El conocido con el nombre de “pacto de la embajada” o “pacto de la Ciudadela” es un episodio polimencionado, pero poco difundido en sus entretelas. Para algunos sólo hubo el tal Victoriano Huerta, que dio un golpe de Estado al presidente Francisco I. Madero; para otros hubo también el tal Henry Lane Wilson, embajador de EU confabulado con la oposición para que el golpe se concretara. Pocos, mal recuerdan la jornada golpista conocida como Decena Trágica, donde se cumple ese golpe de Estado. Y no mucho más.
Los oligarcas promovidos por la larga dictadura de Porfirio Díaz y quienes los servían empezaron a conspirar contra la nueva situación política que anunciaba y pretendía desplegar con grandes dificultades el gobierno de Madero. El vértice de los militares que medraron durante el porfiriato estaba ligado a esa élite. Pronto se dieron a conocer como su avanzada los generales Félix Díaz, Bernardo Reyes y Victoriano Huerta.
Félix Díaz fue, durante su práctica como opositor, un militar oportunista y fallido. Salvó la vida en su primer levantamiento contra Madero (1912), cuando fue derrotado y condenado en juicio marcial a la pena de muerte. Francisco S. Carbajal, presidente de la Suprema Corte, suspendió esta sentencia y la conmutó por una de prisión.
El general Bernardo Reyes, tras dejar el mando de Nuevo León, fue enviado a Francia con un cometido diplomático de orden militar. Cuando regresó a México, Madero se hallaba rumbo a la Presidencia de la República. Luego de manifestarle lealtad al abanderado de la democracia se instaló en Texas desde donde acopió armas y dinero para lanzarse contra su gobierno con el Plan de la Soledad.
En el documento consideraba a la República en una situación anárquica bajo “el bastardo poder del ciudadano Francisco I. Madero”. Así que su objetivo era cumplir “el patriótico anhelo de libertar al país humillado por una tiranía demagógica, el empeño de restablecer el orden y la necesidad apremiante de asentar el imperio de la Constitución… restableciendo la zona libre de la frontera norte y ofreciendo, “de modo solemnísimo”, la efectividad del sufragio a fin de revisar, entre otras cosas, la Ley del Timbre y –faltaba más– moderar toda clase de impuestos.
Sus juicios y promesas tenían por antecedente un gobierno autoritario de casi tantos años como los que Díaz se mantuvo en el suyo, responder con gran fluidez a los intereses de los industriales de Monterrey y combatir a su adversario a sangre y fuego en una campaña electoral donde no era popular.
Victoriano Huerta, luego de distinguirse en su expediente militar por las batidas de “pacificación” con métodos de exterminio contra yaquis y mayas, fue el jefe de Obras Públicas de Reyes.
El trío de golpistas calculó que no podría derrocar a Madero con fuerzas propias y convocatoria, y se acogió a los buenos oficios del embajador de EU. En su sede se fraguó y decidió, en secreto, la ejecución del golpe de Estado que condujo al apresamiento y muerte de Madero y José María Pino Suárez como preludio de la captura de la Presidencia por Huerta.
En el festín del poder participaron, a título de miembros del gabinete, personajes como Manuel Garza Aldape; en tanto secretario de Gobernación, indujo a Huerta a disolver el Congreso; Federico Gamboa, escritor miembro del Partido Católico, breve canciller; Enrique Gorostieta González, que alternó en las secretarías de Justicia y de Hacienda: hombre clave en dos de las influencias históricas de México: la de los industriales de Monterrey (su hija Ana María estaba casada con Luis G. Sada, uno de sus líderes), y la influencia católica: su hijo Enrique fue el general que jefaturó al ejército cristero; José López Portillo y Rojas, uno de los tres secretarios de Relaciones Exteriores, que fue jurista, novelista y político, miembro, por lo demás, de una familia inclinada al poder: su padre fue secretario de Estado de Maximiliano I y su nieto, el presidente priísta del mismo nombre; Ángel García Peña, secretario de Guerra (primero con Madero; luego con Huerta); Aureliano Blanquet, segundo secretario de Guerra, cuyas atrocidades y saña militares premió Madero sosteniéndolo en el puesto contra genuinos maderistas, sólo para que resultara uno de los responsables de su asesinato durante el golpe; Manuel Mondragón, sanguinario general, inventor y escritor porfirista contrario a Madero y uno de los tres secretarios de Guerra; Toribio Esquivel Obregón, aunque miembro del Partido Nacional Antirreeleccionista, fundado por Madero, criticó sus políticas, sobre todo la (tibia) política agraria, fue secretario de Hacienda y Crédito Público.
Los golpes de Estado parecieran un rayo en cielo sereno. No: se cocinan a fuego lento. Los amenazados pueden percibirlos, pero no toman las decisiones oportunas.
Detrás del golpe a Madero estaba el sector más destacado de la industria, un núcleo de intelectuales refocilados en alturas ajenas al pueblo, los medios que hoy llamamos corporativos encabezados por El Imparcial, de origen porfirista; la Iglesia católica, el sempiterno grupo de políticos y militares chaqueteros y, por supuesto, el intervencionista de Washington en funciones de embajador.
Con otros ropajes y nombres, hoy están presentes, ostensiblemente, los mismos actores. Son golpistas potenciales. Grave error sería desestimar su perfil.