El jardín de la libertad
Por Libertad García Cabriales:
Viajar te hace modesto. Te hace ver el pequeño lugar que ocupas en el mundo
Gustave Flaubert
Conocí España a los catorce años en un viaje regalo de mis padres que sigo agradeciendo desde entonces, porque cambió mi mirada en muchas cosas. En ese tiempo se estilaban los viajes largos en varios países y me tocó en suerte conocer las naciones donde se originaron las grandes culturas occidentales. Lo he platicado ya, desde muy pequeña los viajes en familia por nuestro país fueron aprendizaje constante en vivencias y convivencias, pero atravesar el Atlántico y llegar hasta Grecia, Israel y Egipto, amplió el horizonte de mi pensamiento y me permitió comprender, pero también preguntarme acerca de nuestra historia y sus procesos.
Había vuelto al país ibérico hace algunos años, pero en días pasados la visita fue muy especial porque la hicimos en familia, construyendo recuerdos, conviviendo, aprendiendo juntos; todo eso que representa un feliz viaje familiar, sea cerca o lejos. Llegamos a Madrid por la tarde, con el horario volteado, pero con ganas enormes de recorrer sus calles. Estoy convencida, no hay otra manera de conocer y reconocer mejor una ciudad que caminando. Y así lo hicimos. Casi veinte mil pasos diarios, alternados algunas veces con el Metro, nos llevaron de un espacio a otro, deteniéndonos en los sitios emblemáticos e interesantes y las paradas obligadas a comer las delicias de la gastronomía hispana.
Como muchos mexicanos, tengo con España sentimientos encontrados, más cuando me ha tocado estudiar la historia y conocer las oscuridades de una conquista sin duda ventajosa para la monarquía española, la expoliación, el exterminio, las pérdidas en siglos de colonización. Pero hoy no quiero referirme a tema tan complejo y polémico. Un proceso histórico que por cierto también comenzó con un viaje, el de Cristóbal Colón. Porque hablar de viajes es hablar de transformaciones, batallas, descubrimientos, encuentros, desencuentros, fusión de cuerpos y almas. Hay en todos los viajes siempre algo fascinante. Lo mismo en los realizados por las plantas, las mariposas, el polen de la vida, que en todos los periplos humanos. No en balde, los grandes relatos de la humanidad hablan de viajes. La Ilíada y la Odisea, cantos fundamentales del ser y hacer de los humanos al emprender camino. Ya lo dice Kavafis en su fascinante poema: “Pide que el camino sea largo, que muchas sean las mañanas de verano en que llegues con placer y alegría a puertos nunca vistos”.
De esas mañanas de verano llenas de placer y alegría he querido escribir hoy. Tiempo de aprender, amar, agradecer. Momentos para construir memorias, paisajes luminosos para ayudarnos a sobrellevar los días grises que todos tenemos. Así nuestro gozoso viaje de doce en familia. Visitar el Museo del Prado con mis amados y platicarles algo del tesoro ahí exhibido. Contemplar Las Meninas y la historia que encierra, detenernos para conversar de las Majas, ver las centenarias efigies de mármol de grandes personajes y especialmente compartir el asombro ante El jardín de las Delicias de Bosco, un cuadro enigmático, fascinante, sensual, vitalísimo e incomprensible en muchos sentidos para una obra de más de 500 años, con su mensaje del bien y el mal, siempre presente en todo tiempo.
Además la suerte de estar en la semana del Centenario de la muerte de Joaquín Sorolla, uno de los pintores más amados por los españoles, el artista de la luz. Vivir con mis niños la exposición que muestra la obra en vivo y también el despliegue tecnológico impresionante en una experiencia inolvidable. Asistir también al Museo Casa Sorolla, uno de los más bellos de España, con ese jardín pleno de vida y belleza y obras pictóricas luminosas evocando al mar, al mediterráneo especialmente. Conocer la casa de México en España fue otra experiencia impactante. Sostenida con capital privado, es un espacio de encuentro con el arte y la cultura de nuestra patria. Y luego está la traza de la ciudad, sus amplias banquetas que privilegian al peatón, su buen servicio de transporte colectivo, la seguridad al caminar, la limpieza, el arbolado urbano, los parques bellísimos y regaderas con abundante agua limpia.
Bien dijo Palin, una vez que te pica el bicho de los viajes no hay antídoto conocido. Y no se tiene que ir muy lejos para aprender, para ampliar la mirada, para sentir la magia. Pasar la noche escuchando el murmullo de las cascadas en nuestra Biósfera del Cielo me ha provocado igualmente sensaciones extraordinarias, inolvidables. De eso se trata ser viajero, no sólo turista. El viajero piensa, siente, contempla, camina; el turista se toma la foto y corre para hacerse otra sin detener la mirada. Y si no hay manera de viajar, leer es otra forma maravillosa de transportarnos, incluso al centro de nosotros mismos.
En suma, lo mejor de nuestro viaje fue mirar juntos, aprender de otras culturas, convivir y reafirmar el amor en familia. Agradecer la oportunidad de compartir bellas mañanas de verano con placer y alegría, como bien decía el poeta. Y sobre todo, valorar el viaje de la vida, el mejor, el único.