-orden-criminal-todo-lo-que-necesitas-saber/).
Según reporta el portal Aristegui Noticias, miembro activo de este proyecto, “Guacamaya compartió los datos con dos organizaciones: Distributed Denial of Secrets, un colectivo que distribuye y archiva datos filtrados de interés público y Enlace Hacktivista, una página web que publica información relativa a herramientas y noticias de hackers. Estos dos grupos compartieron esa [información] con OCCRP y con varios medios latinoamericanos”. Todo esto parece muy sui géneris, muy curioso y por demás interesante.
La filtración de referencia contiene supuestamente más de siete millones de correos electrónicos de la Fiscalía de Colombia; el tamaño aproximado de los mismos es de cinco terabytes en total. Entre ellos se encuentra correspondencia con embajadas y autoridades de todo el mundo. De acuerdo a lo que reportan los miembros del proyecto, los archivos a los que tienen acceso “también contienen audios, imágenes, PDFs, hojas de cálculo y calendarios” y se remontan hasta el año 2001, aunque la mayoría de ellos fueron generados en el periodo 2017-2022. Según nos dicen, “los documentos en la filtración revelan detalles únicos sobre el funcionamiento interior de las bandas criminales internacionales, así como los esfuerzos de las fuerzas del orden para desmantelarlas” (https://aristeguinoticias.com/0611/mexico/que-es-narcofiles-el-nuevo-orden-criminal-todo-lo-que-necesitas-saber/). Todo pareciera estar muy bien planeado y dirigido a lograr un cierto objetivo. Es difícil no pensar en agendas o intereses cuando la información proviene de “hackers” o informantes (whistleblowers) sin nombre, ni apellido.
En fin, a partir de información de dudosa procedencia—por el origen anónimo de la misma—y una multitud de datos cuya veracidad no es posible verificar plenamente, se aspira a delinear un nuevo “orden criminal” y a generar (o más bien a reforzar) una narrativa predeterminada que justifica las agendas que el “Norte Global”, o los países más desarrollados del mundo, han impuesto sobre las naciones de lo que algunos llaman ahora el “Sur Global”. Bajo esta perspectiva ya conocida—y que justifica una “guerra contra las drogas en el sur del continente americano”—países como Guatemala, México, Venezuela y Colombia, por ejemplo, son catalogados como centros neurálgicos de producción y trasiego de droga, donde reinan la impunidad y la violencia, y donde gobierna la delincuencia organizada de la mano de estructuras policiales y autoridades corruptas que les brindan protección.
Esto último no parece muy alejando de la realidad. Sin embargo, llama la atención que pareciera ser que las redes de protección a delincuentes sólo existen al sur de la frontera de Estados Unidos con México. En un esquema transnacional como el ahora analizado, sorprende que los carteles latinoamericanos y los “capos” malosos o “narcos” que los dirigen aparecen como super-poderosos y sobreviven meramente por un contubernio con los corruptos policías y autoridades gubernamentales a todos niveles de los países en desarrollo exclusivamente.
Nada se menciona con respecto a la permisión de entrada de droga y distribución masiva de la misma en la Unión Americana; y al hablar de tráfico de armas y lavado de dinero, las historias son muy obvias y, de nuevo, los protagonistas en estos mercados son personajes nacidos en la corrupción del subdesarrollo latinoamericano. En el mundo criminal vinculado siempre supuestamente al mercado ilegal de drogas, los personajes del mundo anglosajón son más bien pasivos [o son los que establecen la ley y el orden] y parecen incluso víctimas de las circunstancias ante la impunidad que reina en el Sur.
En el caso de los #NarcoArchivos, los reporteros participantes en el proyecto exploran seis temas principales—con títulos bastante sugestivos y espectaculares, por cierto. Las historias resultantes colocan a los países en la mira (todos ellos en vías de desarrollo) en un lugar bastante incómodo—reforzando así la narrativa hegemónica e imperialista que requeriría a los gobiernos corruptos del Sur pedir auxilio o rendir cuentas a los países ricos del Norte. Los temas son los siguientes y sus títulos parecieran dignos de series policiacas de televisión o de Netflix: 1) Imperios Criminales; 2) Narcos S.A.; 3) Naufragando en la Droga; 4) Dineros Oscuros; 5) Ecocrímenes; y 6) Policías y Ladrones.
Existe una producción interesante detrás de estas historias, cuya espectacularidad aspira ciertamente a presentar un “nuevo orden criminal” que traza nuevas rutas del narco conectando a América Latina con Europa. Aquí se evade en general el tema de las drogas sintéticas, y la atención se centra en el negocio de la cocaína y en trayectorias que son ajenas a Canadá y Estados Unidos. El mercado de la cocaína en los #NarcoFiles adquiere nuevas dimensiones y, por primera vez, se detecta “de forma sistemática” el cultivo de la hoja de coca y la producción masiva de cocaína fuera de la región andina.
Cualquiera podría preguntarse entonces: ¿Por qué después de tantísimos años, y con la tecnología existente en el sector agropecuario y su desarrollo a pasos agigantados, es sólo hasta ahora que otros países del continente se convierten en centros de producción neurálgicos de cocaína y cultivo de hoja de coca? Siempre me llamó la atención ese tema y algunos lo han llegado a relacionar—pero sin proporcionar evidencias—con estrategias de control geopolítico y geoestratégico de Estados Unidos en el continente. Todo ello a través de una tramposa política de drogas que administra los flujos de sustancias psicoactivas y determina “lo que se puede y lo que no se puede” producir.
No obstante lo anterior y las especulaciones con relación al negocio de la cocaína, destaca el hecho de que periodistas experimentados y plataformas de medios de gran prestigio en varios países se hayan involucrado en un proyecto generado con información basada en datos aún por verificar, muchos de los cuales podrían ser únicamente parte de archivos en construcción o de casos aún por judicializar. Llama también mucho la atención la forma en la cual se obtuvieron los datos, el modus operandi de los supuestos hackers internacionales, así como las fuentes de financiamiento del líder del proyecto y de las redes de periodistas de investigación que lo constituyen.
Muchos de los periodistas que forman parte de este grupo se han caracterizado por su experiencia y la “calidad” de su trabajo periodístico—muchas veces reconocido o premiado en los foros de mayor prestigio a nivel nacional e internacional. Por lo anterior, llama un poco la atención la espectacularidad, así como el sesgo en la cobertura y utilización de los #NarcoFiles. Cabe señalar que este no es el único esfuerzo de este tipo y destaca la insistencia en la narrativa del narco y los carteles, que se ha utilizado como instrumento de presión por parte de Estados Unidos hacia sus vecinos del llamado Sur Global. Lo más interesante son los grupos o actores que financian al líder del proyecto, OCCRP, así como a muchos de sus integrantes o a las redes de las que forman parte.
Un ejercicio simple de análisis de redes reconocería a varios actores (o más bien financistas) comunes, muchos de ellos relacionados con gobiernos de países del Norte Global o grandes fundaciones que operan como la “cara amable” del gran capital internacional. En el caso de OCCRP, apoyan su trabajo, entre otras asociaciones y gobiernos: la Fundación Ford, el Ministerio para Europa y las Relaciones Internacionales de Francia, el National Endowment for Democracy (NED), la Fundación Oak, la Fundación Open Society, el Fondo de los Hermanos Rockefeller, el Departamento de Estado de Estados Unidos, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés), así como oficinas del gobierno de Eslovaquia y Reino Unido.
Es de verdad interesante revisar y analizar los apoyos comunes a algunos de los miembros de este proyecto de “periodismo colaborativo”. En México, destacan como miembros, por ejemplo: Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, Aristegui Noticias y el periódico El Universal. Recordemos que un equipo afiliado a este último medio produjo un mapa del crimen organizado en México (“el país de los carteles”: https://interactivos.eluniversal.com.mx/2023/mapa-crimen-organizado/) con información de los #GuacamayaLeaks en 2022.
Determinando los apoyos antes mencionados podríamos explicarnos, en cierta medida, la narrativa dominante que se apoya a través de las investigaciones vinculadas a los #NarcoFiles. Dicha narrativa centra su atención en el crimen y la impunidad que prevalecen de manera casi exclusiva en el Sur Global y cuya solución requeriría de respuestas más extremas—incluso de corte militar—y guiadas por el Norte Global, sobre todo por Estados Unidos. Lo anterior se plantea como recomendable, no obstante que los países desarrollados parecen tener un papel más que destacado en el mercado de estupefacientes, y utilizan, al mismo tiempo, su política de drogas como estrategia geopolítica o de control de recursos geoestratégicos.
Esto último se encuentra ampliamente documentado, por lo que también sorprende que periodistas (y algunos académicos) experimentados y dedicados supuestamente tiempo completo a investigar sobre el tema insistan en reportar historias pueriles de narco y carteles, sin un análisis profundo del tema geopolítico y reproduciendo mitos e historietas dignos de series de ficción en la televisión o en Netflix. Nadie niega los elevadísimos niveles de violencia y brutalidad en ciertas partes del continente, pero la explicación no se encuentra en los históricos capos o en las historias de carteles.
Insistir en eso podría reflejar ingenuidad, falta de conocimiento, o simplemente deshonestidad intelectual o ausencia de ética periodística. Algunos expertos periodistas que glorifican las series de narcos en sus propios trabajos de “investigación” parecen haber forjado sus carreras de esa manera. En otras palabras, han vivido de ello, por lo que me parece lógico que quieran defender esas narrativas “a capa y espada”. Es por ello que insisten en reportar historias de narcos sin contexto y sin considerar relaciones de poder globales, ni intereses geopolíticos o agendas económicas transnacionales. Se aferran a contar cuentos cuasi-infantiles de “policías y ladrones”.
En este sentido y con relación a los #NarcoFiles, dice el periodista Federico Mastrogiovanni, Premio Nacional de Periodismo 2020, lo siguiente: “Da pena ajena la animación estilo ‘true crime’. Algunos reporteros siguen con esas prácticas nefastas que construyen mitologías funcionales a las políticas securitarias regionales. Insisten, insisten y reciben becas, premios y recursos financieros, lo de siempre”. Mastrogiovanni da en el clavo y resalta el tema de los premios de periodismo, muchas veces diseñados y financiados por esa misma red de intereses que se mencionó anteriormente y que representa las agendas de gobiernos extranjeros y grandes capitales. La precariedad de muchos en la profesión periodística, el anhelo de premios o el deseo de pertenecer a un grupo poderoso y prestigioso dentro del gremio, llega a impactar de forma negativa en la calidad del trabajo y pone en duda la ética profesional.
Para el destacado analista de estos temas, Oswaldo Zavala, profesor investigador en la City University of New York (CUNY) y autor de dos magníficos libros (Los Carteles No Existen y La Guerra en Las Palabras), “la espectacularización del “narco” desde el periodismo es lamentable”. Más que una noticia seria sobre un fenómeno complejo, la cobertura en este proyecto “parece tráiler de película o de serie de [televisión]. Se confunde el entretenimiento con la información y se repite el mito del narco como un ‘nuevo orden’ criminal…”. Estoy de acuerdo y, aunado a lo lamentable de la narrativa, la considero bastante peligrosa, más ahora que los tiempos electorales en Estados Unidos han llevado a algunos a proponer la intervención militar haciendo uso del tipo de narrativas que alimentan proyectos como los #NarcoFiles.
En el mismo tenor, el Profesor Zavala—genial como siempre—cierra su reflexión y resume su apreciación sobre el proyecto de referencia, de la siguiente manera: “Es inquietante observar la aparición de alianzas de medios de comunicación cuyo trabajo se enfoca en reproducir la agenda trasnacional de la “guerra contra las drogas”, basada principalmente en información oficial. “Narcofiles”, como en su momento hizo el colectivo de medios detrás de “The Cartel Project”, presenta sus reportajes bordeando la publicidad del espectáculo y borrando la línea entre el periodismo y el entretenimiento. Su presentación en redes sociales se asemejaba al trailer de una serie de Netflix, anunciado que habría “cocaína” y “explosiones” en su contenido. Finalmente, es preocupante constatar las instituciones y agencias oficiales que financian estos trabajos tales como la NED (que literalmente fue fundada como front de la CIA), la USAID (íntimamente ligada a los intereses y la política exterior de Estados Unidos) y al propio Departamento de Estado de ese país. Creo que debería haber un cuestionamiento serio sobre las implicaciones éticas y políticas de recibir ese tipo de fondos para desarrollar investigaciones que peligrosamente legitiman los intereses geopolíticos del Norte Global en Latinoamérica”.