El jardín de la Libertad
Por Libertad García Cabriales
Acuérdate de Acapulco…
Agustín Lara
En cuanto pasa la vida, pareciera que nuestros paraísos se van quedando en la
memoria. El presente se muestra incierto, inseguro, violento. Basta ver las noticias
para comprobarlo. El reciente huracán que azotó las costas de Acapulco y otras
comunidades, es una prueba en extremo dolorosa. El llamado alguna vez paraíso
mexicano fue arrasado con la furia inesperada de Otis, una tormenta que en muy
pocas horas se convirtió en un desastre de proporciones nunca imaginadas. Nada
de lo visto en las pantallas es comparable con el dolor de las pérdidas humanas y
la desesperación ante los numerosos daños colaterales.
Leo acerca de los daños y siento un hoyo en el estómago. Se calculan más de 600
mil damnificados, 16 mil hogares derrumbados, casi 8 mil hectáreas de
construcción destruidas, el 90% de la infraestructura hotelera dañada, 30 mil
negocios afectados, y casi un millón de personas sin acceso a electricidad, agua
potable y comunicaciones por las ráfagas de más de 250 kilómetros por hora que
arrasaron al bello e histórico puerto en muy poco tiempo. Quizá lo más doloroso es
ver las imágenes de las mujeres con la mirada perdida en el infinito mar,
esperando que les devuelva a sus seres amados. Madres, esposas, hijas que
como Penélope esperan desde el amanecer por quien se despidió de ellas para
zarpar en una barca turística o de pescadores y no han vuelto.
Se dice también que más de 300 mil niños podrían verse seriamente afectados por
el siniestro y también por sus efectos a corto y mediano plazo. En ese contexto, se
esperan enfermedades como dengue, diarreas, desnutrición, infecciones, incluso
hambre y abusos a la integridad física por el previsible aumento del crimen y la
violencia. Porque de todos es bien sabido que la tragedia convoca al dolor y a la
muerte, pero también agrava los problemas existentes. En uno de los estados más
pobres y violentos del país, el devastador huracán sacó a flote también la
vergonzosa desigualdad. Pocas localidades como Acapulco para mostrar juntas la
opulencia y la pobreza. Casi 200 mil personas en pobreza extrema viven en el
puerto según los datos exhibidos. Ricos y pobres que en su mayoría han vivido del
turismo y ahora ven su paraíso destrozado. El democrático Otis los golpeó por
igual.
Duele hasta el alma la devastación. Y duele igualmente saber, como aves
carroñeras, a muchas personas aprovechando la tragedia. Y no hablo solamente
de quienes roban en las tiendas, sino también de algunos miembros de la llamada
“clase política” sin un mínimo de ética, buscando ganar adeptos a costa del dolor
humano en vísperas de un año electoral. Y en ese contexto, se señalan culpables
a diestra y siniestra, mientras muchos otros se han organizado desde las instituciones y la sociedad civil para asumir el reto de la ayuda urgente y la
reconstrucción. Carroña y conciencia. La descomposición social reflejada en
terribles acciones, pero también la solidaridad construyendo puentes de
esperanza.
La reconstrucción del paraíso del pacífico se llevará cifras estratosféricas, años y
esfuerzos verdaderamente titánicos de sociedad y gobiernos. Muy distante, pero
no tanto parece ya la época dorada cuando Miguel Alemán con afanes
patrimonialistas, aprovechó el poder para construir su propio paraíso. Muchas
familias beneficiadas de ese tiempo, siguen siendo dueñas de los mejores
terrenos y hoteles. Ahora todos tienen el compromiso con la reconstrucción del
bello puerto. El edén elegido alguna vez por la reina Isabel para vacacionar y por
tantas parejas para pasar sus lunas de miel, John F. Kennedy y Jaqueline por
ejemplo. Elizabeth Taylor dobleteó sus lunas mieleras. Así de fascinante Acapulco.
También mis padres y los de muchos amigos fueron ahí recién casados. Hasta a
mí me tocó ir bastante seguido cuando vivíamos en la ciudad de México. ¿Quién
no se enamoró en y de Acapulco alguna vez? No en balde Agustín Lara
inmortalizó al puerto junto a María Félix en una canción que seguimos cantando
emocionados.
Acapulco es por identidad y memoria, patrimonio de todos los mexicanos. Por eso
duele tanto y por eso es necesario asumir conciencia acerca de todos los factores
que intervienen en una catástrofe como el pasado huracán. Prevención en todos
sentidos, los problemas estructurales, la inseguridad, pero muy especialmente el
tema ambiental. Porque poco se toma en cuenta, pero es fundamental. La furia de
Otis está directamente relacionada con el calentamiento de los océanos y del
planeta del que tanto se nos ha advertido, a lo que se suma la depredación de los
manglares, la especulación del uso del suelo y la corrupción política. Un caldo de
cultivo que ha probado su poder destructor, mientras las mayorías siguen
apáticas, indiferentes, inconscientes.
La naturaleza puede vivir sin nosotros, tiene el poder de regenerarse, recrearse,
rehacerse. Nosotros no podríamos vivir un solo día sin la naturaleza. El huracán
en el paraíso mexicano es un aviso más. ¿Hasta cuándo entenderemos?