Guadalupe Correa-Cabrera
El espectáculo de la política mexicana hoy en día parece colocar a muchos en papeles de bufones, acróbatas o hasta payasos. Todos los aspirantes a candidatos de sus partidos o coaliciones a la Presidencia de la República Mexicana—o mejor dicho, a supuestamente coordinar las labores de proyectos transexenales o frentes amplios opositores—en los últimos días han dado mucho de qué hablar y no necesariamente de cosas buenas o constructivas para el país.
Desde el arranque del proceso para elegir al Coordinador(a) Nacional de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación, hemos sido testigos de un espectáculo político bastante pobre e incluso bochornoso. Esta sensación negativa se magnifica si analizamos también el proceso alterno del llamado “Frente Amplio por México”—que representa al bloque opositor al “Proyecto de Nación” del actual Presidente de México—y nos enfocamos en todos los aspirantes que se registran para participar en la contienda o viajan por el país en busca de simpatías.
Dado que no hablamos de tiempos de campaña electoral formal, es entendible que las apariciones en público y con los medios de los aspirantes carezcan de mensajes y contenido fundamental. No obstante lo anterior, llama mucho la atención el despliegue de frivolidad y la falta de seriedad de los aspirantes que parecen hacer burla de sí mismos con representaciones y apariciones más bien desafortunados y, en diversas ocasiones, caricaturesca. Destaca sorprende también audacia de algunos personajes que decidieron subirse a la contienda, y que, en lugar de invitarnos a tomarnos en serio, nos provocan risa o quizás hasta coraje o irritación por su pretensión grotesca y pésimo desempeño en su carrera política.
Sin mencionarlos por nombre—pues no es aquí mi intención contribuir a la división o a lo que a veces parecerían peleas callejeras, representaciones de circo o incluso una especie de óperas bufas (como dijo un día mi colega Víctor Ronquillo en una mesa de debate)—es preciso hacer notar el desencanto que ha provocado este ejercicio democrático en nuestro país en la era actual. En lugar de debatir ideas y permitirnos conocer la esencia de los valores e ideas sobre nuestro México por parte de los aspirantes, hemos presenciado y algunos incluso contribuido a toda una serie de descalificaciones e injurias que enrarecen el ambiente político y el espacio público.
Desde rumores de adulterio sin pruebas, alegatos de corruptelas mayores, hasta expresiones humillantes u otra cargadas de prejuicio o misoginia sobre los contrincantes, los elementos que han caracterizan a este ejercicio democrático para elegir coordinadores de dos proyectos de país aparentemente opuestos han resultado más bien funestos. En lo personal, y bajo distintas reglas del juego, hubiera esperado debate y un mecanismo que nos permitiera como mexicanos conocer lo mejor de nuestros candidatos.
Esto parece haberse vuelto una kermés, a la que asistieron los personajes más bufos, y diseñada para distraer la atención de los problemas que realmente preocupan a los habitantes de nuestra nación. Es absolutamente incomprensible la entrada a la contienda de algunos aspirantes, y lo que es peor, el gasto enorme en publicidad, en casos concretos con recursos públicos y a veces en personajes que no cuentan con la mínima posibilidad o capacidad de gobernar nuestro país. Lo más trágico es que las cúpulas de los partidos políticos lo saben y apoyan la realización de un espectáculo más bien ridículo y carente de contenido.
A pesar de los cánticos de victoria anticipados por parte del oficialismo, México enfrenta problemas gravísimos. Por otro lado, nuestro país no se encuentra al borde del abismo, como asegura la oposición. Es preciso reconocer avances—esperemos no sólo de coyuntura—en algunas áreas clave. México es una economía importantísima a nivel mundial y estratégica por sus recursos, su población y su localización geográfica. No obstante, vivimos tiempos muy complejos.
Recordemos que Estados Unidos también celebrará una elección presidencial en 2024 y enfrenta retos importantes en su carrera descendente en términos de influencia a nivel global en un mundo multipolar. En este contexto, se maneja con fuerza creciente la idea de una incursión militar en México con el tema del fentanilo. Eso no es nimio. Tampoco es nimio el tema de la inseguridad y la reconfiguración de la delincuencia organizada en México con cada vez más capacidades en un esquema de expansión inusitada de las fuerzas armadas con todo lo que eso conlleva en términos de control social y descomposición del tejido institucional. En lo que se refiere al desarrollo de la economía mexicana, y la reducción de la pobreza y la desigualdad, los resultados no son contundentes y seguimos enfrentando gravísimos problemas educativos, de capacidades en el sector salud y en muchísimas áreas de la vida nacional.
No podemos cantar victoria. Son demasiados los problemas que tenemos hoy por hoy en México para gastar nuestro tiempo y desviar nuestra atención hacia rumores de lavadero sobre adulterio, supuestos regalos de animales de zoológico (como jirafas), alegatos de usurpación de identidad indígena o autoadscripción de identidades que no contribuyen a la solución de los grandes problemas nacionales. A veces pareciera que somos presas o víctimas operaciones psicológicas electoreras diseñados en laboratorios cibernéticos de otros países para apoyar a sus élites.
Pero independientemente de cómo (y para quién) un candidato mediocre, pelangoche o pendenciero se convierte (por lo menos en nuestra mente) en una posibilidad de salvación de México o en el fetiche de un grupo que anhela un cambio de rumbo, vale la pena reflexionar sobre el contenido profundo de lo que nos presenta la mercadotecnia política que fluye por los medios y por las redes sociales. En el circo de la política mexicana hoy en día parecen convergir todos y cada uno de los aspirantes a dirigir nuestra nación o coordinar más bien un ‘proyecto de nación’. Por el desempeño de los candidatos en general, me atrevo a pensar que ninguno parece estar a la altura de la encomienda. En este espectáculo electorero que nos acaban de dar y en el que nos colocaron las élites políticas de México, no me ha sido posible conocer realmente a ninguno de los aspirantes—sólo a las agendas divisivas de sus titiriteros. Espero que las campañas electorales que vienen, sean diferentes.