La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas
Sigmund Freud
Desde niña he tratado con médicos. No porque fuera enfermiza, sino porque siempre ha habido galenos cercanos a mi familia. Así crecimos en casa, entre doctores, grandes amigos de mis padres, quienes acompañaron nuestra infancia y juventud. Nunca olvidaré la esmerada atención de uno de ellos, cuando corriendo me rompí la frente y me tuvo que coser siete puntadas con magistral destreza. Años más tarde entré a estudiar medicina en Tampico y me tocó en suerte tener como maestros a muy buenos médicos y extraordinarios seres humanos.
Colgué el bisturí después de un año, porque me di cuenta que no era lo mío. Pero nunca olvidaré las lecciones y todavía me impactan las premisas del juramento hipocrático, escrito 500 años antes de Cristo como un compromiso ético, vigente aun en muchas instituciones, con las adecuaciones de la actualidad. Subrayo: respeto a los médicos porque sé el esfuerzo que representa graduarse de una carrera tan rigurosa. Pero admiro más a los médicos por vocación, pues la profesión la pueden ejercer muchos, pero el espíritu vocacional es otra cosa. Y en eso pienso mientras escribo. Porque bien se dice: la vocación médica implica una profunda motivación para servir a los enfermos y a la sociedad, basada en valores éticos como la compasión y la excelencia profesional.
Así la mayoría de médicos de mi infancia y juventud. Por desgracia, esto ha ido perdiéndose en muchos profesionistas de la medicina. Ejemplos sobran, pues ahora parecen cada vez menos los médicos empáticos y compasivos, que los numerosos galenos ejerciendo distantes, ajenos al dolor del enfermo. Arnoldo Kraus, reconocido médico y analista de la profesión, señala que en nuestros tiempos, la entrega médica dedicada a cuidar, atender, acompañar a los enfermos está decayendo con celeridad. Y enfatiza: quienes no pueden ser curados por la complejidad de su mal, buscan afecto, presencia, compasión Estos atributos son humanos, no metálicos, dice Kraus. Ufff. Y nadie está en contra de la prosperidad del gremio. No se trata de eso. Lo triste es el desapego, la falta de empatía, esa frialdad metálica; porque cada día se multiplican los doctores más preocupados por pagar sus altos gastos que por aliviar las dolencias de sus pacientes enfermos.
La medicina se convirtió en un gran negocio, me dijo un compañero universitario después de hacer un análisis histórico comparativo del tema. Y no sólo son los médicos; pues también los hospitales, las medicinas, los seguros, los laboratorios están inmersos en un lucro de lesa humanidad. Hasta algunas universidades donde se forman los galenos y enfermeras han ido perdiendo calidad en la enseñanza y por supuesto, valores éticos. No lo digo yo, diversos estudios demuestran la pérdida de compromiso profesional. Y los factores del deterioro son muchos, pero en especial la influencia de un entorno social consumista, banal, deshumanizado. Así pues, muchos profesionales de la salud prefieren mantenerse al margen de la emoción para vivir tranquilos. Se vale buscar el bienestar propio, pero no a costa del sufrimiento de los pacientes. Los estudiosos dicen que este proceso de deshumanización se traduce en conductas alarmantes que han provocado un “desgaste ético” generalizado. Y sucede lo mismo en la medicina pública y la privada, pues estas actitudes las encuentra uno en todas partes, incluso en los pequeños consultorios similares y también con el personal de las grandes instituciones de salud pública.
Médicos deshumanizados que tristemente se multiplican en todo el mundo, olvidando que los enfermos se sienten muy vulnerables cuando les buscan. Me ha tocado padecerlo de cerca cuando he acudido a consulta, mía o con familiares. Desde las asistentes que ni una sonrisa les arrancas y por supuesto con doctores que te atienden como haciéndote un gran favor, te despachan en menos de diez minutos y cobran como si fueran Hipócrates. Ay. Y luego tantos “especialistas” que llenos de soberbia se olvidan que el cuerpo es integral. Cada vez es más frecuente salir de la consulta con sabor amargo en la boca por el trato recibido, la insensibilidad y la prisa. Ya no auscultan, ni se interesan, ni saben escuchar. De amabilidad mejor ni hablamos. Inexistente. Y peor aún: una amiga me dijo que le hicieron estudios carísimos que no necesitaba y terminaron dañándola. Y otra dijo que casi le “meten cuchillo”, sin requerirlo. El lucro por delante del bienestar.
Por fortuna, todavía quedan médicos humanos, cordiales y competentes. Los que saben escuchar y practican la empatía desde la forma en que te reciben, te tratan y se empeñan en aliviar a sus enfermos. Esos nos devuelven la fe. En un mundo de insensibilidad globalizada, donde todos de alguna manera hemos perdido el sentido de lo verdaderamente humano y el amor al prójimo; es urgente reflexionar en el cuidado como factor que ha salvado a la humanidad a través de la historia. Y en ello, los médicos, los sistemas de salud son fundamentales. Arnoldo Kraus observa el imperativo de redefinir la relación médico-paciente: “si algo puede salvar al mundo es tratar a los demás como otro yo”. Ojalá así fuera. Ojalá.
(LG/AM)