El partido Morena se mantuvo en una línea discursiva aparentemente sin sobresaltos, entre condenas genéricas a la corrupción y llamados acríticos a la unidad. La falsa normalidad retórica presentada en su dominical Consejo Nacional Ordinario busca maquillar las evidentes pugnas facciosas internas y los signos de corrupción en las élites.
El choque entre las palabras y los hechos tuvo como principal personaje a Adán Augusto López Hernández, el ex gobernador de Tabasco que nombró como poderoso secretario de Seguridad a alguien que este año ha sido señalado judicialmente de haber fungido como paralelo jefe del principal grupo criminal de la entidad. Ahora coordinador del Senado en virtud de la mayoría morenista y de los compromisos derivados del corcholataje, el ex secretario de Gobernación concentra en su turbio expediente el mayor reto de congruencia del partido mayoritario.
Ese reto, al menos por lo visto ayer (que incluyó la patética tentativa de corear no estás solo), ha sido incumplido. En lo inmediato, hubo un manto de protección al senador López Hernández, a pesar de su grave e ineludible responsabilidad política en el nombramiento y sostenimiento sexenal (incluyendo la porción del interino Carlos Merino, dependiente del adanismo) del jefe policiaco-criminal Hernán Bermúdez (que, ha de decirse, no es el único caso oscuro).
Aun cuando es posible que la presencia de Adán Augusto en el consejo, y las expresiones de solidaridad, sean una especie de bono de retiro para que más adelante pida licencia a la coordinación senatorial, lo cierto y concreto es que los dirigentes morenistas (que es de suponerse están en sintonía o supeditados al mando presidencial actual) prefirieron el discurso de unidad cupular e intentan asentar un alegato de silenciamiento a las críticas y ebullición internas que en las bases generan hechos como los relacionados con López Hernández y otros personajes, entre ellos, el líder de la Cámara de Diputados, Ricardo Monreal, quien estuvo ausente ayer a causa, explicó en una misiva, de un compromiso familiar establecido con anticipación.
En la búsqueda de contener o realinear esas críticas y ebullición internas es relevante analizar el discurso pronunciado ayer por el gobernador de Sonora, Alfonso Durazo Montaño, quien a la vez preside el consejo nacional guinda: Algunas de las tensiones que hoy están en el ambiente político derivan de iniciativas y reacciones de nuestros propios cuadros, y eso lo vivimos en todos los estados, y eso simple y sencillamente no puede ser.
Voces malintencionadas, agregó, están tratando de aprovechar cualquier rendija que abra una diferencia interna, para convertirla en una crisis. A la hora de generar un conflicto, piensen siempre en las consecuencias y en todos aquellos que malsanamente van a aprovechar esa oportunidad para generarnos una crisis, así sea artificial (https://goo.su/qX9oLhF).
Ya habrá de verse si el discurso y el manejo escénico de ayer implican un cierre de filas de Palacio Nacional con los líderes legislativos heredados, que no han actuado en consonancia con la presidenta Claudia Sheinbaum, y si la política oficial tenderá, más allá de la retórica, a la supresión o estigmatización de la crítica interna. El tiempo y las circunstancias políticas han llevado a la presidenta a un momento de definiciones que impactará las dimensiones de su mando, por una parte, y por otra, la continuidad de la esperanza en lo guinda o el crecimiento de la opción de derecha y ultraderecha, que están plenamente al acecho.
Presente, desde luego, el factor Trump y sus halcones (incluyendo los internos), contentos de alimentar sus libretos con narrativas y decisiones del morenismo que signifiquen o parezcan significar complicidades en las alturas mexicanas.
Y, mientras el secretario Omar García Harfuch, a nombre del gabinete federal de seguridad, ha aparecido en Sinaloa para decir que los cárteles de allá han sido mermados, ¡hasta mañana!
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