Por Pedro Alonso Pérez:
Otra batalla por los libros de texto
La campaña desplegada por ciertos sectores sociales y políticos en los últimos días contra los libros de texto gratuitos, no es novedosa. Más bien, es repetitiva de otras similares realizadas en el pasado, como puede advertirse haciendo breve recorrido por la memoria histórica. Pero no por ello deja de ser un desafío a la educación pública y oportunidad para acelerar la reforma educativa necesaria.
Primeros libros gratuitos
Hace más de 60 años, el gobierno del entonces presidente Adolfo López Mateos creó en 1959 la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos, poniendo al frente de esta instancia oficial al reconocido escritor y periodista, Martín Luis Guzmán. Era titular de la SEP el poeta Jaime Torres Bodet, quien también había dirigido la educación mexicana durante el régimen de Manuel Ávila Camacho (1940-1946). En su segunda ocasión como secretario de educación pública, Torres Bodet impulsó una reforma educativa mediante el “Plan de Once Años” que incluía los libros de texto gratuitos, para enfrentar rezagos sociales, superar la distribución de estos materiales escolares sujeta a una lógica mercantil que no favorecía a las familias de escasos recursos económicos, y permitir al Estado mexicano asumir “la carga de proporcionarlos gratis”, para que los alumnos, al recibir los libros sin costo alguno “no como una gracia, sino por mandato de la ley, se acentuara en ellos el sentimiento de sus deberes hacia la patria de la que algún día serán ciudadanos”, según decía el decreto presidencial que creaba la citada Comisión, publicado al día siguiente en el Diario Oficial de la Federación del 13 de febrero de 1959.
No obstante las nobles intenciones de dicha política pública, algunos grupos y organismos influidos por ciertos sectores de la iglesia católica y del empresariado, arremetieron contra aquellos libros para la escuela primaria. A principios de 1960, la Unión Nacional de Padres de Familia (UNPF) criticaba a estos textos por supuestamente “encajonar el pensamiento de la niñez” y demandaba injerencia de los padres en su elaboración.
Pronto crecieron el rechazo y la confusión en torno a dichos libros, merced de fuerte campaña mediática instrumentada desde grandes periódicos nacionales y regionales, haciéndose eco de organismos confesionales y derechistas que, desde su prejuiciada óptica, denunciaban la “imposición” de “un nuevo sistema educativo de tendencias comunizantes”. El fantasma del comunismo ha sido utilizado desde aquellos años para alarmar, agitar y rebelarse contra los libros de texto gratuitos; cada vez con menos credibilidad y eficacia, por cierto.
Ahora puede considerarse ridículo que entonces -en pleno apogeo del sistema político del PRI- se acusara de comunistas a López Mateos, Martín Luis Guzmán y Torres Bodet, que nada tenían de ello; pero no debe olvidarse que en los años 60 el mundo estaba polarizado, dividido en dos grandes bloques desde la posguerra: capitalismo y socialismo; eran tiempos de “guerra fría” y la Unión Soviética se visualizaba cómo “el enemigo” por los gobiernos estadounidenses, casi siempre intervencionistas en otros países; el contexto parecía favorable al conservadurismo; aunque en el ámbito latinoamericano irrumpía la Revolución cubana influyendo ideológicamente en movimientos sociales, estudiantiles y de liberación que se generalizaron en aquella década. En México, el pensamiento conservador, el fanatismo religioso y la ignorancia permeaban a grandes capas de la sociedad; este ambiente cultural y el temor al cambio social, más la influencia de los medios de comunicación comerciales, crearon en conjunto un caldo de cultivo donde crecía el anticomunismo; por eso no resultaba extraño que ante estas acciones educativas – dotar de libros gratuitos a los escolares – la reacción considerara “un peligro de que, en la niñez mexicana se difundan enseñanzas que pretenden desquiciar nuestros tradicionales conceptos de familia, patria y dignidad de la persona humana”, como alegaba en 1962 la Unión Nuevoleonesa de Padres de Familia A. C., protagonista principal del rechazo a estos materiales en la entidad y todo el noreste mexicano.
Campañas anti-libro en el tiempo
El desaparecido historiador Jesús Ávila Ávila, nacido zacatecano pero adoptado nuevoleonés, en esclarecedora investigación publicada en 2013 (Actas, Núm. 11) reconstruyó el contexto –la atmósfera social y cultural- de los años sesenta para relatar “la rebelión contra el libro de texto, 1962” ocurrida en la norteña ciudad de Monterrey. Acontecimiento que, aunque no fue único, porque en otras ciudades también hubo protestas ese año, si resultó el más grande, de masas y muy estridente. En efecto, aquella campaña iniciada desde 1960, dos años después tuvo su momento cumbre en la urbe regiomontana, de trascendencia nacional. Jesús Ávila hizo un pormenorizado recuento de estos sucedidos durante el gobierno local de Eduardo Livas Villarreal; los primeros libros llegados a Nuevo León para el ciclo escolar 1960-1961 habían sido embodegados por el anterior gobierno de Raúl Rangel Frías, ante los reclamos y protestas contra ellos. El gobernador Livas, en cambio, encaró el problema distribuyendo los textos gratuitos, pero la reacción fue multitudinaria. Convocada una manifestación de rechazo a estos libros “comunistas”, para el 2 de febrero de 1962, llevaron la voz cantante la Unión Nuevoleonesa de Padres de Familia por los organismos civiles y El Norte, por la prensa regional; aunque El Porvenir, periódico un poco más plural, el mismo día también auguraba que la concentración “tácitamente se traducirá en un repudio sonoro al comunismo”. Y como no, pues bien nos recuerda Ávila en su narrativa:
[…] el dispositivo estaba montado, vastos recursos fluyeron en apoyo a la protesta contra la reforma educativa; se cerraron industrias y comercios, en alusión al operativo. Para el buen éxito de la demostración, no se escatimaron medios: fue profusa la actividad desplegada de antemano en volantes arrojados desde vuelos aéreos, camionetas con altavoz recorrían barrios y colonias de la ciudad, telefonemas, visitas domiciliarias, incluían empresas y comercios; numerosas factorías decidieron otorgar el día libre a sus trabajadores para que asistieran a la manifestación…
Más de 100 mil personas acudieron al evento aquel día, a pesar del crudo invierno que azotaba a la ciudad industrial. Algunas fuentes, exagerando, apuntaron que la concentración alcanzó hasta 300 mil (EL Norte). Cualquiera que haya sido el número de asistentes, se trató de la demostración masiva más nutrida en contra de la política educativa del Estado mexicano en muchos años. Evocaba, además, a varios de los participantes y organismos convocantes, la movilización del 5 de febrero de 1936, realizada 26 años antes en el mismo lugar para protestar contra las políticas sociales de Lázaro Cárdenas; curiosamente, eran los mismos grupos organizadores y el mismo cuento de oponerse al “comunismo”.
Tres décadas después de dicha manifestación de febrero de 1962, dos protagonistas centrales dieron su testimonio, rescatado por el historiador Jesús Ávila: Humberto Ramos Lozano, secretario general de gobierno en ese tiempo reveló: “los sectores pudientes se lanzaron ferozmente contra los libros de texto” y a los obreros de Cervecería Cuauhtémoc y de otras empresas que asistieron en masa “les ofrecieron pagarles el día con tal que acudieran a manifestarse contra los libros de texto”; por su parte, Dolores García Téllez de Landa, oradora principal de aquel evento público externó: “El fondo del conflicto nada tenía que ver con la educación, era una cuestión de negocios […] Me sentí utilizada, manipulada, al saber eso. Es una verdad terrible y la he callado durante 30 años”.
En la capital de la República habían iniciado las impugnaciones en 1960 la Sociedad Mexicana de Autores de Libros de Texto, y más adelante la Barra Mexicana de Abogados; pero sería hasta que, al sumarse la UNPF (con respaldo de la jerarquía eclesiástica) a esta ofensiva, las protestas adquirieron un carácter masivo, y entonces el Partido Acción Nacional (PAN) también se integró, tratando de aglutinar un frente opositor de la derecha contra la “antidemocracia” y darle sesgo político al movimiento anti-libro. Así, el clímax de Monterrey en 1962 abrió la puerta a la ultraderecha: surgió la Cruzada Regional Anticomunista (CRAC) de tintes fascistoides, y por todo el país se extendieron durante esa década las consignas de “México si, comunismo no” y “cristianismo si, comunismo no”. El pretexto fueron los libros de texto, para seguir oponiéndose a la educación pública, laica y gratuita, y para naturalizar el anticomunismo como sentido común e ideología (Boletín de la UNPF, Núm. 8, abril y mayo 1961).
Años después también hubo protestas y manipulaciones similares, como en 1974 cuando la misma UNPF encabezó reclamos contra los contenidos del libro que mostraban órganos reproductivos humanos y tímidos elementos de educación sexual. Aferrada a su atrasada visión conservadora, pues desde mucho antes, esta agrupación se había opuesto a la educación mixta de niñas y niños, quería mantenerlos separados y en oscurantismo. Las décadas siguientes también testimoniaron oposición de varios grupos conservadores a los libros de texto gratuitos y en general a la educación pública, laica; siempre se manifestaron contrarios al conocimiento de la sexualidad humana, a la historia y la realidad social, entre otros contenidos de los textos escolares y que dichos organismos retardatarios rechazaban por ser “comunistas”, según sus prejuicios.
Polémica actual, batalla de siempre
Al iniciar el ciclo escolar 2023-2024 se ha desatado fuerte campaña contra los nuevos libros de texto diseñados en el marco de la Nueva Escuela Mexicana. Polémica magnificada ahora con los instrumentos modernos de comunicación digital. Como en el pasado, la prensa y la televisión privada (destempladamente TV Azteca de Ricardo Salinas Pliego) se han alineado contra los libros destinados a la educación básica. Pero, ya no son los únicos que tienen voz, como sucedía antes. En internet, en las diferentes redes sociales y prácticamente en todos los espacios, plataformas e instrumentos de comunicación de la era informática, existe un intercambio de opiniones diversas; y ciudadanos, padres de familia, docentes y estudiantes tiene acceso al “debate” a favor o en contra de los libros. También se han multiplicado los protagonistas, colectivos e individuales, en esta batalla cultural, política e ideológica en curso. México es hoy diferente al de los años sesenta, no cabe duda. Lo que no ha cambiado mucho, son los argumentos conservadores de la derecha mexicana.
Públicamente se han evidenciado aspectos diversos de este conflicto educativo. Por ejemplo, el económico que ahora se pone de relieve cuando sabemos que la industria editorial resiente la medida, porque grandes empresas, como Trillas entre otras, dejarán de ganar en conjunto algo así como 1500 millones de pesos. Negocio redondo, que al perderlo, motiva oposición de dichos intereses a los nuevos libros editados por el Estado mexicano. También el aspecto político, que en la coyuntura electoral adelantada de 2024 debe considerarse trasfondo del rechazo actual a los libros de texto, pues el conservadurismo aglutinado en el “Frente Amplio por México” busca golpear al presidente y en general al gobierno obradorista por lo que representan. Siguen presentes en la polémica actual los aspectos cultural e ideológico, con posicionamientos trasnochados que vienen de lejos como vimos, utilizados por derecha y ultraderecha, pero en el México de nuestro tiempo carecen de legitimidad y viabilidad alguna. El anticomunismo ramplón, otrora exitoso choca ahora con una lacerante realidad de necesidades sociales y desigualdades reconocidas, que debe transformarse para incluir con justicia a todos los sectores e individuos sin distinción de género, preferencia sexual, edad, clase social o rasgos étnicos. La tradicional ignorancia conservadora que rechaza a priori innovaciones y espíritu científico, tampoco puede desarrollarse en un ambiente social secularizado, de inclinaciones “multiculturalistas”, acciones afirmativas, lenguaje inclusivo y perspectivas de género, como el que se abre paso en la incipiente democracia mexicana.
Más allá de las balandronadas anticomunistas de Salinas Pliego que no conoce ni quiere conocer los libros en disputa o de la sinceridad de Carlos Garfías, arzobispo de Morelia, quien contradictoriamente dijo: “no los he leído ni los voy a leer” pero afirmó que son “ideologizantes”; del patético pedido del presidente del PAN para “arrancarles las hojas”; o la lamentable participación de algunos personajes antes auto-identificados como “progresistas” en esta cruzada hegemonizada por las derechas.
El fondo de la batalla es por un modelo educativo distinto al neoliberal, es una lucha de ideas y proyectos de nación. Y en esta tesitura, no queda a los opositores más que el ruido mediático y el llamado “lawfare” contra la posibilidad de una verdadera reforma educativa, que inicia con estos libros de texto más pedagógicos, conocimientos transversales e integrales que problematizan la realidad para desarrollar pensamiento crítico y sensibilidad social en los educandos: democratizar la enseñanza e inculcar valores de igualdad y justicia desde la escuela, sigue siendo camino para transformar a México.